Malva Flores*
Maarten se toma la molestia de seguir y refutar con pruebas en la obra de Paz, las múltiples y erróneas lecturas que se han hecho de la obra del poeta —particularmente de El laberinto de la soledad—; lecturas que han atribuido a Paz expresiones misóginas que el propio Paz combate y denuncia.
Agradezco enormemente la invitación a los organizadores y la presencia de quienes nos acompañan. Me alegra mucho estar hoy aquí con Maarten, no sólo porque vamos a platicar sobre su libro —central, pienso, para los interesados en la obra de Octavio Paz—, sino porque tengo la oportunidad de expresar públicamente mi gratitud hacia él, un agradecimiento que se remonta ya a 15 años, cuando, una mañana de enero busqué en internet los datos de un profesor que había escrito un artículo que era vital para mi tesis de doctorado. Con mucha angustia, porque soy miedosa, le escribí al especialista, rogándole que, si tenía una copia digitalizada de su artículo, me permitiera conocerla. Escribí como ir a una cita a ciegas, con el puro deseo en vilo, porque ya había hecho peticiones similares y no había obtenido respuesta. Para mi sorpresa, no sólo me contestó el profesor de nombre extraño (luego supe que era holandés) sino que, sin conocerme, sin siquiera saber si yo era una persona que sabría aprovechar su ayuda, me mandó por correo físico no sólo ese artículo, sino otros que había escrito y que me podían servir. Espero un día honrar ese gesto de enorme generosidad de Maarten, hace ya tanto tiempo.
He comenzado con ese recuerdo porque el texto que le pedí, y que se llama “Conjunciones y disyunciones: la rivalidad entre Vuelta y Nexos”, trataba de esas dos importantes revistas mexicanas del siglo pasado. En México, aún hoy, hablar de esas publicaciones es traer a cuento una disputa ideológica, política y literaria, muchas veces encarnizada y cuya pasión no nos permitía —a quienes estábamos y estamos interesados en esa historia—, ver con claridad y sin arrebatos el desarrollo de los acontecimientos, las razones de su existencia y todos los detalles que nos permitirían observar un fenómeno, con pasión, sí, pero sobre todo con claridad. Recuerdo perfectamente que cuando leí el texto de Maarten me sorprendió muchísimo el tono ecuánime, sensato, con el que iba explicando uno a uno varios de los equívocos que rodeaban la interpretación de las conexiones entre estas dos revistas. Debo aclarar que mi doctorado era sobre la revista de Octavio Paz, Vuelta, de modo que algunas conclusiones de Maarten no me gustaron tanto: yo quería sangre y fuego. Ahí sólo había pruebas de algo que yo no deseaba escuchar: en algún momento, Vuelta no había sido tan distinta de Nexos.
“No hay insulto más cruel que la pura verdad. Contra un disparo de verdad no hay defensa posible”, dice el poeta Gabriel Zaid. La verdad nos duele. No queremos escucharla, pero la verdad siempre abre una vereda para mostrársenos, transparente, aunque pasen muchos años. A propósito de eso, pienso ahora en la correspondencia de Octavio Paz a Elena Garro, recientemente publicada. En su prólogo, Guillermo Sheridan ha dejado claro que “solo una mente confundida cambia la obra de un autor por su biografía”. Pienso que no podemos, no debemos confundirlos y, no obstante, hemos pervertido la historia personal, hemos leído con anteojeras ideológicas, olvidamos el tiempo, la circunstancia y el contexto de los escritores a quienes preferimos juzgar, antes de entender. El caso de Octavio Paz es ejemplar. Desde joven fue expuesto a la injuria, la mentira y las acusaciones falsas. Recientemente, por cierto, se ha encontrado ya un artículo del filósofo Samuel Ramos a quien supuestamente Paz había plagiado. En dicho texto, Ramos analiza con todo rigor El laberinto de la soledad, sin que en su escrito exista sombra alguna de reclamo sobre el pretendido plagio.
