Por Héctor Gónzalez Aguilar

Nacido un 14 de diciembre de 1853, Salvador Díaz Mirón se distinguió por su eterna inconformidad, se recuerdan sus pleitos y sus disputas, pero esto empequeñece ante el vigor de su poesía que sigue cautivando al público tanto como a los especialistas.

Al igual que muchos de los hombres letrados del siglo XIX mexicano, Salvador Díaz Mirón ejerció el periodismo, la política y la literatura. Su vida pública se desarrolló principalmente durante el Porfiriato, se caracterizó por su combatividad, desde sus cargos en el gobierno defendía las causas de los desvalidos, Justo Sierra lo llamó “paladín nato de las causas populares”; también fue algo pendenciero, su afición por los pleitos y por los duelos es ampliamente conocida; durante el periodo revolucionario trabajó por unos meses en el gobierno usurpador de Victoriano Huerta; al final de su vida rechazó los homenajes así como la ayuda económica que le ofreció el gobierno, pero ha sido su producción poética lo que lo mantiene vivo.

La calidad de su pluma y lo explosivo de su carácter comenzaron a ser conocidos al mismo tiempo. El 28 de junio de 1874 un periódico de Veracruz le publicó un poema titulado “Un beso de adiós”. No era su primera creación, en su libro sobre nuestro personaje, Manuel Sol relata la increíble polvareda que desató el joven poeta a raíz de unos comentarios –no negativos- de Anselmo de la Portilla sobre la publicación. Luego que varios renombrados escritores externaron su opinión, Díaz Mirón reconoció su error al juzgar de mala manera la opinión de otros.

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La obra poética de Díaz Mirón se introduce por varias vertientes y en todas ellas logra sobresalir. Es romántica en el sentido de Víctor Hugo, comprometida socialmente, escribe en favor de la gente pobre y muestra la necesidad de luchar junto con el pueblo. Otra vertiente se originó como resultado de la influencia de los parnasianos franceses que exaltan el arte como tal, es impresionista y perfeccionista. Para Octavio Paz, la poesía de Díaz Mirón evoluciona del romanticismo al clasicismo, la mayoría de los críticos ubican al poeta como un precursor del modernismo. 

Para nosotros, los legos, los versos de Díaz Mirón son románticos al modo de los enamorados o de los bohemios; son fogosos e incendiarios en todos sentidos, incluido el erótico; en ocasiones se muestran demasiado sensibles y pueden parecernos cursis; y si se le busca se encontrarán algunos toques machistas, muy propios de su época y muy al estilo de los mexicanos.

Por lo anterior, la obra de Díaz Mirón tiene una virtud que muchos poetas de elite consideran de mal gusto: es popular, no es extraño que lo haya sido a fines del siglo XIX, cuando la población medianamente educada consumía poesía como pan caliente, lo inusual es que lo siga siendo en nuestros días, basta echar una ojeada en internet para comprobarlo.

¿Quién no conoce “A Gloria”, un poema que recorrió todos los países hispanohablantes, que ha sido declamado infinitamente y del que, incluso, existe una versión musicalizada por el grupo Los tres de Coatepec?

¿Y quién no recuerda a “Paquito”’, esa historia conmovedora hasta el delirio que se declamaba en las escuelas? Paquito es un niño desvalido, de “mechas crecidas y rubias”, que ante la tumba de su madre promete ser bueno y no hacer travesuras. El poema es tan conocido como tan poco apreciado por la crítica literaria; aunque aquí hay buenas noticias, Sandro Cohen define a “Paquito” como una obra maestra, una de esas creaciones que dan la sensación de simpleza, pero que su gestación, para dar ese efecto, debió ser muy complicada.

Lascas, uno de los libros más reconocidos de la poesía mexicana, es la síntesis de la evolución hacia la perfección. José Almoina asegura que una estancia de cuatro años en la cárcel fue lo que condujo a Díaz Mirón hacia Lascas, un libro de “orfebrería poética”; de no haber sido por ese encarcelamiento, dice el crítico, tal vez  ahora, en lugar de la poesía diazmironiana se hablaría de su carrera política y de sus discursos.

A raíz de la publicación de Lascas, en 1901, el poeta menospreció su obra anterior porque alguien se la publicó en Estados Unidos sin su consentimiento y sin pagarle regalías. Luego se arrepintió y dijo que era imposible menospreciar una obra que otros admiraban.

El poema “A Gloria” pertenece a su primera época; ahí, en un arranque de euforia intelectual, Díaz Mirón se describe a sí mismo, en una estrofa nos dice: “hay plumajes que cruzan el pantano y no se manchan… ¡Mi plumaje es de ésos!”.

La expresión vale en el contexto del poema, pero no puede aplicarse a la vida del poeta veracruzano; Salvador Díaz Mirón, necio, empecinado, cruzó una y otra vez el pantano, pero no salió impoluto como afirma. No obstante, su poesía, sea la popular o la excelsa, no sólo lo salva y lo desmancha, sino que también lo lava, lo plancha y lo deja reluciente, listo para ser admirado en todo su esplendor.

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