A 60 años de su emisión, la Carta de Venecia, documento internacional que marca la pauta para la conservación y la restauración de monumentos y sitios patrimoniales, mantiene su vigencia y refrenda su validez, destaca el arquitecto mexicano Salvador Aceves, quien participó en el congreso que promulgó estos principios en mayo de 1964.

Recuerda en entrevista la pertinencia de un encuentro mundial como el convocado en Venecia, Italia, cuando los países involucrados en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), reconstruían los inmuebles destruidos en la conflagración.

“Estamos hablando de 1963 y 1964; apenas había pasado la reconstrucción de la Segunda Guerra Mundial. De los cincuentas a los setentas fue la obra más importante de rehabilitación, de reconstrucción y de acondicionamiento del patrimonio inmobiliario en general y del patrimonio histórico en particular”, contextualiza Aceves, testigo privilegiado de esta reunión y probablemente uno de los últimos participantes que sobreviven.

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El establecimiento de criterios para la conservación del patrimonio comenzó con la Carta de Atenas, en 1931, pero la reconstrucción de las edificaciones arrasadas durante el conflicto bélico obligó a su revisión, indica quien también se desempeñó como asesor del Consejo Internacional de Museos (ICOM) y coordinador de Monumentos Históricos del INAH.

Aceves, entonces un arquitecto de 27 años que estudiaba en el Politécnico de Milán, no acudió a Venecia como parte de una delegación mexicana: fue invitado por uno de los organizadores del congreso, Piero Gazzola, como arquitecto contemporáneo interesado en el patrimonio, aclara. Los representantes de México fueron Carlos Flores Marini, entonces director del Departamento de Monumentos Coloniales y Ruth Rivera, en representación del Instituto Nacional de Bellas Artes.

“En 1963 vivía en Milán, estaba haciendo mi especialización en Monumentos y Ciudades, y tuve contacto con la gente que estaba haciendo los manifiestos para darle sustancia a la Carta de Venecia. De manera que yo participé desde antes de que existiera la Carta porque hablaba español, y porque mis maestros del Politécnico me recomendaron ante los organizadores del Congreso Internacional de Arquitectos y Técnicos de los Monumentos Históricos, que acuñó la carta, para que participara”.

Aceves destaca los aportes de los arquitectos, quienes promovieron la restauración y la rehabilitación del patrimonio edificado, postura contrapuesta a los que consideraban la arquitectura como obra de arte intocable.

“El congreso estaba muy lastrado por arqueólogos y restauradores de obras de arte, es decir, gente de los museos, y el porcentaje de arquitectos con experiencia en la restauración, en la rehabilitación, en el proyecto y en la investigación sobre los monumentos y con experiencia en obras, no éramos mayoría”.

La corriente interesada sobre todo en el carácter artístico de la arquitectura desconocía los avances de la teoría y de la práctica de la restauración, señala.

“Porque al verla como obra de arte (se vuelve) una cosa intocable, que no se puede intervenir, que no se puede adaptar al tiempo y que no se puede cambiar de destino. Querían, por ejemplo, que los conventos siguieran siendo conventos, aunque ya no hubiera monjes, y si los hacían museos o centros culturales había una opinión muy rasposa”.

Pero prevaleció la visión del monumento como arquitectura y el Centro Histórico como Ciudad, con todas las vinculaciones y las tensiones que tal noción supone.

Así, en la Carta de Venecia se estableció que el uso garantiza la continuidad del monumento.

“Lo empujamos los arquitectos; hay tres personas que fueron muy importantes, y muchas otras que opinaban lo mismo, pero no lo escribieron: Roberto Pane, Corrado Maltese y Piero Gazzola tuvieron esa claridad de expresar lo que todos pensábamos, y no hubo más que un voto en contra: el del representante de los Estados Unidos”.

A veces, reflexiona Aceves, hay que reconstruir partes de un edificio, como ocurrió en el exconvento de Santo Domingo de Guzmán, en Oaxaca.