Sobre el Laberinto Maarten escribe mucho en su volumen y me alegra porque creo que es fundamental en la obra del poeta, no sólo porque haya sido el primero de sus ensayos largos, sino porque en él encontramos muchos de los resortes de sus convicciones más duraderas y podemos verlo como la semilla o la raíz de un árbol de ideas, palabras, pensamientos, tan frondoso como el árbol de Nim, bajo cuya sombra se casó Octavio Paz con Marie José Tramini, en la India. Esa fue la temporada más feliz y más creativa de su existencia y en ella el poeta no sólo se renovó personal e intelectualmente hablando, sino que pudo ver —como bien advierte Maarten—, los horrores de la sociedad occidental, particularmente el egoísmo e individualismo de una sociedad que, a diferencia de la india, sostiene su modernidad sobre un proceso obsesivo y constante de cambio.
Puedo equivocarme, pero creo que sólo en el capítulo que dedica a la importancia que la India ocupó en el pensamiento del poeta o en el que atiende el desarrollo de sus ideas poéticas, Maarten no menciona al Laberinto. Desde que apareció, el libro de Paz ha sido materia de polémica e, incluso hoy, es objeto de encarnizada disputa ideológica. Así recibe críticas y juicios de personas que no lo leyeron bien, lo hicieron de manera sesgada o creyeron importante señalar —porque así conviene a sus intereses académicos, pero también políticos—, que Paz era un racista. Maarten devuelve al “pachuco” —figura a quien el poeta le dedica un capítulo importante de El laberinto— a su condición original y tiene el talento para leer la enorme empatía que el poeta siente por ese personaje que tanto se parece a sí mismo: un rebelde instintivo y espontáneo que no respalda ningún programa político. Eso no significa un problema para Paz —y eso lo advierte Maarten claramente— pues para el poeta la ideología que supone la existencia de los programas políticos siempre fue una forma de alienación.
Sin embargo, la sensibilidad intelectual de nuestros días nos obliga a vivir en el mundo de las explicaciones y de las disculpas. En ese espacio de lapidación perpetua en el que se ha convertido la vida pública, la literaria y la crítica; en ese sitio, digo, lleno de confusiones, olvidos y mentiras intencionales, el libro de Maarten se abre a nuestros ojos como un ejemplo de higiene intelectual, esos términos tan queridos por Paz y que pocos pueden presumir. Reality in Movement resulta entonces —sin aspavientos, pero con pruebas— uno de los más importantes ejercicios de aclaración histórica para el campo de la literatura mexicana e hispanoamericana; pero también —sobre todo— para la cultura de una nación atravesada desde hace ya muchos años, y hoy más que nunca, por la confrontación ideológica.
Por eso, y aunque siempre podremos ver en Paz a un rebelde, e incluso como un temprano admirador de la revolución o de ciertas utopías relacionadas con ella, es importante observar cómo va cambiando sus ideas al respecto en el transcurso de su vida. En el capítulo titulado justamente “Revolución”, Maarten se dedica a seguir este itinerario crucial para entender el desarrollo del pensamiento del poeta que en tantas ocasiones insistió en que las revoluciones del siglo XX —y las ideologías que les dieron sustento—, actuaron como un sustituto de la religión. Yo me pregunto si hoy no ocurre lo mismo con los movimientos populistas, de derecha o de izquierda, que azotan el mundo. ¿Acaso no es forzoso —hoy también, sobre todo hoy—, criticar a las utopías? Parece que la crítica nunca ha sido nuestro fuerte.
En una carta inédita de Paz al poeta Tomás Segovia, escrita desde Cambridge, Massachusetts el 5 de junio de 1972, el poeta le comentaba a Segovia que en México no había crítica “porque no sólo no se nos ha enseñado a pensar sino tampoco a decir lo que pensamos. Oscilamos entre el silencio y el insulto porque alternativamente nos mueven el miedo y la envidia.” Pienso que Paz describe con exactitud nuestros mayores defectos en la vida pública, y en la privada también. Tal vez allí se encuentra una de las razones, jamás admitida por sus detractores, del encono que Paz ha suscitado. Lo cierto es que hay otra, más importante aún, y que lo reúne con Orwell, pues el poeta siempre dijo lo que nadie quería oír.
