Eduardo Martínez Rico/Zenda

Carlos Fortea ganó recientemente el Premio Nacional de Traducción, y es un novelista de reconocido prestigio. Traductor de Kafka, la monumental biografía de Reiner Stach, ha traducido asimismo el segundo tomo de Cartas de Kafka publicado por Galaxia Gutenberg, y presenta en junio su traducción de La metamorfosis. Por otro lado, trabaja en estos momentos en la traducción de El proceso. Este año celebramos el centenario de la muerte del escritor checo. Pensé que Carlos Fortea era una persona muy indicada para hablar de Kafka, e informar a los lectores sobre él y su obra.

—Lo que Kafka publica póstumo sobre todo son las novelas, ¿verdad?

—Lo más relevante sí. Él en vida publicó muy poco. En vida publicó un libro de relatos que se llama Contemplación (fue el primer libro que publicó); después La metamorfosis, y luego un pequeño volumen que reunía La metamorfosis, La condena, En la colonia penitenciaria… Y lo demás fueron pequeñas cosas que fueron saliendo en revistas. Después de eso ya no se publicó nada, entre otras cosas porque cuando él toma conciencia de su enfermedad de alguna manera pierde la motivación.

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—¿Qué ocurrió entonces?

—Kafka escribe con una intensidad brutal hasta que tuvo el vómito de sangre, y de repente cobra conciencia de que se va a morir, y entonces hay una caída total en su producción y en su afán por publicar. De hecho lo que publica lo publica porque se lo piden. Kurt Wolff andaba detrás de él permanentemente desde que le había empezado a publicar. Él vio clarísimamente qué clase de autor era. Wolff fue uno de los pocos que se dieron cuenta de ello en aquel momento, y andaba pidiéndole cosas. Es el primer editor de Kafka, el que le publica La metamorfosis.

—Entonces este editor sí que lo reconoció.

—Totalmente. Son muy interesantes las cartas que se cruzan, porque se ve el respeto con el que Wolff lo trata, lo que no es óbice para que tengan los mismos problemas que hay con todos los editores: Kafka reclamándole que las ventas no se corresponden con lo que deberían ser.

—¿Y no se correspondían?

—Eso no lo sé. Ten en cuenta que ese tipo de cosas yo nunca las he indagado. A mí siempre me ha interesado la parte literaria del asunto, y lo que he podido indagar de Kafka alrededor de eso ha sido en relación con lo que he traducido, lo que he tenido que averiguar para poder traducirlo. Y con el hecho de haber traducido la biografía de Reiner Stach, publicada por Acantilado, que es completísima. Una biografía en dos volúmenes que es la más exhaustiva que se ha hecho sobre Kafka, 2700 páginas.

—¿Cómo es esa biografía?

—Stach hizo ahí una investigación que le llevó muchísimos años, investigación en la que además él estuvo todo el tiempo esperando que terminara el pleito entre los herederos de Max Brod y el Estado de Israel. Porque los herederos de Max Brod retenían una parte de la documentación en el supuesto de que el derecho de explotación lo tenían ellos. Al final el Estado de Israel ganó el pleito, y ahora es el heredero de Kafka. En ese momento se abrió el acceso a los archivos que tenía la familia de Brod, y Stach pudo investigar todo lo que le faltaba. La publicación de esa biografía, que en Alemania se hizo en tres volúmenes, empezaba por el del centro, no por el primero, que trataba la infancia y la adolescencia, porque le faltaban los documentos que estaban en ese archivo. Stach publicó un segundo y un tercer volumen que iban más o menos de La metamorfosis en adelante, y cuando se abrieron los archivos escribió y publicó el primer volumen. Es una historia curiosa.

—¿Y por qué Israel tenía derecho a esto?

—Porque Max Brod lo había dejado como heredero, pero los herederos de la pareja de Brod estaban reteniendo ilegalmente la documentación. Brod había decidido que el legado de Kafka fuera a parar a la Biblioteca Nacional de Israel.

­—Pero llama la atención que él, póstumo, deja las novelas.

—Sí, y muchos pequeños textos, las cartas y todo lo demás.

—¿Y cuentos también?

—Sí, cuentos no publicados en vida. Kafka empezaba muchos textos que no terminaba. Era muy frecuente en él sentarse una noche, empezar un cuento y abandonarlo. No son textos cerrados, pero son textos de gran valor literario. Algunos incluso bastante extensos, que luego no termina.

—Además aunque estén inacabados no por eso carecen de valor. El lector puede acabarlos en su cabeza.

—Claro.

—Pero si no publicó esas novelas es porque estaban inacabadas, supongo.

