El fundador del psicoanálisis, Sigmund Freud, una vez afirmó que habían existido tres grandes revoluciones científicas para derrocar con éxito a la humanidad de su privilegiada y autónoma percha en el centro del universo.

Primero, dijo, vino Nicolás Copérnico, quien demostró que la tierra no era más que una pequeña mancha en órbita solar en medio de una inmensidad inconcebible. El siguiente fue Darwin, quien demostró que el hombre no era la creación privilegiada de Dios, sino que había descendido de los monos, “implicando en él una naturaleza animal inextirpable”. Finalmente, Freud insistió:

El deseo del hombre por la grandiosidad ahora sufre el tercer y más amargo golpe de la investigación psicológica actual que trata de demostrarle al “ego”de cada uno de nosotros que ni siquiera es dueño de su propia casa, sino que debe permanecer contento con los restos de información más verosímiles sobre lo que ocurre inconscientemente en su propia mente”.

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Si todo esto suena como las divagaciones de un hombre que se acaba de inhalar una línea de cocaína de tamaño industrial, probablemente es porque la aparición del psicoanálisis se debe a la prolongada manipulación de Freud con la materia, que en ese entonces era legal y estaba disponible en las farmacias. Y la cocaína no sólo influyó en el psicoanálisis –también en el descubrimiento del “camino real al inconsciente” en los sueños, y la terapia basada en eso y hasta influyó en la propia disciplina intelectual. De hecho, de acuerdo con Dominic Streatfeild, autor de Cocaine: An Unauthorised Biography, “si alguien es responsable de que la cocaína se haya considerado como una droga recreativa, es Freud”.

Masticar hojas de coca ha sido un elemento básico de la vida en los Andes durante varios milenios, pero fue hasta 1855 que Freidrich Gaedcke la sintetizó por primera vez y la nombró erythroxyline. Ya para mediados de la década de 1880 había adquirido el nombre menos llamativo de “cocaína”, así como el refinamiento de sus procesos de purificación, y las compañías farmacéuticas que lo fabricaban la empezaron a promocionar como la “cura todo”. Freud se enteró de esta nueva droga maravilla por medio de la revista llamada Therapeutic Gazette, propiedad de Parke-Davis, ahora filial de Pfizer, que terminó patrocinándole su mercancía a Freud, de 28 años, para que la probara.

En esta etapa, Freud estaba inhalando por el descubrimiento que le daría renombre. La coca sería su boleto a la fama y la fortuna. Recibió la entrega de su primer lote, de la Angel’s Pharmacy, en abril de 1884, y de inmediato comenzó su auto-experimentación. Todo en nombre de la ciencia.

Ambos efectos físicos y psíquicos tuvieron éxito de inmediato, y en correspondencia Freud describió cómo había empezado a consumirla “contra la depresión y contra la indigestión, y con el éxito más brillante” (también sin duda se dio cuenta de que los efectos secundarios eran más interesantes que con el Gaviscon, un antiácido). A finales de año, publicó un artículo, “Über Coca”, en el que describe “la emoción más hermosa” al ingerirla por primera vez, una “euforia emocionante y duradera”, así como la supresión del cansancio y el hambre .

Sin embargo, al parecer Freud ya lo hacía menos cuando escribió sobre las propiedades adictivas y los efectos secundarios de la cocaína: “Me parece digno mencionar –y lo descubrí por experiencia propia y por la de otros observadores que fueron capaces de juzgar tales cosas– una primera dosis o incluso dosis repetidas de coca no producen ningún deseo compulsivo de usar más el estimulante, al contrario, uno siente cierta aversión desmotivada a la sustancia”.

Quizás la falta de dependencia del buen doctor era simplemente porque nunca llegó al final de la bolsita. Como el compañero conejillo de Indias, Bez, Freud siempre debe haber estado una línea por delante del bajón.

