Omar Piña
[Talento y disciplina de Gisela von Wobeser]
Antes de 1519. Para los habitantes de la cuenca de los lagos de Texcoco, México y Xochimilco, los cerros ubicados en la zona norte eran lugares sagrados y acudían a ellos con el propósito de rendir culto a variadas deidades. En tales cerros, aquellos habitantes mantenían adoratorios y creían que allí se encontraba la morada de algunos de sus dioses. Hasta la fecha, se cree que el montículo más importante era el Tepeyácac y la diosa que recibía mayor veneración era Tonantzin. El emplazamiento de aquel cerro ―que posteriormente se llamaría Tepeyac― estaba en las lindes de una de las principales calzadas que comunicaba tierra firme con la ciudad de México-Tenochtitlán y era lugar de paso, obligado y necesario.
Los españoles y sus aliados lograron someter a la ciudad azteca en 1521. A partir de entonces comienzan los trabajos para emprender la evangelización. Por órdenes del emperador Carlos V, en 1523 llegan tres franciscanos que procedían de Flandes y eran cercanos a la corona, entre ellos Pedro de Gante. Ellos comienzan la tarea de evangelización, que consistía en bautizar a miles de indios, confesarlos, darles comunión y emprender la construcción de capillas y ermitas, sobre todo donde existían templos de las religiones sometidas.
Posteriormente llegarían más franciscanos, quienes “fundaron una ermita en el cerro del Tepeyac para orientar hacia la virgen María la devoción que le tenían los indios a Tonantzin y, probablemente, también hacia otras deidades femeninas” (Wobeser, 2020:32). La fecha probable de aquella edificación es 1525, porque aparece en las actas y memoriales. Aquí debe advertirse que la fecha aceptada por la Iglesia para sustentar la narración de las apariciones marianas es hasta 1531.
La evidencia es que desde los tiempos prehispánicos Tepeyac era un lugar sagrado y de confluencia; que se rendía culto a deidades locales; que la principal era una diosa y que los franciscanos erigen una primera ermita dedicada a la veneración de la virgen María. Sobre la imagen, los estudiosos deducen que no era la que se conoce en la actualidad y que fue encargada a un pintor indio llamado Marcos Cipac, quien empleó modelos de representación europea, pero la adaptó a rasgos indígenas.
Se trató pues, de la construcción de un culto y una devoción que se arraigó con el paso de las décadas. A principios del siglo XVII:
los devotos de la virgen pertenecían a todos los sectores sociales, la ermita estaba fuertemente vinculada a los indígenas. Había surgido para los indios y la imagen la había pintado uno de ellos. A esto se sumaba que por esos años se estaba gestando la narración de las apariciones de la virgen a un indio y la impresión de la imagen en su tilma, mediante lo cual se vinculaba el origen de la imagen con el mundo indígena y se confería gran importancia a ese grupo social (Wobeser, 2020:90).
La imagen de la virgen María evolucionó a la virgen de Guadalupe y fue retocada, ajustada. Pero su germen, el modelo europeo que más influyó en su diseño fue La virgen de Gloria, una xilografía que data aproximadamente del año 1420. La capital importancia del culto a las imágenes viene como resultado del Concilio de Trento, donde se fijaron las determinaciones del culto y a través de la doctrina el pueblo recibió adiestramiento para desarrollar nuevos objetos de devoción. “Comunidades enteras se ponían bajo la protección de las imágenes milagrosas para prevenir incendios, sequías, hambrunas, epidemias u otros males” (Wobeser, 2020:99).
-o-
Para mascar a fondo:
Wobeser, Gisela (2020), Orígenes del culto a nuestra señora de Guadalupe 1521-1688, Ciudad de México, Universidad Nacional Autónoma de México/Fondo de Cultura Económica.