—Sí, las tres. La historia de su publicación, de su forma de escribir, es muy interesante de seguir en las cartas, porque él en las cartas habla continuamente de lo que hace, especialmente en la época de su noviazgo con Felice, porque le cuenta todo lo que está haciendo. Le va contando que si la novela se le resiste… Me refiero a América, que abandona para empezar a escribir La metamorfosis. Le cuenta todo lo que va haciendo de La metamorfosis, todo lo que opina de ella. Y luego, entre eso y las cartas que se va cruzando con los editores, el lector va sabiendo cosas. En alguna le cuenta a Wolff que está escribiendo una novela. A veces da datos. Él mismo involuntariamente dejó documentadísimo su proceso de documentación. Por esto sabemos que el primer relato que él considera válido es “La condena”. Lo escribió de un tirón en una noche, y lo documenta en las cartas y en su diario de manera absoluta. Es una maravilla. En la edición de La metamorfosis que voy a publicar en junio le he puesto un prólogo en el que precisamente documento la gestación de La metamorfosis a través de sus cartas. Le va contando a Felice Bauer: “Se me resiste el tercer capítulo”; “No estoy nada contento con lo que ha salido”; “No me gusta nada”. La verdad es que es muy interesante. La documentación que dejó es muy abundante.

—¿Y él era justo con su obra? ¿Cuando decía que no le gustaba nada, era malo de verdad?

—¿Pero cómo se define eso? Uno tiene una valoración de lo que aspira a hacer. Entonces, en relación con eso él no estaba contento.

—Pero tú, como lector y como profesor, ¿cómo lo valoras?

—Yo a Kafka lo valoro sobre todo como lector. Yo no me considero un profesor de literatura. Ahí no puedo opinar. Me considero un traductor. A Kafka lo valoro como lector y como traductor. A mí me parece que evidentemente él, ante todo, es único. Lo que más me llama la atención de Kafka es que ha tenido muchos imitadores, pero no seguidores. No hay nadie que pueda decir que escribe en la estela de Kafka. Nadie lo ha conseguido.

—¿Por qué?

—Kafka es un caso de escritor singular, absolutamente, no creo que haya otro. Un caso único. Y su forma de escribir es un acceso a aspectos de la mente humana que yo creo que nadie ha intentado tampoco. Realmente uno va viendo en Kafka cómo él accede a temores de la personalidad, a puntos oscuros, sin pretenderlo. No es una investigación literaria intencional que se ve muchas veces en muchos autores, sino que él escribe lo que le sale. Es literatura pura.

—¿Podrías explicarlo?

—Kafka escribe a impulsos de sus preocupaciones. Y escribe además sin tachones, escribe de una forma completamente elaborada desde el primer momento. Y por eso aventuro que una parte de la indagación es en alguna medida involuntaria, un producto genuino de la propia escritura. Hay muchos autores modernos que dicen que Kafka era un humorista. Es decir, que Kafka realmente lo que escribe es ininteligible si no se entiende el humor judío, y que él es un característico representante del humor judío. Que hay muchísimos textos que hemos leído en clave de pánico, de angustia… que no están escritos así. Dicen. Pero el hecho cierto es que causan angustia. Es indistinguible. Tú puedes estar leyendo fragmentos distintos de un texto donde es evidente el humor, por ejemplo la escena de La metamorfosis en la que aparecen los tres inquilinos, que es profundamente grotesca y está claramente destinada a causar risa, pero a la vez todo lo que ocurre es inquietante, no se puede evitar que lo sea.

—¿Podrías poner otro ejemplo concreto?

—Todo lo que ocurre en El proceso es profundamente inquietante. Toda esa descripción de cómo el agrimensor de El castillo intenta llegar a su empleador, sin conseguirlo nunca, es profundamente inquietante. Da igual que haya momentos en que pueda resultar profundamente humorístico, o que se pueda interpretar en clave humorística. Lo que realmente causa es angustia. Eso es cierto. Es una lectura universal. No hay un lector de Kafka que lo lea tranquilo. Es evidente. Te remueve, te incomoda. Es el resultado real de lo que él hacía.

—A mí me recuerda un poco a Van Gogh. ¿Es posible de algún modo esta identificación?

—Es una idea interesante. Lo que pasa es que de Van Gogh tenemos la fácil explicación de que era una persona perturbada, que a mí me parece una explicación fácil pero que no lo explica todo, y Kafka en cambio era una persona muy normal. Una de las cosas que te molestan cuando hablamos de esto es que banalizamos. La idea es que nosotros nos hemos creado una imagen de Kafka a partir por una parte de sus textos, que son angustiosos, y por otra parte de una iconografía que se ha difundido por el mundo y que es falsa. De todas las fotografías de Kafka, las que más se han difundido son las que lo representan como un hombre enfermo. No era un señor de carácter vampírico; era un señor que tenía una enfermedad que lo estaba consumiendo. Tú ves las fotos que se han difundido tantísimo, que dan esa imagen inquietante, y son las de un hombre enfermo. Porque tú ves sus fotos de joven y es un hombre simpático, con una sonrisa afable, que es como lo recuerda todo el mundo que lo conoció.

