Juana Elizabeth Castro López

Aunque parezca mentira, tristemente, la historia confirma que el hombre inventó a dios. Pero, también es cierto que Dios creó al hombre. En esta aparente paradoja  hay varias cosas que aclarar, pero sólo abordaremos dos: En primer lugar: ¿qué clase de dios crea el hombre? Y, en segundo lugar: a  Dios no se le inventa, se le conoce. 

Los antiguos textos veterotestamentarios fueron escritos originalmente, en su mayor parte, en hebreo. En español “crear” es un verbo genérico, no así en hebreo. El vocablo bará (crear) es un verbo exclusivo de Dios, pues significa “crear algo a partir de la nada”. Así, leemos en Bereshit o Génesis: “Y creó Dios al hombre…”. Mientras que el verbo yatzer quiere decir “formar a partir de algo”. 

¿El hombre creó a Dios? Queda claro que las criaturas no pueden crear al Creador en el sentido del verbo hebreo bará. Sin embargo, el hombre si puede hacer dioses (yatzer) cuando, a partir de una confusa noción de divinidad, percibe equivocadamente las cosas creadas y las deifica. Ejemplos sobran: Zeus, el dios sol, la diosa madre, el patrono de los casos desesperados; la lista es infinita, porque la creatividad humana no tiene límites. 

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Por otra parte, también, una persona fabrica a Dios cuando no busca conocerlo sino que prefiere elaborarse una idea acerca de la divinidad, a tono con su forma de vida. De tal manera, que no quiere seguir a Dios sino que Dios la siga a ella. En todos los casos, el hombre termina creando dioses (con “d” minúscula). Acerca de esto, la nación de Israel fue advertida para que no copiara las costumbres de las naciones idólatras. Se le dijo que cuando el Señor les habló nunca vieron ninguna figura; que, por lo tanto, tuvieran mucho cuidado de no corromperse haciendo ídolos o figuras “con forma o imagen de hombre o de mujer,  o imágenes de animales…” (Deuteronomio). 

A  Dios no se le inventa, se le conoce. Vivir sin conocer a Dios es inexcusable. “Porque desde la creación del mundo las cualidades invisibles de Dios, es decir, su eterno poder y su naturaleza divina, se perciben claramente a través de lo que él creó, de modo que nadie tiene excusa” (Romanos). En otras palabras, aunque un hombre viva en una isla y nunca haya oído hablar de Dios, sabe que todas las cosas que le rodean fueron hechas por un Creador. Pero, no basta saber que existe, además se le debe conocer, para no confundirlo con las criaturas. De esta manera, no se corre el peligro de vivir y morir engañado, al inventar dioses a modo.

Desafortunadamente, hay quienes mueren creyendo que Dios existe, pero sin conocerlo. Tal es el caso de un joven rico que sabía que Dios existía, pero no le conocía. Le preguntó a Jesús: ¿qué haré para heredar la vida eterna? El Maestro, entonces, le habló de guardar la voluntad de Dios expresada en los mandamientos. El joven afirmó que los guardaba. “Jesús lo miró con amor y añadió: —Una sola cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo. Luego ven y sígueme. Pero él, afligido por esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones” (Marcos). Así el joven desdeñó seguir a Dios por seguir a su dios (el dinero). Y, no es que las  riquezas sean malas sino la avaricia o  apego a las riquezas, pues esto es idolatría (Lucas). Por esto, Jesús dijo a sus discípulos: “¡cuán difícil les es entrar en el reino de Dios, a los que confían en las riquezas!” (Marcos). Esperanzado en sus riquezas, más que en el llamado de  Jesús, e ignorando peligrosamente su idolatría, el joven se retiró creyendo que por sus “buenas obras” podía tener vida eterna. Pero, no es por obras sino por la fe en Jesucristo que se hereda la vida eterna (Gálatas). Las buenas obras son el resultado de la vida en Cristo. 

A Dios sólo se le conoce por medio de Jesús. “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer” (Juan). Jesucristo revela a Dios como el “Padre nuestro” que está en los cielos (Mateo). Él toma en adopción como hijos suyos: “…a cuantos [le reciben], a los que creen en su nombre, les [da] el derecho de ser hijos de Dios” (Juan). Por el pecado, Dios era inaccesible, pero Jesús lo hizo alcanzable: “…Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan). Dios creó al hombre (Génesis) a su imagen y este por su desobediencia fracturó dicha semejanza. Por amor, lo salva y restaura; al volverlo a crear por medio de Jesucristo: “Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.” (Efesios).

En conclusión, Dios no es un invento humano. La idea de que Dios es una creación del hombre y la costumbre de inventar dioses son producto de la rebeldía humana. La idolatría caracteriza a los “hijos de desobediencia”  y es peligrosa porque desdeña la gratuidad de la salvación y priva de la posibilidad de que se restaure la imagen de Dios en ellos.

Sólo Dios puede crear (bará) y creó al hombre “a su imagen”. Al corromperse esta, Dios proveyó  la posibilidad de volver a nacer en Cristo, por el poder del Espíritu de Dios.  Sólo a través de Jesús se conoce a Dios. Él es celoso, es Juez, su ira está sobre los “hijos de desobediencia” (Efesios). Y, es “Padre nuestro” para todos los que se acercan a Él arrepentidos y buscan su rostro a través del único mediador que proveyó. Jesucristo bautiza en el Espíritu Santo, quien ilumina las Sagradas Escrituras al alma y al espíritu y no sólo a la razón; dándonos a conocer a Dios en una comunión activa, íntima y personal.

juanaeli.castrol2@gmail.com

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