Defiende la escritora Ana Merino (Madrid, 1971) que los personajes de El mapa de los afectos, su debut en la novela y con la que este lunes obtuvo en Barcelona el 76º premio Nadal (18.000 euros), “son buenos; yo creo en la bondad”. Es una declaración que suena, en lo literario, como la frase de Tolstoi de que todas las familias felices se parecen, pero en lo social aún es más chocante en tiempos revueltos, donde parecer reinar lo opuesto, la maldad. “No, no el mundo evoluciona por la bondad: el que empaticemos, que celebremos estar vivos, eso es bondad; reivindico ese lugar que hace que las cosas sean mejores”, asegura. Lo sostiene, dice, desde el personaje de Valeria, la maestra a partir de la que se irán descubriendo episodios emocionales ocultos en su pequeño pueblo estadounidense. “Al personaje le ocurre algo horrible, pero me he decidido por la psicología del bueno, no la del malvado que también está, y ver cómo se enfrenta desde esa bondad a la adversidad y el sufrimiento”.

Conocedora de los clásicos a los que admira, sostiene que “Quijote y Sancho son genuinos de esta bondad, están impregnados de ella”. ¿No era una ironía cervantina, como lo es el Cándido de Voltaire? “No lo leo así, en cualquier caso, me interesa el sustrato de las personas que, a pesar de los golpes, siguen creyendo en los demás”. Lo dfiende quien hasta ahora se ha manifestado como poeta y ensayista que la empatía, la bondad, se aprenden y que la literatura es el mejor instrumento para ello: “Nos da un respiro para observar y entender al otro; pero para entenderlo hay que escuchar y la literatura permite detenerte a escuchar, darte tiempo en soledad para entender unos personajes que expresan tramas humanas y ver cómo se resuelven…, o no”.

Habla con tanta rapidez como serenidad, la misma con la que toma notas a mano en unos cuadernillos donde nacen las primeras versiones de sus libros, y la misma que dice que aporta la lectura. “Si dejamos de leer vamos a dejar de reflexionar, por eso es vital seguir leyendo hoy y hacerlo de forma armónica y concentrada, no leyendo una frase suelta y respondiéndola inmediatamente: eso es jugar al estímulo y da otro tipo de respuestas”, dice sin citar el imperio de las redes sociales. Hay en la novela un guiño a todo ello, desvela, al hacer que la protagonista sea maestra de preescolar: “Forjan la base emocional de nuestros niños; si se pierde la lectura se pierden parámetros sociales y vitales para la convivencia; por eso la literatura es bondad y debemos tener derecho a la literatura; ¿naif? Quizá, pero leer libros enseña a escuchar”.

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La literatura es bondad y debemos tener derecho a la literatura; ¿naif? Quizá, pero leer libros enseña a escuchar

Es consciente Merino de que la frase puede trasponerse a la situación política española, donde escuchar no ha sido la tónica dominante durante el debate de investidura de estos días. “Todo eso pasará, es efervescente: van a tener que aprender a convivir y a escuchar; seriamente los pondría a todos a leer, igual que cuando tienes a los niños excitados y los serenas sacando la plastilina; deben dejar las emociones y trabajar para el bien de todos, la Humanidad”.

La gestión de crisis de sentimientos es algo que ha marcado la producción literaria de Merino, hija del escritor y miembro de la Academia José Maria Merino y compañera del también autor Manuel Vilas, finalista del último Planeta. Quizá por ello se habla de la suya como una literatura emocional, del sentimiento. “Son etiquetas, pero sí está la voluntad de que la emoción esté en la psicología de los personajes y que el narrador omnisciente muestre las emociones y pensamientos de cada uno, con opciones distintas; hay un pensamiento en el estilo: está el de Valeria, pero también el de otros que expresan otros conceptos, como el del mal, o la guerra, como los veteranos, importantes en Estados Unidos”. Conoce bien la sociología de este país porque en él lleva viviendo 25 años, como catedrática de literatura, ahora en Iowa. Y aun así le cuesta explicar el salto que les ha llevado de Obama a Trump. “Es un país que se ha aislado: he vivido en cinco estados distintos, especialmente de la América rural, y Hillary Clinton no fue allí a hacer campaña; la perspectiva estadounidense es distinta: la responsabilidad política europea no está en la educación política norteamericana, que sí tiene el concepto de libertad, pero no el otro”.

¿La mía literatura emocional? Son etiquetas, pero sí está la voluntad de que la emoción esté en la psicología de los personajes 

La obra del poeta norteamericano Edgar Lee Masters Antología de Spoon River, donde “los personajes de un pueblo hablan desde las lápidas”, está en la base de su debut novelístico (en librerías, el 4 de febrero), en un nuevo trasvase de influjos entre una poesía que le ha servido para “reflejar un yo más poético” y una prosa “más observadora con el otro, cargada de detalles humanos”, aspecto que hasta ahora, admite, había desviado hacia el teatro.

Todo ello mientras, como creadora de un prestigioso taller de escritura en la Universidad de Iowa, mantiene que sí se puede enseñar a escribir, hasta poesía. “Claro que sí, lo que ocurre es que primero hay que enseñar a ayudar a leer poesía; los jóvenes de hoy no están rodeados de la densidad literaria que tuvimos nosotros, ni del respeto social que gozó; ¿cómo van a saber de literatura si no está en su entorno? Hay que empezar a leer con esta gente que tiene sensibilidad u oído o curiosidad; en los talleres se les acompaña en el talento; solo necesitan interlocutores; cuando compartes lo que escribes o lees con un amigo estás haciendo algo parecido”. O sea, el taller literario como otra forma de bondad, según Merino.

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