—¿Entonces cómo era Kafka?

—Todos los contemporáneos que han escrito sobre él lo recuerdan como un tipo simpático, divertido… que tenía sus manías, porque era un hombre maniático. Manías por ejemplo con la alimentación; era un adelantado total de la comida vegetariana, de la vida al aire libre, que ahora está tan de moda pero que en aquella época sólo hablaban él y cuatro más de ello. Él practicaba una dieta que incluía lo que él consideraba que era lo más saludable. A partir de ahí se ha construido una imagen de rareza que no es real. Era un hombre muy tratable, muy sociable, tímido pero no patológico, como tanta gente.

—Lo que he leído recientemente es que era un hombre con mucho sentido del humor… En fin, que era todo lo contrario de lo que nos hemos imaginado.

—Completamente. Tú lees los comentarios de la gente que lo conoció, y es la típica persona con la que todo el mundo quería estar. La típica persona a la que se le invita a todas las reuniones sociales, porque era alegre, era animado, simpático, ingenioso. Sin perjuicio de que fuera tímido: a lo mejor podía llegar a un sitio y estar dos horas callado. Pero eso no lo convierte en un raro; lo convierte en un tímido. Se ha vendido una imagen muy extraña, que se ha basado en parte en la obra y en parte en la iconografía, pero que luego no tiene nada que ver con la realidad. Igual que cuando lees la correspondencia: las cartas son de una persona muy reflexiva, una persona que le da bastantes vueltas a las cosas, pero que tiene una relación bastante normal con el mundo.

—¿Y por qué crees que escribía?

—Él dice explícitamente en varias ocasiones que él escribe porque no puede hacer otra cosa que escribir. Llega a decirle en una carta a Felice: “Yo soy literatura. Estoy hecho de literatura”. Y además, cuando lees las cartas lo ves, porque las cartas son literatura también. No son cartas escritas a vuela pluma. Son cartas muy pensadas. Él era capaz de escribir cinco cartas en una noche (era un corresponsal compulsivo), y que las cinco estén escritas con una limpieza verbal total. Tenía una conciencia muy grande al empuñar la pluma de que estaba haciendo algo relevante… De hecho, en toda su trayectoria se pasa la vida diciendo que lo que él tiene que hacer es escribir y que todo conspira para que no pueda: el trabajo, el ambiente familiar, en el que siempre hay mucho ruido, mucha distracción… Por eso escribe de noche.

—¿Escribía por las noches?

—Kafka se pasaba las noches en vela para escribir. Y el momento mejor de su vida es cuando su hermana Ottla le consigue la casita que se conserva todavía en el número 22 del Callejón del Oro de Praga, conocido como el “callejón de los alquimistas”. Es una casita que prácticamente no tenía acondicionamiento, no tenía calefacción… que su hermana le pone a su disposición para que escriba. Él se refugia allí para escribir, y es la mejor época de su vida, la más productiva, cuando escribe El proceso. Es una época muy feraz; está absolutamente empeñado en escribir, y en escribir mucho. Él tenía una pulsión por escribir muy grande. Y luego una insatisfacción muy grande con lo que hacía. Por eso abandonaba muchas cosas. Los diarios son interesantísimos por los arranques. En mitad del diario hay un párrafo, que es un párrafo narrativo, y no sigue. Al día siguiente empezaba otra cosa.

—Yo he leído los Diarios.

—Te acordarás de que a veces los retoma. Hay veces que hay hasta tres inicios de un relato, y le va cambiando pequeñas cosas. Para él escribir era fundamental. Era el contenido de su vida, de hecho. Y de ahí la cuestión de su relación con las mujeres, que ha generado mucha historia, a mi juicio equivocada, en torno a sus inhibiciones sexuales. Yo creo que Kafka no tenía inhibición sexual ninguna. Yo creo que lo que a Kafka le pasaba es que cuando pensaba en la influencia que iba a tener la vida familiar en su escritura se echaba atrás.

—¿Cómo pensaba que le iba a influir?

