Estamos acostumbrados a comerlo en guacamole, dentro de burritos, y como complemento perfecto del pescado en sushi. El aguacate o palta se ha convertido en menos de una década en uno de los alimentos de moda. A ello ha ayudado su difusión como ingrediente sano por muchos famosos, sus cualidades nutritivas y sanas y por supuesto su sabor y versatilidad. Una prueba de ello es que el mercado global de aguacate ha crecido hasta los 7 millones de toneladas producidas a un ritmo del 15% anual desde 2010 y que por ejemplo los norteamericanos han pasado de consumir apenas medio kilo por persona y año a mediados de los 90 a más de tres kilos actualmente. El aguacate, se puede decir tranquilamente, está de moda.

¿Pero qué se esconde tras esa piel rugosa y esa enorme pepita? El fruto del aguacate (Persea americana por su nombre científico) se considera botánicamente una baya, al igual que una uva, y ahí donde se ve, es un vestigio evolutivo que ha sobrevivido a la extinción de la mayoría de la fauna y flora que habitaba la Tierra cuando él se extendió por toda América, durante el Pleistoceno, hace más de dos millones de años. De hecho, si no hubiera sido por una carambola, seguramente el aguacate nunca habría llegado hasta nuestro tiempo.

La megafauna extinta ya comía aguacate antes que nosotros
La historia botánica del aguacate dice que sus ancestros se desarrollaron durante el Plioceno y el Mioceno en Norteamérica, pero como decimos su periodo de expansión fue en el Pleistoceno, una época enorme que va desde hace más de 2,6 millones hasta 12.000 años atrás y que atravesó varias glaciaciones y cambios climáticos.

En ese largo periodo los aguacates se extendieron desde lo que hoy sería el centro de Estados Unidos hasta México, donde milenios más tarde se encontrarían las primeras muestras de consumo humano de aguacate hace 10.000 años en el valle de Tehuacán (Puebla, México), donde posteriormente se domesticaría el árbol para que los antecesores de los actuales mexicanos realizaran sus pinitos en la cocina. No en vano, el actual término aguacate se deriva de ‘āhuacatl’, una palabra en el idioma náhuatl (hablado por los indígenas nahuas de México y El Salvador), que también significaba ‘testículo’. Hace falta poca imaginación viendo dos aguacates juntos para pensar por qué.

Pero, ¿cómo viajó el aguacate de su cuna en México hasta Perú y más al sur de forma natural? La respuesta más rápida y sorprendente diría que a lomos de un enorme mamut. O mejor dicho, a lomos de las heces de un enorme mamut.

La megafauna que habitó la Tierra comía aguacates y sus semillas sin problemas. Como una ardilla que hoy se come una pequeña uva.
Expliquémoslo mejor. Si algo destaca de los aguacates en su enorme pepita, una voluminosa semilla que no se puede encontrar en ningún otro fruto actual y que es el mayor anacronismo evolutivo que contiene. Por su tamaño, sería muy complicado que hoy una semilla de tal calibre acabara agarrando en la tierra y desde luego expandiéndose como lo hacen actualmente otras semillas. Sin embargo las semillas de aguacate son así porque no estaban desarrolladas para que las ingiriera un pequeño pájaro o un roedor, que al defecar las difundiera, sino para que lo hicieran los animales más grandes que han habitado la tierra tras los dinosaurios: la megafauna del Pleistoceno.

El pleistoceno durante distintas etapas es la época en la que prodigaron los mamuts, los mastodontes o los dientes de sable, al igual que los megaterios, perezosos de un tamaño gigante que se sabe que habitaron en América. Esta macrofauna, de un tamaño que podía quintuplicar a sus parientes actuales, engullía aguacates como quien se come un pequeño arándano. Y como imaginarás su aparato digestivo soportaba genial la enorme semilla que después salía ‘por el otro lado’ junto con un montón de fertilizante para crecer y prosperar.

El calibre de la semilla del aguacate además era así porque estaba adaptada para las selvas tropicales. Al ser tan grande, contiene nutrientes para el crecimiento de la planta en primer término, algo muy importante en frondosos bosques donde los rayos de sol apenas llegan al suelo por las copas de los árboles más grandes y hay dificultades para realizar la fotosíntesis.

De alimento salvado por el ser humano a riesgo por su necesidad de agua
Pero, si el aguacate estaba tan bien adaptado a la megafauna y era tan dependiente de ella, ¿qué pasó cuando todos estos animales desaparecieron? Como se explica en el libro Ghost of Evolution, de Connie Barlow, los investigadores achacan la extinción de mamuts y compañía principalmente a factores climáticos, que pudieron estar precedidos por un estrés cazador en algunas especies. Porque sí, por aquel entonces los antepasados del ser humano actual ya estaban por ahí tramando de las suyas.

El hombre tardó varios miles de años pero consiguió domesticar al árbol del aguacate
En concreto se cree que los primeros pobladores humanos llegaron al continente americano entre hace 40.000 y el 12.000 años, justo a tiempo para ver cómo todo cambiaba, pero conservar una fruta que a buen seguro llamaría la atención por su gran cantidad de carne y su textura. Hoy parece que hay consenso sobre que el ser humano favoreció que el aguacate no se extinguiera, como habría sido natural. Pasaría mucho tiempo según los restos que tenemos ahora, no obstante, para que pudiéramos domesticar su cultivo. En concreto, varios miles de años hasta el 4.000 a.C, y es muy posible que el aguacate que tengamos ahora sea mucho más pequeño en tamaño que su antepasado original.

Hoy el aguacate forma parte de nuestra despensa habitual, con México siendo el mayor productor mundial con casi un tercio del total y España como el mayor productor europeo por las oportunidades del clima. Sin embargo, no son pocos los informes que alertan sobre que su aumento de demanda y precio ha hecho que cultivemos demasiado aguacate, provocando el comienzo de la deforestación en algunas zonas y un problema a largo plazo por su alto requerimiento de agua para crecer. Hay que tener cuidado, el aguacate es un tipo duro, y por su historia evolutiva es muy posible que también nos sobreviva a nosotros.

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