A pesar de la aureola idílica que rodea a la agricultura y de que nos conecta a la naturaleza, al más puro estilo flower power, lo cierto es que no solo fue producto de los primeros ingenieros genéticos de la historia, sino que desarrollo afectó a nuestra biología y nuestro genoma de tal modo que podríamos decir que nos convirtió en X-men.
Como explica Marcus Chown en su libro El universo en tu bolsillo: “Las plantas que mejor proliferaban eran precisamente aquellas que podían tolerar mejor los entornos artificiales creados por los humanos”. Así que, a la vez que ejercíamos esta selección artificial hace diez mil años, las propias plantas la ejercieron con nosotros.
Mutaciones
La agricultura alteró de forma muy profunda la dieta del ser humano, y también los patógenos con los que se enfrentaron, lo que favoreció determinados genes. Hasta el punto de que los estudios han identificado más de cien genes que se han visto favorecidos por la selección natural reciente, muchos a causa de la agricultura.
Todavía no se conocen todos estos genes ni cómo actuaron, pero un gran porcentaje de ellos fueron resultado del enfrentamiento del ser humano con algunos patógenos mortíferos que fueron favorecidos por la agricultura y sus efectos secundarios (hacinamiento, por ejemplo, al pasar de ser cazadores-recolectores a permanecer en lugares estables en grupos de personas cada vez más grandes): la peste bubónica, la lepra, la fiebre tifoidea, la fiebe de Lassa, la malaria, el sarampión y la tuberculosis.
El otro conjunto de genes que fueron seleccionados positivamente por la agricultura son los que ejercían papeles importantes a la hora de adaptarnos a este nuevo tipo de alimentación y, en general, de los alimentos domesticados, como los animales de granja.
Así pues, muchas adaptaciones surgieron para enfrentarnos a subidas de azúcar en la sangre causadas por la ingesta de muchos carbohidratos, como el gen TCFL2, que promueve la secreción de insulina después del a comida, lo que nos protegió contra la diabetes tipo 2.
El ejemplo más estudiado es el de los genes que ayudan a digerir la leche después del destete: a partir de los cuatro o cinco años de edad, los humanos pre-agricultores dejaban de producir lactasa en su sistema digestivo, lo que les impedía digerir correctamente la leche de cabras o vacas.
Tal y como resume Daniel E. Liberman en su libro La historia del cuerpo humano:
En este sentido, la agricultura claramente estimuló las tasas de evolución porque, a medida que las poblaciones explotaban demográficamente (en un factor de más de mil), cada generación ha producido muchas más mutaciones nuevas sobre las que puede actuar la selección. Los intentos de medir este aumento de diversidad han identificado más de un millón de nuevas variantes genéticas que surgieron en varias poblaciones de todo el planeta durante los últimos centenares de generaciones.