Algunos espacios comienzan a abrir sus puertas después de meses. En artistas y empresarios se mezcla ilusión con poca rentabilidad, pero los impulsa la idea de poner de nuevo a flote este tesoro cultural e identitario de España.

María Carrasco canta eso de “sueño que sueño que el mundo es flamenco; como el Sol, la sal, el son; como tú: sin saber, lo llevas dentro”. Quizás, en medio de una pandemia que ha aniquilado ciertas manifestaciones artísticas, responde esa letra a un anhelo inalcanzable. El flamenco, patrimonio y símbolo de la identidad española por antonomasia, ha atravesado un purgatorio que lo puso en aprietos.

El cierre de tablaos, unido a la cancelación de festivales o representaciones teatrales, tenía al sector en ascuas.

Pero los sueños a veces se cumplen. No de un día para otro, sino con la constancia de un gremio acostumbrado a alumbrar el duende hasta en las peores circunstancias. Ese concepto inmaterial se ha guarecido a la sombra, esperando el momento oportuno, y comienza a salir poco a poco. Por lo pronto, algunos tablaos míticos de Madrid ya han desempolvado el almanaque y ofrecen a cuentagotas sus espectáculos. El aforo es aún más reducido. Las ganas, inmensas.

“Ha sido muy emocionante. Creo que hemos valorado más lo que teníamos”, consideró Laura Abadía, cantaora y directora artística de Cardamomo. Este tablao, situado en el centro de Madrid, es el único que ofrece pases a diario desde finales de 2020. “Para la sala ha sido una hecatombe. Llevábamos un 2019 con un programa muy estresante. Tuvimos unos 90 mil espectadores y a los artistas les sirvió, al principio, para parar. Pero luego entró el temor de no volver, porque aquí es donde nos expresamos, improvisamos. Ha sido un luto”, señaló antes de subir al escenario.

En él, Diana Jaramillo, responsable de sala, introdujo a la agrupación y agradeció la asistencia del público. “Es lo más bonito –expresó– y aunque hayan sido tiempos duros, que a todos nos han tocado, estamos con más ganas, con más ingenio, para seguir entregando alegría. Les voy a pedir que valoren lo que van a ver porque es una joya”. En las mesas, extranjeros y españoles aplaudieron los primeros acordes. El baile y el cante posterior, arropado por la penumbra de las gradas, hizo fluir una catarsis colectiva de olés y demás jaleo.

Ignacio, Juan y Nacho, en la primera fila, acompañaron el espectáculo con una paella y cerveza. Vinieron desde Cuenca, arrastrados por uno de ellos, y repetirían sin dudar: “Está muy bien. A mí me gusta mucho y debería haber más”, resumió uno. El resto animaba con las palmas, brindó por el final de una botella de vino tinto y se hizo fotos en el vestíbulo. En sus 27 años de historia, por el Cardamomo han pasado figuras como Diego El Cigala, Antonio Carmona, Raimundo Amador, Joaquín Cortés y Estrella Morente.

Oscurece al ritmo de unas castañuelas clandestinas: en el local de al lado, los músicos calentaban para el siguiente concierto, que dependería de la afluencia. Refrescaban la garganta con agua y saludan a los espectadores. Aseguraban estar “muy contentos” por este regreso. “Los tablaos se han lanzado a una lucha cuerpo a cuerpo con el flamenco”, opinó María Juncal.

Resurgirán con fuerza

“Esto va a resurgir con fuerza y, en cualquier caso, el flamenco y los flamencos se han adaptado desde siempre”, sentenció Juncal. Parece parafrasear a Federico García Lorca, que cantaba eso de: “Empieza el llanto de la guitarra, se rompen las copas de madrugada. Empieza el llanto de la guitarra. Es inútil callarla. Es imposible callarla”.

La bailaora canaria ofrece hasta el 4 de julio su obra La vida es un romance, en el teatro Cofidis Alcázar. A ella, la epidemia le cortó de raíz su agenda estival y giras a lo largo de Portugal y Estados Unidos. De repente, lo que pensaba que sería una bocanada de aire para “despejar la mente”, se volvió bloqueo.

Juncal, curtida en compañías que han actuado desde Japón hasta Venezuela, se apenó por el cierre de lúgares célebres, como Casa Patas o Villa Rosa, el más antiguo de Madrid. “Me entristece que estos sitios no continúen, y que el flamenco se haya considerado como algo para extranjeros y necesitara a los turistas, porque no tiene nacionalidad: yo lo hago igual para los de aquí que para los de fuera. No bailo para un extranjero: bailo y punto”, señaló.

La falta de tradición en su tierra –exceptuando Andalucía, la cuna– y los circuitos más fanáticos, ha jugado en contra de este arte, considerado desde 2010 patrimonio inmaterial de la humanidad por la Unesco. Según la Asociación Nacional de Tablaos Flamencos, antes de la pandemia 90 por ciento de los asistentes a eran extranjeros.

Estimó que estos espacios atraen a unos 6.8 millones de visitantes internacionales al año. Cada uno invierte 7.384 millones de euros como media en hoteles, restaurantes, comercios y transporte. “Ahora se está abriendo de forma emocional. No podíamos seguir cerrados”, indicó. Es parte del Corral de la Morería, que reabrió con un espectáculo semanal para celebrar su 65 aniversario.

“Resurgir es irreal. Es casi un suicidio colectivo, porque no es rentable”, protestó Armando del Rey. Pidió la flexibilización del aforo y subvenciones como a otros ámbitos culturales. “El problema es que nos ha tocado todo. No han llegado las ayudas de hostelería ni nos han dejado sacar terraza. Al final, somos cultura y la están dejando morir”, sostuvo quien defiende que los 93 tablaos de España dan sustento a 95 por ciento de artistas.

Su hermano, Juanma del Rey (ambos son hijos de la bailaora y coreógrafa Blanca del Rey), abogó por lo mismo.

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