Edward Lovett fue un folclorista amateur británico que dedicó su vida a recopilar amuletos de la suerteque los soldados que lucharon en la Primera Guerra Mundial llevaron al frente. Murió en 1933, pero hasta entonces había conseguido reunir unos 1.400 objetos en los que los combatientes en la primera gran guerra del siglo XX confiaban en que les ayudarían a regresar sanos y salvos a casa.

Lovett era un londinense que trabajaba de cajero de banco de día pero el resto de su tiempo, sobre todo entre la década de 1910 y la siguiente, lo dedicó en cuerpo y alma a recolectar amuletos y talismanes. Su colección es impresionante pero también poseyó un gran cantidad de amuletos que habían sido propiedad de ciudadanos de a pie.

Algunas de estas piezas, entre cuyos poderes se suponía que podían curar las enfermedades, trasladarlas a los enemigos o atraer la buena suerte, se pueden ver online en la web de Wellcome Collection.

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La colección de Lovett es inabarcable pero entre otros podemos ver un trébol de cuatro hojas de mármol, una herradura de la suerte fabricada a partir de un trozo de casco alemán por un soldado belga herido, un cerdito de la suerte tallado en una pieza de roble irlandés o la insólita botellita mágica repleta de uñas de los dedos.

Otros ejemplos, no menos raros, que merecerían la pena ser mencionados serían ese fragmento de carbón enviado a un soldado al frente con la misión de que le diera buena suerte, una pequeña bota realizada con mármol de Connemara que un soldado irlandés llevó como colgante, un broche con la figura de un gato negro que un soldado inglés llevó en el frente, o un mono chino tallado en esteatita que acompañó en su aventura bélica a un soldado inglés y a otro japonés.

Gracias a The First World War Galleries, un libro de Paul Cornish que recopila material existente en las colecciones de varios museos sobre la Primera Guerra Mundial, podemos ver algunas de estas piezas en todo su esplendor. Todas ellas son restos de una crudelísima contienda, un tiempo de crisis en el mundo, períodos en los que Edward Lovett creía que la gente era más receptiva a creer en los amuletos.

Que tuvieran o no poderes sobrenaturales estas pequeñas piezas de arte solo lo habrán experimentado los propios soldados que participaron en aquellas batallas.

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