Patricia Crespo/Zenda
Hay un río arrastrando la memoria de los mares antiguos, de las entrañas de la tierra, de quienes habitaron un mundo que hoy ya no existe, un río de sed insaciable cuyo cauce, a causa de la falta de lluvia, aflora ahora pedregoso para el olvido. El agua narraba una historia ancestral, así los versos de María Sánchez en Fuego la sed (La Bella Varsovia, 2024) se comprometen a fijarla por escrito para los tiempos venideros.
Este poemario traza una genealogía entre la naturaleza y los seres humanos a través de los tiempos (pasado, presente y futuro) en la que esa misma naturaleza, ese nosotros que es la tierra, el agua y los animales, según cada parte del poemario, toma la voz para interpelarnos a los humanos (vosotros y ellos) y a la propia poeta, convertida en la escriba que perpetuará su historia frente a la desmemoria que se impone. El ímpetu ciego del ser humano y su desmesura han conducido a un estado de colapso a la tierra, el cambio climático avanza indomable sobre ella y su pronóstico nos lleva a la extinción, ante esta situación María Sánchez nos alerta, en boca de los propios elementos de la naturaleza y de una manera bellamente lírica, que aún podemos detenerlo, de lo contrario:
serán otros
los que tengan que aprender
a leer en nuestros huesos
las cenizas de los bosques
que fueron
un día
amplia y amable
sombra
Si en su anterior poemario, Cuaderno de campo, el mundo rural era el centro de su poética, esta se extiende ahora sin límites a cualquier entorno natural, sin por ello alejarse del epicentro desde el que lo observa. Ese mundo poblado de pájaros, alimañas, bestias y otros animales, que la ocupan en su quehacer diario, así como los paisajes, los árboles, las veredas, los ríos, que siluetean su geografía, dan sentido y justifican la defensa de los espacios naturales para las generaciones próximas. El ser humano es responsable de preservar ese bien universal, que es el medio ambiente, pues su intervención agota los recursos naturales, y entonces: ¿quién llorará la muerte de la tierra? ¿quién cumplirá los preceptivos ritos funerarios para con ella? Sólo la historia quedará como huella de su existencia:
de las primeras gotas de lluvia golpeando
contra el cristal
los hijos de la civilización
cuidan con mimo algo que nunca vieron
(…)
canción de la sed
Un futuro distópico, o no, acecha tras largas temporadas de sequía con escasez de lluvia y, con ella, del agua. Compartimos, humanos y naturaleza, la lengua de la sed y ello nos une en nuestra supervivencia, sin embargo, parece que no somos capaces de aprender, aprender a amar la tierra, esa que se transforma constantemente, y, aunque los tiempos van alterando los espacios, estos no se suceden en su evolución orgánica, sino por la intervención del ser humano en nombre de un supuesto progreso asociado al conocimiento:
Por demostrar todo
lo que sabíais
dejasteis entrar la masacre
en el paisaje
Esta intromisión la desvía de su destino originario y, en consecuencia, por ignorancia, desvía el nuestro propio: Quisiste cambiar el rostro de un paisaje / a la fuerza; en ese afán de transformación hay un anhelo de posesión de un territorio, manifestado en la acción de nombrarlo, como si con ello lo hiciésemos nuestro, lo conquistásemos, siendo que no nos pertenece. Nuestra vida se sustenta en esa vida: también de este puñado / de huesos y de tierra / dependen vuestras vidas. Depredadores unos, elegidos otros, y, a estos últimos, se debe designar como herederos y protectores de la huella sobre la tierra, de la memoria:
Fuimos nosotras
quienes aprendimos la historia de nuestras madres
tocando los anillos de los árboles
(…)
guardianas sois
herederas
Y ese conocimiento, esa sabiduría no está escrita en los libros ni en los poemas, sino en la misma naturaleza, y a ella se accede por el instinto y los sentidos. Nos acercamos así a una nueva era climática de dimensiones desconocidas:
ya no llueve no
ya no llueve como antiguamente
una y otra vez repiten
los mayores
(…)
ellos se convertirán en ancestros
nosotros en fantasmas
Idea repetida: Acaso no es una maldición recordar saber de forma exacta cómo llovía antiguamente. El expolio de la naturaleza convertirá en fantasmas a los espacios cuando desaparezca, la desmemoria se impondrá: Nuestra libertad /fue el arroyo que ensuciasteis, aunque ahora el agua ha dejado de correr por los arroyos. No hay agua, ni memoria. Hay hambre y sed. Fuego. Sin embargo, la esperanza no debe perderse: Esta historia también es futuro / en el lecho de los ríos / hallaréis el sortilegio, queda la resistencia y el impulso de no sucumbir, sino de germinar y florecer.
La poeta se reencuentra en la última parte con su infancia y los lazos que la arraigan a la tierra a través de los árboles y sus raíces, esas que hacen nombre, historia y casa. El futuro ya está ahí, sin perderse aún:
no temas al desierto
querrá llevarse cada vez
un trozo distinto
de lo que llamabas hogar
pero no
no puede
porque al fin
estás
en casa
y lo siente
la tierra
María Sánchez ahonda en la tierra y en los espacios a través de una sintaxis afilada que prescinde de los signos de puntuación, permitiendo la amplificación del sentido de un léxico sencillo que adquiere su propio valor connotativo a lo largo del poemario, así como del asíndeton aligerando una lectura abierta. Este necesario y comprometido poemario es un augurio y una plegaria sobre un futuro y un presente que se cierne implacable sobre nuestro entorno, el cual se pregunta si aún existe algo que nos conmueva. Ese entorno, paisaje, mundo se apropia de nuestro lenguaje, de nuestros verbos para sobrevivir en la palabra, pero todavía nos negamos a escucharlo y entenderlo.