Álvaro Colomer/Zenda

El 27 de septiembre de 1975, por tanto hace ya cincuenta años, se fusiló en un campo de tiro de Hoyo de Manzanares (Madrid) a tres de los cinco últimos condenados por el régimen franquista: José Humberto Baena, José Luis Sánchez Bravo y Ramón García Sanz. Los tres eran militantes del FRAP, una organización de izquierdas en lucha contra el fascismo. Se les acusó de haber asesinado a un policía y a un guardia civil. El juicio estuvo plagado de irregularidades y el juez se arrepintió tiempo después de la sentencia. Recientemente, el Gobierno español declaró nulo el proceso, restituyendo de este modo la dignidad a los muertos. Ahora la escritora Aroa Moreno reconstruye sus vidas en una novela basada en hechos reales: Mañana matarán a Daniel (Random House).

—Tu novela empieza con la narradora, es decir, contigo, paseando por los alrededores de Hoyo de Manzanares (Madrid) y oyendo unos disparos.

—Mi hijo y yo estábamos paseando cuando oímos aquellos disparos. La zona está ubicada en una cuenca de granito y el eco multiplicaba las detonaciones. Volvimos a casa asustados y, cuando investigué un poco en internet, descubrí que allí, en medio del bosque, está el campo de tiro de la Academia de Ingenieros del Ejército de Hoyo de Manzanares. Pero lo más curioso de todo es que ese mismo día, por la tarde, me llamaron del periódico con el que colaboraba para pedirme que escribiera una carta abierta a un militante del FRAP. Cuando descubrí que en aquel mismo campo de tiro habían sido fusilados tres dirigentes de esa organización —José Humberto Baena, José Luis Sánchez Bravo y Ramón García Sanz—, y que además aquella ejecución fue la última del franquismo, me quedé de piedra. Hay ocasiones en las que la vida te pone una historia delante y tú no puedes esquivarla.

—Pero las casualidades no terminaron ahí.

—No. Cuando empecé a escribir la carta y busqué más información, descubrí que el único testigo civil de los fusilamientos fue Alejandro Peñamedrano, un sacerdote que fue mi tutor en 1º de BUP. La ley exigía un testigo civil en las ejecuciones, y lo eligieron a él. Han pasado cincuenta años de la ejecución, pero siempre tuve la sensación de que estaba contando algo que no solo sucedió ayer, sino que me afectaba directamente. Hay demasiados hechos silenciados en la historia reciente de España. Dos meses antes de la muerte de Franco, la dictadura asesinó a unos hombres al lado de mi casa y yo lo ignoraba por completo.

—¿Qué fue el FRAP?

—El FRAP (Frente Revolucionario Antifascista y Patriota) fue una escisión del Partido Comunista (marxista leninista) que surgió en los últimos años del franquismo. Desde el exilio, la dirección llamó a endurecer la resistencia, a no esquivar la violencia, a se enfrentara físicamente a las fuerzas del régimen… Y en algunas ciudades se formaron grupos de combate. Muchos opositores al régimen se unieron al FRAP y algunos lo pagaron con la vida.

—Almudena Grandes, de quien por cierto eres la biógrafa (Almudena: Una biografía, Lumen, 2024, con ilustraciones de Ana Jarén), siempre decía que era mentira que Franco murió plácidamente en la cama. Porque aquí, aunque han tratado de silenciarlo, hubo una oposición feroz contra la dictadura.

—Claro que la hubo. Pero reconocerlo trastocó por completo mi percepción de la historia. Nací en 1981 y, como muchos de mi generación, tenía la Transición en un pedestal. Al entrevistar a exmilitantes del FRAP, todos coincidían: “Franco murió en la cama, pero la dictadura murió en la calle”. Los antifranquistas no se limitaron a firmar acuerdos; arriesgaron la vida, vivieron en la clandestinidad, organizaron revueltas, soportaron torturas… La democracia no surgió de golpe. Se luchó mucho, muchísimo. Nos resulta fácil admirar la resistencia en otros países, pero la nuestra ha sido olvidada. Se nos ha vendido la idea de que eran jóvenes ingenuos, ignorantes de lo que hacían. Se ha menospreciado deliberadamente su labor. La realidad es que arriesgaron la vida por la libertad de todos nosotros.