—La idea que tenía de que me voy a casar con una persona y me voy a convertir en alguien con responsabilidades, y esas responsabilidades me van a impedir escribir, es cuando se echaba atrás. No por ningún tipo de problema psicológico o emocional. De hecho, él en su relación con las mujeres era un tipo muy picaflor. Ligaba con toda la que podía. Era muy frecuente que se fuera a un sanatorio y que volviera con una novia. Hay un caso tremendo para mí, que es cuando se produce la ruptura con Felice, en los momentos en que todavía están sin haber acabado el compromiso, que Felice involucra en el asunto a su hermana y a su mejor amiga. Y las dos hablan con Kafka. Y las dos acaban completamente seducidas por él. Se ve en la correspondencia. Kafka entabla con cada una de ellas una relación personalísima, muy intensa. Era una persona con gran facilidad de trato y una atracción hacia las mujeres enorme, muy lejos de todo eso que nos han contado.

—Parece muy sorprendente.

—A mí me llama mucho la atención desde que traduje la biografía y empecé a profundizar más en el personaje fuera de la obra. Me llama la atención hasta qué punto la obra ha sido capaz de influir sobre todo el que se ha acercado a él y deformar su imagen. Yo pienso que ahí se está produciendo un fenómeno de disociación enorme entre lo que escribe un escritor y su vida cotidiana.

—Entonces él no era como escribía, él era de forma completamente diferente.

—En absoluto. O sí era como escribía y no como se mostraba en la realidad, no lo sé. Pero quiero decir que hay una diferenciación muy grande. Cuál es su verdadera personalidad, yo no lo sé. Pero que claramente el Kafka de la vida de Kafka y el Kafka de los libros son dos personas completamente separadas eso es muy visible, a pesar de todos los trasvases, a pesar de que tú puedas rastrear en la obra lo que le estaba pasando en la vida. Eso está clarísimo. Como lo que Canetti escribía de El proceso. Hablaba de que todo El proceso estaba influenciado por la relación con Felice, por la conflictividad de la ruptura… Todo eso son interpretaciones. Pero han acabado contaminando al personaje de tal manera que te acercas a Kafka como a una persona extraña y difícil. No parece que fuera el caso.

—¿Por qué no tuvo más éxito en vida?

—Porque era muy temprano para que la gente entendiera aquello. Hay una carta que reproduzco en el prólogo de La metamorfosis, muy graciosa, de un hombre llamado doctor Sigfried Wolff, que le escribe para decirle: “Mire usted, le he comprado La metamorfosis a mi prima. No ha entendido nada. Yo la he leído también para intentar aclarársela y no he entendido nada. Usted me ha hecho muy desgraciado”. No le entendía nadie. Estaba en una fase en el que el tipo de cosas que él escribía sólo las escribía él. La idea misma de publicar un cuento en el que un señor se ve convertido en un escarabajo y demás era completamente rompedora en aquel momento.

—¿Por qué crees que ocurría eso?

—Sobre todo porque los relatos de Kafka dan claramente la idea de que no te está contando una fantasía, y eso es lo que le hace singular. Dan la idea de que te están contando una realidad alternativa. Pasa un poco como cuando lees a Cortázar. Cuando lees a Cortázar lo que te fascina es que no te está contando fantasías. Tú nunca dirías que es un escritor fantástico. Te está contando una de las vueltas de la realidad. Kafka hace lo mismo. Kafka te está contando una realidad paralela, inquietante y real, posible. Y eso es lo que hace que en aquel momento la gente estuviera muy desconcertada. “¿Qué dice este tío?”. Y además abordando cosas muy íntimas que socialmente no estaban bien vistas.

—¿Por ejemplo?

—“La condena”, por ejemplo, es un relato con una relación paterno-filial cuando las relaciones paterno-filiales no eran para contarlas, por así decirlo. Eran socialmente inconvenientes en la Praga de 1908 a 1912. Creo que esto también se nos olvida: estamos hablando de un autor de una época lejana. Una de las cosas que más me inquietan de la lectura literaria de hoy es que se pierda el contexto, es decir, la idea de decir: “Vamos a acercarnos a Proust”. Lees a Proust ahora y no te parece ni la mitad de innovador de lo que fue. Claro, fue entonces cuando fue innovador. Y ahora lo lees a la luz de lo que Proust ha influido en el mundo. Pues esto es lo mismo.

—¿Cómo leemos a Kafka hoy?

—Tú lees ahora a Kafka a la luz de lo que Kafka ha dejado como herencia. Mucho de lo que él escribió ahora lo intentan escribir muchos más, pero cuando lo escribió él no lo escribía nadie. Ésta es la cuestión básica. En aquella época tú podías leer El Golem porque sabías que era una ficción fantástica, pero lees a Kafka y Kafka no es exactamente una ficción fantástica. Es otra cosa. Yo creo que era demasiado pronto para él. Era un tipo demasiado anticipado a su época, literariamente hablando.

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