Por Omar Piña
La calavera era un símbolo vigente en los dos sistemas culturales que se encontraron a partir del siglo XVI. Para los mesoamericanos significaba el último sitio que alojaba una de las tres almas que poseía el cuerpo y era garantía de un fundamento agrícola. Los españoles, que practicaban un catolicismo tardío medieval, veían en la calavera un aviso sobre la brevedad de la vida y el terrible “momento de la verdad”. Por obviedad, ambas mentalidades la situaban en los ocasos vitales, pero la significación variaba.
Fundamentadas en la agricultura, las culturas mesoamericanas tenían al maíz por alimento en común. El ciclo agrícola imponía los ritmos de calendarios ceremoniales y deidades relacionadas con la tierra y el agua, de forma que “los muertos garantizaban la fertilidad continua de la tierra y la fuerza del Estado” (Lomnitz, 2013:161). Y en sus creencias, el más allá no significaba una recompensa o castigo por los actos cometidos en vida.
Consideremos la concepción de la fuerza anímica para los nahuas mesoamericanos. Ellos creyeron que el cuerpo albergaba tres almas. Una se alojaba en el corazón y era denominada teyolia. La segunda era el tonalli, se guarecía en la sangre, tenía que ver con el calor y la energía; la última era llamada ihiyotl, estaba en el aliento y la asociaban con el aire o los vientos nocturnos. Cuando alguna de esas tres almas se desequilibraba, sobrevenían las debilidades y/o enfermedades del cuerpo. Luego sucedía la muerte. Aún con la pérdida de la vida, la última fuerza anímica que se desintegraba era la teyolia, cuyo sitio final estaba en la calavera.
Asimismo, cuando el individuo nacía, esas tres almas eran depositadas por distintas deidades y a partir de la fecha de nacimiento, podían ser rectificadas por sacerdotes y curanderos. Aquella idealización de las tres almas también concebía que, en cualquier momento, una de ellas o las tres, podían separarse del cuerpo y provocar afecciones. La curación requería procedimientos según el alma dañada, que consistía en curar erl cuerpo o regresar el alma que se había escapado. Para cada alma existía un especialista que debía tratar la afección proveniente de corazón, sangre o aliento.
Por su parte, los conquistadores también creían en la existencia del alma. Su cosmovisión estaba acotada por el catolicismo tardío medieval que practicaban y al que pronto se le añadirían las reformas de catequesis impuestas por el Concilio de Trento. El alma era una y coexistía con el cuerpo, cual semejanza entre la convivencia del aire con la luz (sostiene Lomnitz). La muerte corporal significaba el desprendimiento del alma y su destino sólo asumía ir a dar al cielo o al infierno, como lugares de eternidad permanente. Pero existía la opción del purgatorio, donde podía estar años, décadas o siglos. La calavera, era un aviso de lo que ocurriría después de la muerte: recompensa, condena o suplicio.
Los indios creyeron que sus almas tenían libertad de movimiento. Los conquistadores las delegaron sólo a tres posibilidades y dependía del comportamiento en vida.
Para mascar a fondo:
Lomnitz, Claudio (2013), “Los sufragios por los muertos entre los españoles y los indios”, Idea de la muerte en México, Ciudad de México, Fondo de Cultura Económica, pp. 134-170.








