Ni Eurovisión sería probablemente lo que es sin ‘Waterloo’, con un sonido y una estética que fijaron la identidad del certamen, ni esta canción se habría convertido en el primer gran éxito de ABBA y un hito de la música mundial si no hubiera triunfado en este concurso hace ya 50 años.
En las 18 ediciones previas del célebre festival europeo nunca se había visto una fórmula igual a la que desplegó un 6 de abril de 1974 en Brighton (Reino Unido) aquel cuarteto bautizado por las iniciales de sus integrantes: Agnetha Fältskog, Björn Ulvaeus, Benny Andersson y Anni-Frid Lyngstad.
Secundados por un director de orquesta vestido de Napoleón, en honor al protagonista de la batalla que sirvió de metáfora sentimental para la canción, presentaron una moderna producción, muy viva y contagiosa, con una sencilla pero emblemática coreografía, una guitarra con forma de estrella concebida para la ocasión y un colorido vestuario.
“Sabían que tenían que producir tanto impacto musical como visual. Ganaran o no, querían asegurarse de que la gente los recordara, de ahí toda esa ropa brillante glam rock y botas de plataforma. No dejaron nada a la improvisación”, asegura a EFE uno de los mayores expertos en ABBA, Carl Magnus Palm, autor del libro ‘ABBA at 50’.
Escrita específicamente para el festival (el letrista Stig Anderson barajó “brevemente” otro título menos llamativo, el de ‘Honey Pie’), con su combinación de pop, rock y “ecos de Rachmaninoff”, otra canción de su repertorio titulada ‘Hasta mañana’ estuvo a punto de ser la postulada.
“Estaba más en la línea de las baladas que sonaban en el festival, pero se decantaron por ‘Waterloo’ finalmente porque era más fiel a como querían presentarse ante el mundo, independientemente del resultado”, cuenta Palm.
Era la primera vez que en Eurovisión se permitía que los países participantes cantaran en otra lengua que no fuese la oficial de sus territorios y, aunque en su preselección lo habían interpretado en sueco, para su presentación europea escogieron el inglés, lo que ayudó a su victoria y posterior éxito internacional.
Llegó a ser número 1 en países como el Reino Unido, la Alemania federal, Bélgica, Finlandia, Irlanda, Noruega y Suiza y se quedó a las puertas en otros como España o Francia. Más aún, tuvo repercusión en territorios ajenos a Eurovisión, como Sudáfrica, Canadá y EE.UU.
Aunque corta, la trayectoria posterior de ABBA no fue exigua ni efímera. Habían publicado ya dos álbumes, incluido el homónimo ‘Waterloo’ (1974), y en los siguentes siete años lanzaron seis más con un saldo de éxitos abrumador: ‘Mamma Mia’, ‘Dancing Queen’, ‘Take A Chance On Me’, ‘Super Trouper’, ‘Chiquitita’, ‘The Winner Taked It All’…
“Antes nadie se interesaba por la música sueca. Una de sus mayores contribuciones fue mostrar a sus paisanos lo que se podía conseguir”, subraya Palm sobre aquel fenómeno que dio a Suecia no solo la primera de sus siete victorias en Eurovisión, sino que fue punta de lanza de una ya larga tradición de exportar talento, con nombres como los de Roxette, Europe, The Cardigans, Ace of Base, Robyn, Swedish House Mafia o el productor Max Martin.
En 1982, convertidos en uno de los grupos con mayores ventas, ABBA anunció su desbandada tras la doble separación sentimental de sus miembros e incapaces de llevar a término los temas nuevos que habían comenzado en un momento en el que su estilo ya no tenía el tirón de los 70. Aún así, su legado siguió generando regalías e interés.
Cincuenta años después, Eurovisión vuelve a Suecia, pero no ABBA, que ha asegurado que no se reunirá para cantar este tema que en 2005 fue votado como el mejor de toda su historia. Y es que el festival los catapultó, pero también ellos volvieron a ponerlo en órbita.
“Durante mucho tiempo quisieron marcar distancias con el certamen para forjarse cierta credibilidad musical. Más recientemente creo que han aceptado esa parte de su historia y prefieren celebrarlo a negar su significado”, concluye Palm.