—No podemos olvidar a los dos policías asesinados. A fin de cuentas, también fueron víctimas.

—Por supuesto. Uno era un policía armado de 21 años, Lucio Rodríguez Martín, nacido en un pueblo de Toledo. Cuando llegó a Madrid, lo pusieron a hacer guardia en la puerta de las oficinas de Iberia. El otro era un guardia civil de tráfico de 48 años, teniente Antonio Pose Rodríguez, natural de Batán. Lucio fue asesinado en julio, Antonio en agosto: ambas muertes fueron reivindicadas por el FRAP. No murieron por azar. Tenían una vida, una familia, una historia.

—Los tres ejecutados también tenían vidas, familias, historias.

—Sí. José Humberto Baena, alias Daniel, era un chico gallego, de Vigo, hijo de un padre conservador y una madre campesina, que se politizó en la universidad. Estudió Filosofía y Letras, y participó en sentadas y manifestaciones, hasta que fue detenido por distribuir propaganda contra el rector de la Universidad de Santiago. Hizo la mili en Hoyo de Manzanares, en el mismo lugar donde, paradójicamente, luego sería fusilado. Al regresar a Vigo, como tenía antecedentes, tuvo que trabajar como peón de fundición. Fue entonces cuando empezó a politizarse. Los otros dos eran José Luis Sánchez Bravo, también de Vigo, con seis hermanos, estudiante de Física, y Ramón García Sanz, de Zaragoza, huérfano y obrero. Los tres se conocieron en un bar de menú en Cuatro Caminos, Madrid. Se hicieron camaradas. Y acabaron muriendo juntos, el mismo día, siendo todavía muy jóvenes. 

—Antes del juicio, pasaron por las manos de Antonio González Pacheco, el torturador conocido como “Billy el Niño”.

—Ellos, como tantos otros militantes antifranquistas, pasaron por los sótanos de la Dirección General de Seguridad, en la Puerta del Sol, número 7. Allí tenía la sede la Brigada Político-Social, la temida policía encargada de reprimir a los opositores, a los sindicalistas, a los estudiantes… Quienes pasaron por esos sótanos hablan de torturas: descargas eléctricas, golpes, ahogamientos… El más cruel de todos los torturadores fue Billy el Niño, a quien el régimen premió con 20.000 pesetas por ser el responsable de la desarticulación del FRAP. Murió por coronavirus no hace mucho.

—Todavía quedan exmiembros del FRAP. Tú misma entrevistaste a dos: Manuel Blanco Chivite y Pablo Mayoral Rueda. De hecho, el título de tu libro, Mañana matarán a Daniel, es en verdad un verso de un poema escrito por Chivite.

—Manuel Blanco Chivite escribió ese poema la víspera de la ejecución, mientras sus tres compañeros estaban en la capilla a la espera de ser fusilados. La estrofa que da título al libro dice: “Hoy velaré toda la noche / solo y en silencio. / Hoy velaré toda la noche. / Mañana matarán a Daniel, / mi camarada”. Blanco Chivite y Mayoral Rueda también fueron condenados por la muerte de Lucio Rodríguez, pero los indultaron y les cayeron treinta años al primero y veinticinco al segundo. Ahora dirigen una editorial en un garaje de Villaverde. Entrar en ese garaje es como regresar a los setenta: conservan propaganda, pósteres, libros… Fui a verles para que me dijeran si realmente mataron a aquel policía o al menos si estuvieron presentes. Pero ellos me hicieron comprender que lo único que estaba probado era que el Estado asesinó a tres jóvenes el 27 de septiembre de 1975. Lo demás es inestable.