Si uno trabaja intensamente mientras está bajo la influencia de la coca, después de tres a cinco horas hay una disminución en el sentimiento de bienestar, y una dosis adicional de coca es necesaria para evitar el cansancio…”

Freud pronto envió muestras a sus amigos en la profesión médica, citando su posible aplicación como estimulante mental, un tratamiento para el asma y los trastornos de la alimentación, un afrodisíaco (hay que preguntarse si el célebre interés de Freud por el fetichismo sexual se cristalizó durante un pasón/maratón de masturbación de cuatro horas), y, alarmantemente, como una cura para la adicción a la morfina y el alcohol. Se lo presentó a Ernst von Fleischl-Marxow, un amigo fisiólogo que tomó morfina por el dolor crónico que sufrió en un la herida de uno de sus pulgares al disecar un cadáver. En lugar de neutralizar su adicción, añadió otra a la olla. Fleischl-Marxow se gastaba muchísimo dinero en su adicción, y siete años después murió a la edad de 45 años.

Una aplicación médica más exitosa la descubrió un amigo oftalmólogo, Karl Koller, el primero en darse cuenta de que los efectos anestésicos de la cocaína podrían ser útiles como un anestésico local en las operaciones oculares. Koller no adquirió el mismo gusto personal por la droga que Freud, esto lo sabemos porque se encontró una muestra sin utilizar en 1995 entre una colección de sus papeles alojados en la sala de lectura de la Biblioteca del Congreso. Freud sin duda hubiera lamido la bolsa hasta dejarla limpia.

El afán que estaban experimentando con la coca los colegas profesionales de Freud era muy grande y las cosas se pusieron un poco difíciles con todas las especulaciones exageradas. El doctor Wilhelm Fleiss, otorrinolaringólogo alemán (especialista en oídos, nariz y garganta), publicó un artículo titulado “La Relación entre la Nariz y los Órganos Sexuales Femeninos”, en el que especulaba que la nariz era un microcosmos del cuerpo, y que cualquier dolencia podía ser tratada con la cocaína si encontraban su localización en la nariz.

Mientras trataban de curar a una mujer de histeria –una neurosis que creían provenía de la vagina– Freud y Fleiss arruinaron la operación y casi matan a la paciente que después quedó inmortalizada como “Irma” en The Interpretation of Dreams, donde Freud describe un episodio que hoy hubiera acabado en desgracia, en la pérdida de su licencia para practicar, incluso hubiera acabado en la cárcel.

En cambio, Freud elaboraría las diversas teorías que forman la base del psicoanálisis: conceptos como el ello, el yo y el superyó; la libido como energía sexual que flota libremente; el Complejo de Edipo, mientras distribuían enormes cantidades de cocaína a los neuróticos vieneses de clase media que venían a platicar de sus interminables problemas con él, y de los cuales Freud siempre pensaba, que eran por sus padres y su propia inadaptación a las normas burguesas (que quedaron intactas, haciendo del psicoanálisis una disciplina capitalista).

De este modo, Gilles Deleuze y Félix Guattari, en su psicoanálisis Anti-Edipo, describen tres partes de la carrera de Freud: “el elemento exploratorio, pionero y revolucionario”. Era “un fantástico Cristóbal Colón, un brillante lector burgués de Goethe, Shakespeare y Sófocles y un Al Capone enmascarado”. No sabían que esta terapia era alimentada por la cocaína.

A pesar de su popularidad perdurable entre los que tienen el ingreso suficiente para recibirlo, hoy muchos consideran al psicoanálisis una disciplina desacreditada. Sus críticos siempre lo consideraron una pseudociencia (el propio Freud esperaba que sus conceptos teóricos barrocos fueran probados más tarde por la neurociencia), incluso antes de que su adicción a la coca –que algunos clasifican como abuso de sustancias en lugar de adicción– saliera a la luz.

Los escépticos apuntan a la influencia de la cocaína en su obra maestra, en La interpretación de los sueños, que al parecer fue inspirado por la cocaína. 

Me veo como un muñeco de nieve, con una nariz de zanahoria, de pie en un vasto campo de nieve prístina, que de repente se derrite, mi nariz se cae junto conmigo y me deja con una sensación de vacío profundo…” Se trata de la ansiedad de la fertilidad: la zanahoria es tu pene…”

El alboroto de Freud terminó abruptamente en 1896, al día siguiente del funeral de su padre, después de haber sido esclavo de la dama blanca durante 12 años. Es difícil creer que pudiera haber interpretado esto como una mera coincidencia, aunque sí hace que nos preguntemos cómo podría haber sido la historia intelectual europea si Freud estuviera probando de manera heroica otras drogas recreativas que ahora están prohibidas.

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