Elena Poniatowska

Doña Conchita Calvillo de Nava se fue al cielo a las 12 del día, el pasado 7 de mayo, en su casa de puertas abiertas a todos en San Luis Potosí, su tierra. Mujer de virtudes extraordinarias, la conocí gracias a su hermano, Manuel Calvillo, poeta y secretario de Alfonso Reyes; tuve la dicha de tratar a su notable familia, sobre todo a Luis, su hijo, y a Patricia, su nuera. A quien ya no conocí fue a Salvador Nava, quien murió demasiado pronto.

Egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México, Salvador Nava fue un oftalmólogo que se inició en el Hospital General de México, pero regresó a su querido San Luis. Su total entrega lo hizo muy querido y su consultorio se convirtió en corte de los milagros.

Su carrera política se inició en 1958 como opositor del tirano Gonzalo N. Santos. En la revista Siempre! recuerdo que los editorialistas hablaban de Gonzalo N. Santos como de un cacique, y que Salvador Nava encabezaba la oposición y que todos lo querían. Dulce y tranquila, doña Conchita lo apoyó marchando en la calle a su lado y oyendo a todos los quejosos en su casa de puertas abiertas.

Si las mañaneras de Andrés Manuel López Obrador tienen un antecedente, quizá se encuentre en la costumbre de Salvador Nava a la sazón presidente municipal.

El médico decidió publicar noticias de su gobierno en unos tableros en los muros del palacio municipal que fungieron como termómetro. Insistió en que todos los gastos se divulgaran para que cualquier transeúnte pudiera enterarse de los actos del gobierno con sólo leer los tableros. Leal y comprometida, doña Conchita lo apoyó en todo.

¿A qué político se le había ocurrido enterar así a la población? Sólo a Salvador Nava podría habérsele ocurrido sacar a la luz las finanzas de su mandato. La honestidad de su gestión le dio confianza a los renuentes y su entrega le ganó la admiración de una multitud de potosinos, pero el odio de sus adversarios y, sobre todo, de muchos afectados hizo exclamar a varios detractores: “¡Qué medida política tan ingenua!” “Nava confunde al gobierno con un confesionario”.

En 1960, don Salvador se postuló como candidato a gobernador de San Luis Potosí. Quienes se sentían aludidos iniciaron campañas en su contra y en contra del navismo, movimiento basado en la honestidad de toda la familia Nava.

La fortaleza de doña Conchita, su compañera de vida, pavimentó ese camino que habría de convertir a su familia en un baluarte político fuera de serie.

Ser un hombre tan recto le atrajo el amor del pueblo, pero el odio de sus adversarios. En México, en política y para nuestra desgracia, ser honesto tiene su precio.

Nava fundó el Partido Demócrata Potosino, con el que se postuló al gobierno de San Luis. El PRI le dio la victoria a su candidato Manuel López Dávila y los navistas impugnaron la elección con protestas reprimidas en la calle. Bernardo Bátiz, a quien tanto queremos y admiramos en La Jornada, participó en esas manifestaciones, cuando era un joven imberbe y escribió de don Salvador Nava: “Él mismo se define como hombre común y corriente, y eso es lo que despierta más admiración; la democracia es cosa de hombres comunes y corrientes, de ciudadanos que viven de su trabajo y además se ocupan de la política sin hacer muchos aspavientos, sin dar al hecho una importancia mayor”.

La democracia también fue el gran objetivo de la lucha de doña Conchita, a quien los zapatistas eligieron en 1994 cuando ya Salvador Nava había fallecido. Amable y sonriente, dulce y tranquila, su presencia fue un bálsamo y aguantó todas las limitaciones e incomodidades de su estancia en Chiapas. A petición del obispo Samuel Ruiz García, los zapatistas la honraron dándole el papel de primera juez de la Comisión Nacional de Intermediación entre el ejército zapatista y el gobierno de México. (Claro que doña Conchita se inclinó por los primeros.)

Las reuniones duraron de 1994 a 1998; recuerdo cómo Juanita García Robles, esposa de uno de los mejores cancilleres de México, y juez y parte, admiraba la entereza, la lucidez de doña Conchita. “Sus palabras llenas de sentido común, de respeto y de prudencia son las que nos guían”, declaró la esposa de Alfonso García Robles.

Doña Conchita ya sabía a lo que se enfrentaba yendo a la selva, porque casi 30 años antes, el 15 de septiembre de 1961, un conflicto armado entre navistas y fuerzas públicas dejó a varios muertos en la capital de San Luis. El ejército arrestó a Salvador Nava. Doña Conchita vivió en carne propia todo lo que sufre la mujer de un preso y se dedicó a llevar comida a su marido en la cárcel.

Salvador Nava salió libre, pero al mes de nuevo fue arrestado. El 5 de febrero de 1963, ingresó a la Penitenciaría de San Luis Potosí donde lo torturaron. Entonces, doña Conchita le aconsejó: “Quizá sería mejor que dejaras la lucha, por ti, por nuestros hijos, por mí, pero haré lo que tú decidas. Lo que sí quiero que sepas es que estás en peligro de muerte”, le aseguró con la entereza de su actitud y de su casa abierta a todos.

A pesar de encarcelamientos y golpes, la política no dejó a don Salvador, y en 1981 fundó el Frente Cívico Potosino. El PAN y el PDM lo postularon como candidato a presidente municipal.

En esa época, trabajaba yo de reportera en la revista Siempre!, que dirigía José Pagés Llergo, y recuerdo que, en su ausencia, el potosino Francisco Martínez de la Vega dirigía las páginas color chocolate. Martínez de la Vega incidía en el quehacer político con sus editoriales. Entraba a casa de Iván Restrepo con una charola de pasteles. En la mesa de Iván, se hablaba de San Luis Potosí y los merengues representaban la bondad de Martínez de la Vega, pero no se pronunciaba el nombre de Salvador Nava.

Don Salvador, enfermo de cáncer, se postuló a gobernador con el PRD (creo). Ganó el 18 de agosto de 1991, pero el gobierno reconoció a un joven Fausto Zapata, del PRI. “Muy cotorro”, decían en casa de Iván Restrepo. Nava denunció el fraude y vino a pie desde San Luis Potosí del brazo de doña Conchita, y ambos encabezaron una marcha memorable: la Marcha por la Dignidad. A Zapata, lo sustituyó Gonzalo Martínez Corbalá, quien había sido nuestro buen embajador en Chile ante el buen gobierno de Salvador Allende.

Además de acompañar al doctor Nava en su lucha que incluye cárceles, huelgas de hambre, traiciones y sentencias a muerte, doña Conchita fue el personaje principal de un acto de resistencia civil pacífica que todavía hoy recordamos los amigos de la familia Nava. Para mí, doña Conchita fue un ejemplo de congruencia política, una luchadora social además de madre de una estirpe de patriotas. Dura consigo misma, consentía a quienes se le acercaban.

La recordamos en la selva de Chiapas en 1994, en la Comisión Nacional de Intermediación al lado de Juanita García Robles, mujer comprometida, esposa del ex secretario de Relaciones Exteriores; del gran jornalero zapatista, Pablo González Casanova, y de los poetas chiapanecos Óscar Oliva y Juan Bañuelos.

Publicidad