Justo en ese sentido, hay algo que impulsa el libro que hoy comentamos y que, en estos tiempos, lo hace singular. Dice Maarten en su introducción que no lo anima el deseo de realizar una hagiografía del poeta. Por supuesto, su libro no lo es y basta un solo ejemplo: la declaración objetiva de que el apoyo de Paz al presidente Carlos Salinas de Gortari al inicio de su gobierno fue una ayuda importante para un presidente cuya legitimidad estaba en entredicho. Un apoyo, por cierto, que le costó a Paz el último clavo ardiente en el ataúd donde lo han confinado quienes prefieren denostar su imagen —en beneficio de sus resentimientos ideológicos o profesorales— que leerlo: el de conservador a ultranza o, más risible aún, el de neoliberal, término que ahora se usa para sepultar a cualquiera. No obstante, nuestro crítico insiste en que, así como la hagiografía no es su propósito, no le interesa tampoco asumir el estilo agresivo de la descalificación que ha transformado a nuestra crítica cultural y literaria más en una forma de la militancia y la denuncia que del análisis, de la crítica. Yo añadiría que esa transformación ha ido más lejos y se ha convertido en un proceso de tinte judicial que ha olvidado la argumentación documentada. Que hoy alguien, en este caso Maarten, se atreva a decirnos con las pruebas en la mano —es decir, con la lectura atenta y sin prejuicios—que nosotros hemos leído mal, es una rareza y una valentía crítica que celebro.
De los diez ensayos que componen el libro, tal vez sean tres los que más polémica provoquen. En primer término, el que se dedica a mostrar la relación de Paz con la izquierda (relación que, sugiere Maarten, ha sido vista a través de dos únicas lentes: el Paz bueno, de izquierda, y el Paz malo, que abandonó sus creencias radicales de juventud para volverse un hombre de “derecha”). Asimismo, el titulado “Conservatism”, donde Maarten muestra que el poeta no fue nunca el conservador irreflexivo que suponen: su relación con el Partido Revolucionario Institucional (que gobernó a México durante 70 años) o el conservador Partido Acción Nacional fue una relación crítica, aunque admitió la posibilidad de que este último partido tuviera una participación importante en la transición democrática, pese a los muchos errores que veía en su programa político (su negativa al control de la natalidad o a la legalización del aborto, asuntos que el poeta siempre defendió). El tercero de estos tres importantes ensayos es en el que se aborda el feminismo de Paz. Maarten se toma la molestia de seguir y refutar con pruebas en la obra de Paz, las múltiples y erróneas lecturas que se han hecho de la obra del poeta —particularmente de El laberinto de la soledad—; lecturas que han atribuido a Paz expresiones misóginas que el propio Paz combate y denuncia. O sus críticos no sabe leer (no entienden de metáforas, comprenden literalmente el lenguaje literario), o más bien, creo yo, no quieren y no les conviene leer bien.
Algo similar ha sucedido con la idea que se tiene de Paz como un “agentillo del imperialismo”, según calificó Fidel Castro a los intelectuales que denunciaron sus atropellos contra escritores como Heberto Padilla, a principios de los años setenta. La relación de Paz con los Estados Unidos fue siempre difícil. Una especie de admiración y odio que lo identifica con millones de mexicanos, aunque no nos guste que eso se diga. Maarten prefiere calificarla de “paradójica”; analiza esa relación y los ensayos que produjo —primero en los años cuarenta y más tarde en los setenta— y nos muestra la evidente importancia que supone para el desarrollo de las ideas del poeta alrededor de la Modernidad.
Maarten despliega un arco desde su primer capítulo, dedicado al rebelde, hasta el último, llamado “Paz como personaje literario”, y aunque no lo declare explícitamente, va construyendo la imagen de un carácter, atendiendo a los resortes de un hombre de múltiples aristas. Por eso resulta muy interesante el ensayo que dedica a la influencia del psicoanálisis en general, y de Freud en particular, en la obra del poeta, asunto pocas veces comentado de manera tan clara por la crítica y que parte del reconocimiento de la obsesión de Paz por analizar la identidad no sólo del mexicano sino la de él mismo. De El laberinto a La llama doble podemos rastrear esta particularidad tomando en cuenta la dimensión fundamental del mito en la obra del poeta.
