Por Juana Elizabeth Castro López

La fe no es un artículo religioso. La fe es creer, es confiar; lo contrario de la fe es la incredulidad. No podemos decir que tenemos fe tan sólo porque estamos en una religión; ese tipo de fe es muerta, es improductiva, es fanatismo, es peligrosa porque conduce a la frustración y puede degenerar en apostasía (rebelión contra Dios). 

La fe nace,  se alimenta y apoya en la integridad, congruencia y fidelidad de aquel en quien creemos. Una persona puede ser digna de crédito o no serlo; esto dependerá de los hechos de esa persona. Así, por ejemplo, nadie cree en un presidente corrupto que trafica influencias y hunde a su país en la pobreza y la inseguridad,  mientras él y su élite se enriquecen a costillas del pueblo al que ellos han desheredado. Una persona así, nunca será digna de confianza. De allí que, la fe es creer en alguien que es totalmente merecedor de confianza. 

En este sentido, para tener fe en Dios además de saber que existe es necesario conocerlo de cerca. Y, para que la fe produzca milagros debe estar apegada a la divinidad. Pero, acercarse a Dios es humanamente imposible. Bajo el lente del mensaje cristocéntrico por excelencia se revela que antes de la obra vicaria de Jesucristo, es decir, antes de que él, sin deberla, sino sólo por amor a la humanidad, pagara en su lugar, la deuda de esta para con Dios, no era posible que un pecador se pudiera acercar a él y conocerlo. 

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Pero ahora, la sentencia de muerte de los culpables cumplida en Jesucristo, paga la deuda de los que ponen su confianza en él, pues, al hacerlo la justicia se cumple en ellos, ya que, los transgresores mueren juntamente con Jesús en la cruz y juntamente con él resucitan en la vida de él, la cual es vida eterna. Por lo tanto, acercarse a Dios es posible sólo por medio de Jesús, por eso él dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan).  Esa proximidad que es en y por Jesucristo, hace posible entablar una relación cercana; pues el que cree nace a esa vida nueva, que no es en la carne sino en el espíritu y por voluntad de Dios; quien literalmente adopta a los creyentes como hijos suyos (Juan). Por lo cual, pueden llamarlo “Padre nuestro”, acercarse a él en oración, ser escuchados y atendidos como coherederos, juntamente con el Unigénito Hijo de Dios.

La fe que mueve montañas se cimienta en el conocimiento de la soberana y poderosa autoridad divina. Jesús había autorizado a sus discípulos para liberar a las personas endemoniadas, pero, un día un demonio se les resistió; entonces, el padre del endemoniado clamó a Jesús y,  él, lo liberó. Cuando sus discípulos le preguntaron por qué ellos no habían podido arrojar al demonio, Jesús les contestó: “Por vuestra poca fe; porque de cierto os digo, que si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará; y nada os será imposible” (Mateo). En otras palabras, les estaba diciendo que por desconfiar, ellos mismos habían bloqueado el milagro. Sí, por dudar de la autoridad delegada a ellos por Jesús. Esto nos permite entender por qué las Sagradas Escrituras dicen: “Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan (Hebreos). El incrédulo se priva a sí mismo de los galardones divinos y se enlaza a los altibajos de lo  fortuito y de la casualidad.  

En conclusión, no se puede creer a medias;  se tiene confianza o se desconfía. No conocer a Dios es no saber cuán digno de credibilidad es. Jesús es el camino para conocerlo. La fe que mueve montañas sólo existe en quien conoce a Dios en el poder de su magnificencia y confía en él porque, aunque tenga problemas, delante de sus ojos será removida la montaña de dificultades para que él pase sin apuro. Pues, fieles son las promesas que Dios ha dado a los que creen en él: “Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti” (Isaías). No dice que no pasaremos por fuego sino que cuando pasemos, no nos quemará. 

¿De qué tamaño es tu fe? Quien ha creído en un dios, con minúscula; no puede tener fe.  Cuando conocemos a Dios empezamos a confiar en su soberana omnipotencia, omnisciencia, omnipresencia, fidelidad y  amor; entonces se forma una pequeña semilla de fe con  potencial para crecer y descansar en certidumbre en el único que merece toda nuestra confianza, pues: “Dios no es hombre, para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta. Él dijo, ¿y no hará? Habló, ¿y no lo ejecutará?” (Números).

La  forma milagrosa en que una persona supera los desafíos de la vida demuestra cuánto conoce a Dios, cuánto le cree, cuánta confianza le tiene, cuán íntima es su relación con él y cuán apegado está a él. 

juanaeli.castrol2@gmail.com

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