—Me parece muy valiente que, en el libro, reconozcas tus dudas a la hora de hablar de los dos etarras, Jon Paredes Manotas y Ángel Otaegui Etxebarria, que también fueron ejecutados aquel día. Realmente, el hecho de que pertenecieran a ETA dificulta el abordaje de sus historias.

—Sí. Pero al final decidí no incluirlos en el libro porque, a fin de cuentas, yo quería contar la historia de los hombres que fueron ejecutados al lado de mi casa. Y los dos militantes de ETA fueron ejecutados en otro lugar. De todas formas, todo escritor que se acerque al pasado reciente sabe que hablar de ETA es muy complicado. Yo misma abordé el tema en La bajamar, y no fue fácil. Escribir es hacer preguntas y tratar de comprender. Eso es escribir.

—El juicio contra los tres militantes del FRAP fue una pantomima.

—Fue una puesta en escena total. Los consejos de guerra estaban controlados y manipulados por los militares. En este caso, se expulsó a los abogados elegidos por los presos y se puso a otros que no sabían nada del tema, a quienes por cierto no se les proporcionó documentación hasta poco antes del juicio. Además, se desestimaron 190 pruebas, no se recogieron los testimonios de los testigos, no “perdieron” papeles… Tanto fue así que, años después, el mismísimo juez se arrepintió de haber presidido aquel juicio. Todo el mundo sabía que los iban a fusilar inevitablemente. No importaba lo que se dijera en el juicio. 

—La comunidad internacional protestó ante la inminencia de las ejecuciones. Incluso la Conferencia Episcopal pidió clemencia.

—El apoyo internacional fue impresionante. Pero creo que lo más importante fue lo de Pablo VI, que llamó hasta tres veces a El Pardo para pedir que no mataran a los jóvenes. En vez de atender al papa, Franco se limitó a ordenar que nadie lo molestase y se fue a dormir. La Conferencia Episcopal también mandó una carta pidiendo clemencia, y nada. Y hubo muchos países que protestaron oficialmente. La respuesta del Caudillo fue organizar una manifestación en la Plaza de Oriente (Madrid) en la que repitió que España luchaba contra el comunismo y que los de fuera no tenían nada que enseñarnos. Era un país encerrado en sí mismo, aislado del mundo, desquiciado. La ejecución de los tres chicos fue el último estertor del terror franquista.

—Miguel Ángel Aguilar fue uno de los pocos periodistas que trató de acercarse al paredón, aunque al final no pudo asistir al fusilamiento.

—Miguel Ángel Aguilar me reconoció que fue el suceso que más lo impactó de todos los que ha cubierto a lo largo de su vida. Aunque no entendió por qué quería remover ese tema, me dio toda la información que tenía al respecto: sus crónicas, los libros, los artículos… Todo ese material me permitió reconstruir la historia. Y no solo eso, también me permitió saber cosas que solo podía saber alguien que estuvo allí: ¿hacía frío la madrugada del 27 de septiembre en Hoyo de Manzanares? No había registros meteorológicos de la época, pero en la crónica que Miguel Ángel Aguilar escribió podía leerse que el día amaneció soleado y que luego refrescó un poco. Esos detalles solo los puede proporcionar alguien que estuvo allí, lo cual demuestra la importancia del periodismo. 

—Durante el servicio militar, a tu padre le tocó velar el cadáver de Franco. Y, por si esto no bastara, en el instituto fuiste compañera de la nieta de Antonio Tejero. Parece que el pasado te persigue.

—Son coincidencias que demuestran que la historia de España nos rodea constantemente. Solo hay que abrir los ojos para verla. 

—Pero no es la primera vez que abordas un tema vinculado a la memoria histórica.

—Pero no es por nada en especial. No hay nada concreto que me una a estos temas. La Historia me interesa porque, de algún modo, condiciona nuestro presente.

—En cierta ocasión tu hermana te preguntó si escribirás algún día algo alegre.

—Sí, siempre me lo pregunta. Pero no se puede hacer nada. Los temas me buscan.

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