A miles de kilómetros de la península coreana, una línea de barriletes cubre el espacio aéreo de un museo y luego el de otro y el de otro más, como si aquellos fragmentos de espacio fueran el cielo sobre The Peace House -Casa de la Paz-, ese lugar en la franja Sur de la JSA donde Moon Jae-in y Kim Jong-un líderes de Corea del Sur y del Norte estrecharon sus manos y se prometieron amistad en el mes de abril de este año.
Cada uno de ellos lleva en su interior un mensaje de paz y todos juntos un deseo de unión definitiva para el pueblo coreano en otro intento por revertir una historia de enfrentamientos para que la vida de los habitantes en la península y del mundo vuelva a sumergirse en los símbolos que los comunican en contacto con su cultura milenaria.

Hace más de medio siglo, la diplomacia endeble entre ambos Estados, constituidos con menos de un mes de separación en 1948, con el tiempo, permitió que posiciones extremas de otros países dilataran este diálogo. Antes de aquel encuentro en abril, hacía once años que las autoridades coreanas en ambos países no se dirigían la palabra.

El conflicto entre las coreas es un caso testigo del antagonismo que caracterizó la visión de mundo bipolar heredada por la división de la última gran guerra en el Siglo XX. Una interpretación del mundo que este año intentó recuperar terreno supeditada a la competencia del comercio internacional que apareja la expansión de grandes economías como la de China.

Pero hasta mitad del siglo pasado, aunque bajo dominio de otros países, el pueblo coreano vivió bajo un mismo cielo.

En aquel momento, la historia encontraba en su territorio a Japón famélico, sin protección de Gran Bretaña y en guerra contra tropas soviéticas al norte y tropas norteamericanas al sur.

El desenlace de aquel conflicto marcaría con fuerza, hasta hoy, el destino de los habitantes en la península y el reflejo que el mundo captaría de ellos.

En 1945, tras vencer a Japón, EE.UU. y la URSS aceptaron la división de su territorio y sus posiciones políticas, una a favor del comunismo y otra del capitalismo, desembocaron el 15 de agosto de 1948 en la formación de la República Democrática de Corea o Corea del Sur con afinidad hacia la potencia americana y con Syngman Rhee como su primer presidente y el 9 de septiembre de ese mismo año en la formación de la República Democrática Popular de Corea o Corea del Norte con afinidad hacia la potencia asiática y con Kim Il-sung, padre de Kim Jong-il, abuelo de Kim Jong-un, como líder supremo.

Como el Muro de Berlín para el pueblo alemán, la división en el paralelo 38 marcó el comienzo de un desmembramiento que catapultó los intereses de control de la administración soviética y la estadounidense sobre el mar amarillo y el mar de Japón.

Este acuerdo emulaba otro propuesto en 1902 por Japón a la Unión Soviética que, sin embargo, no logró concretarse por haber logrado el gobierno de la isla, con apoyo de Inglaterra, dominio absoluto sobre la península hasta su rendición en 1945.

Lo que pocos saben es que, a pesar de las guerras, de un lado u otro de la frontera la cultura del pueblo coreano en su esencia ha cambiado muy poco en todo este tiempo.

Aunque los países se enfrentaron directamente entre 1950 y 1953, con un saldo de más de dos y medio millones de personas muertas, algunas de las más antiguas tradiciones que conoce la Humanidad, perduran en la totalidad de la península coreana.

Una de ellas la del barrilete tradicional “pangp´aeyon” o “escudo”, un rectángulo construido con cinco varas delgadas y papel fabricado con extractos de planta de mora que vuela por los cielos durante la primera luna llena del año lunar cuando se estila remontar barriletes para ahuyentar la mala suerte.

Esta tradición data del año 637 D.C., durante el reinado de Jindeok de Silla, gobernante número 28 del Reino de Silla, uno de los Tres Reinos de Corea, y tiene origen en el uso que el general Kim Yu-Sin, hijo del general Kim Seohyeon, dió a este juguete para simular una estrella que caía del cielo, como antiguamente se cree, una señal de desgracia, para calmar a la población agitada.

Ahora, desde 2016, estos barriletes no sólo cruzan el cielo coreano, sino los cielos del mundo, junto al artista plástico Ari Cho Yong, en señal de paz y unificación definitiva para el pueblo que vive en la Península.

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