Llego al final del libro donde nuestro crítico sigue los pasos Paz como protagonista de múltiples obras narrativas y, gracias a su investigación, observamos los varios rostros que le han impuesto a Paz desde Carlos Fuentes hasta Héctor Abad Faciolince o Fernando Vallejo, pasando por José Bianco, Bolaño o Elena Garro, por mencionar sólo algunos de los varios narradores que vieron en la figura de Paz algún aspecto (o varios de ellos), por lo general, caricaturizables.[1] Pero el poeta no fue solo, naturalmente, un personaje literario y sí un intelectual que experimento las vicisitudes de la rebeldía y la disidencia desde muy joven, como ya lo hemos visto.
Es y no es curioso que a un rebelde se le haya pretendido inmovilizar al convertirlo en personaje literario. Y digo “pretender” creyendo que Maarten estará de acuerdo conmigo porque su libro se llama, nada menos, realidad en movimiento. Me parece un acierto ese título no sólo porque celebra una frase de Paz donde el poeta establece, en Corriente alterna, que el fragmento es “esta realidad en movimiento que vivimos y que somos. Más que una semilla, el fragmento es una partícula errante que sólo se define frente a otras partículas: no es nada si no es una relación”. El título es entonces una descripción cumplida del alma del poeta: amarrada a la Tierra pero en perpetua ebullición. Una partícula sí, pero una partícula que sólo se define por y frente a las otras. Ese título es también un recordatorio de que su obra sigue viva y moviéndose aún entre nosotros. Hay algo todavía más importante, que el título del libro nos sugiere y su contenido nos confirma: Maarten no se queda con un solo Paz, con un solo momento del poeta, porque no hay un Paz único, inamovible e invariable: Paz es uno y es muchos; cambia, se contradice, se equivoca, ofrece disculpas, revisa constantemente sus propias concepciones y certezas, las pone en duda, elige. Ése es, a mi juicio, uno de los más importantes aciertos del libro: observar a Paz en su propia pasión, acaloramiento, agitación, ardor, ebullición, entusiasmo y movimiento. Seguir sus pasos para no quedarse con el héroe ni con el villano sino con el hombre como un movimiento, el “movimiento de la conciencia —cito a Paz— que nos lleva a pronunciar dos monosílabos: sí o no”. ¿Y no es, para Octavio Paz, la poesía en movimiento la forma más cumplida de la realidad? Poesía en movimiento, realidad en movimiento: sílabas hermanas, diría el poeta.
Texto leído en la presentación del libro de Maarten van Delden, Reality in Movement: Octavio Paz as Essayist and Public Intellectual (Vanderbilt University Press, 2021), organizado por el Latin American Institute, Center for Mexican Studies, de la University of California (UCLA).
Nota
[1] Carlos Fuentes (La región más transparente, Constancia y otras novelas vírgenes, Adán en Edén), Luis Guillermo Piazza (La mafia), Enrique Serna (“La vanagloria”, El miedo a los animales); Juan García Ponce (Pasado presente); Roberto Bolaño (Los detectives salvajes), Federico Vite (Fisuras en el continente literario), Heriberto Yépez (A.B.U.R.T.O.); Luis Arturo Ramos (De puño y letra); Elena Garro (Testimonios sobre Mariana y Mi hermanita); José Bianco (La pérdida del reino); Antonio Rivero Taravillo (Los huesos olvidados); Fernando Vallejo (Entre fantasmas); y Héctor Abad Faciolince (El olvido que seremos).
Malva Flores es poeta y ensayista. Autora de La culpa es por cantar. Apuntes sobre poesía y poetas de hoy (Literal Publishing/Conaculta, 2014), Galápagos (Era, 2016), A extraña línea quebrada (Literal Publishing, 2019) y Sombras en el campus (Bonilla, 2020). Su libro más reciente es Estrella de dos puntas (Planeta, 2020), por el que obtuvo el Premio Mazatlán y el Premio Xavier Villaurrutia. Es columnista de Literal. Twitter: @malvafg