“El sistema constructivo era el mismo y gracias a eso se pudo instalar el Museo de las Culturas de Oaxaca y se pudo hacer el Jardín Etnobotánico, pero está hecho de acuerdo con las normas y hay toda la relación gráfica y fotográfica de cómo estaba y cómo se fue complementando lo que faltaba y cómo se utilizaron las mismas técnicas y los mismos materiales donde era posible hacerlo”, detalla.

En otros casos de restauración, advierte, habrán de usarse técnicas contemporáneas.

“Porque las técnicas antiguas no pueden ya aplicarse y eso se da mucho en el Valle de México, por las condiciones de vulnerabilidad que tiene el suelo y que cada vez está más frágil debido a la extracción de agua, entonces aquí no podemos cimentar como lo hicieron en la época prehispánica y en la época virreinal y tenemos que irnos a otras profundidades”.

La aportación de la arquitectura contemporánea al patrimonio edificado siempre es benéfica cuando se rige por estos principios, esbozados en la Carta de Venecia, subraya Aceves.

“En realidad”, resume, “en todas las normativas anteriores se trataba a la arquitectura como obra de arte y a la ciudad también, como un relicto artístico, y no se trataba el monumento como arquitectura. El monumento es arquitectura y las zonas históricas son ciudad y la ciudad tiene habitantes y la ciudad tiene demandas de uso, y la arquitectura requiere también un destino que le garantice el porvenir. Entonces ver el monumento como una arquitectura y el centro histórico como parte de una ciudad es una cosa en la que se insistió mucho en Venecia”, puntualiza.

El éxito de la Carta de Venecia, que incorpora también el principio de autenticidad, radica en que está fincada en principios éticos, postula Aceves.

“Y el tiempo ha ratificado que lo que está plasmado en ella era razonable y era deseable que así aconteciera”, concluye.

Afrenta a Tolsá

La reciente restauración de la escultura Esperanza, de Manuel Tolsá, en la Catedral Metropolitana, es una afrenta al autor, consideró Aceves.

“Me parece una afrenta a Tolsá”, afirma.

Pudieron hacer uso de las tecnologías disponibles, dice, como el escáner láser, para saber cómo estaba y después hacerla en tercera dimensión.

“Y así poder completar las partes que le faltaban y esculpirla, fundirla o hacerla en terracota o lo que se quisieran. (Se trataba de que) hicieran algo que tuviera el cociente artístico que tenían las cosas de Tolsá. Eso es una vergüenza, no cabe duda. Es una falsificación”.

Respeto a la esencia

La Carta Internacional sobre la Conservación y la Restauración de Monumentos y Sitios (Carta de Venecia), fue adoptada por el ICOMOS en 1965. Consta de 16 artículos, entre ellos:

– Artículo 1. La noción de monumento histórico comprende la creación arquitectónica aislada así como el conjunto urbano o rural que da testimonio de una civilización particular, de una evolución significativa, o de un acontecimiento histórico. Se refiere no sólo a las grandes creaciones sino también a las obras modestas que han adquirido con el tiempo una significación cultural.

– Artículo 5. La conservación de monumentos siempre resulta favorecida por su dedicación a una función útil a la sociedad; tal dedicación es por supuesto deseable pero no puede alterar la ordenación o decoración de los edificios. Dentro de estos límites es donde se debe concebir y autorizar los acondicionamientos exigidos por la evolución de los usos y costumbres.

– Artículo 9. La restauración es una operación que debe tener un carácter excepcional. Tiene como fin conservar y revelar los valores estéticos e históricos del monumento y se fundamenta en el respeto a la esencia antigua y a los documentos auténticos. Su límite está allí donde comienza la hipótesis: en el plano de las reconstituciones basadas en conjeturas, todo trabajo de complemento reconocido como indispensable por razones estéticas o técnicas aflora de la composición arquitectónica y llevará la marca de nuestro tiempo. La restauración estará siempre precedida y acompañada de un estudio arqueológico e histórico del monumento.

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