Elena Poniatowska/ La Semanal
Con Sylvia Navarrete es fácil reír, bailar, ser feliz. Entra a la sala como un soplo de aire y la atmósfera se adelgaza en torno suyo. Su falda floreada sobre sus piernas ágiles gira mientras ella cuelga una tela en el Museo de Arte Moderno. Todo eso sucedía cuando era directora del Museo de Arte Moderno en Chapultepec, y era un gusto verla subir y bajar escaleras y atravesar las salas con la misma alegría que da la inteligencia y la capacidad de tomar buenas decisiones.
–Desde niña amé los museos porque mis papás me llevaban. Viajé mucho y viví en varios países. Mi papá Rodolfo Navarrete Tejero fue embajador de México en Varsovia, en Berlín oriental y en Copenhague. También el amor al arte me vino por mi tía Carmen Tejero, esposa de Jorge Carrillo Gil, de Yucatán.
–¿Desde niña fuiste viajera?
–¿Íbamos a lugares donde teníamos que aprendernos el idioma, adaptarnos a la vida del país, hacernos de nuevos amigos; visitábamos todos los museos. Éramos seis, mis papás, mis hermanos: Isabel, María Pía, yo y Alfonso. Una vez al año veíamos a nuestra familia en México y a nuestra familia en Francia. A la francesa la veíamos mucho más seguido por estar en Europa. Fuimos la familia muégano, siempre muy unidos. Entre un puesto diplomático y otro, papá regresaba a México. Trabajó en la Unesco y en la embajada fue cónsul general.
“Desde muy joven fui sola a exposiciones, sola al cine, sola a todos lados porque me acostumbré a ser independiente, y precoz. Nunca pregunté: ‘¿Quieres acompañarme?, me lanzaba sola porque era más fácil que esperar al otro. Estudié literatura general comparada en La Sorbona, hice una maestría, pero muy pronto decidí venir a México a vivir. Estaba harta de los inviernos europeos largos y grises.
“Como me dediqué a la literatura iberoamericana en La Sorbona, me propuse escribir en español. Mandaba artículos a diarios mexicanos a ver en cuál me publicaban. En varias ocasiones el mismo texto apareció en distintos periódicos y me regañaron.
“Antes del terremoto de 1985, entré a La Jornada y me preguntaron si quería ser corresponsal, respondí que no sabía de política mexicana y prefería escribir de cultura, cine, arte, literatura. Colaboré formalmente en La Jornada Semanal, que dirigía Fernando Benítez. Escribí de cine, de literatura, pero lo que más me gustó fue de arte: iba dos o tres veces a la semana a exposiciones y al cine. La oferta cultural en París es inagotable; veía tres películas al hilo. Me apasioné. Pensé: si me gusta tanto, si tengo disciplina, escribir va a ser mi vocación. Leí toda la literatura latinoamericana, todo El Boom: García Márquez, Julio Cortázar, Alejo Carpentier y Carlos Fuentes, entre otros. Mi tesis de licenciatura es sobre el Siglo de las Luces, escribí otra sobre André Pyere de Mandiargues y una tercera sobre Juan Carlos Onetti. Tuve un maestro, Gabriel Sad, uruguayo, que hablaba español con acento francés de tantos años en París. Era un profesor de literatura extraordinario. Me introdujo a los grandes autores de América Latina. También tomé clases con Florence Delay, mi mejor aprendizaje del español fue leer a Alejo Carpentier, porque su enorme vocabulario me llevó a hacer listas de palabras desconocidas y llené cuadernos hasta lograr familiarizarme con ellas. Cuando llegué a México en 86, estaba yo bien familiarizada con el español.”
–¿Y el arte?
–Hacerme directora de museos fue un camino largo. Seguí de crítica en El Semanario de La Jornada, escribí en Artes de México; hice catálogos de exposiciones y más tarde críticas. Me encantó entrevistar a Fernando Gamboa, a Neftalí Beltrán, a todos los protagonistas de la vida cultural de México en los años 40 y 50. Me contrataron en el Centro Cultural Contemporáneo de Televisa e hicimos una primera exposición de María Izquierdo y una segunda de Miguel Covarrubias”.
–¿Tuviste que estudiarlos a fondo?
–Hice mucha investigación y leía yo a Rafael Solana, Elías Nandino, Margarita Michelena, a toda la vida cultural de esa época. Supe qué hacía María Izquierdo, Diego Rivera, Frida, Lola Álvarez Bravo, Juan Soriano… Estudié el arte mexicano del siglo XX, toda la etapa posrevolucionaria. Me identificaba con las vanguardias y con el arte de protesta. Trabajé en algunos museos y en el Centro Cultural de Arte Contemporáneo supe que Francisco Toledo buscaba una directora para el MACO. Viajé a Oaxaca y hablamos de arte y de Germán Cueto en el patiecito del MACO y de cuando Toledo iba al cine en París. Me contó que veía tres funciones al hilo como yo y nos caímos bien.
“Me adapté muy bien a Oaxaca, no había mucho presupuesto pero hacíamos cosas muy padres: una exposición de Gunther Gerzso, otra de herrajes, otra de Vicente Rojo y el grupo de La Ruptura. Todo el arte moderno pasó por ahí, porque también hacíamos muchas actividades para el público: performances, conferencias, mesas redondas. Podía yo traer a chavos de México que hacían performance con luces y se encueraban. Toledo me decía: ‘Te vas a aburrir, si quieres, vete cada tres semanas a la Ciudad de México’, pero había tanto quehacer y tantos acuerdos con otros museos que nunca vine. Oaxaca es de las ciudades en las que viviría yo feliz.
“Toledo me dio mucha libertad e iniciativa. También era saturniano, cambiaba de parecer. Yo preguntaba ‘¿Es A o es B?’ De todas maneras, fue una experiencia genial y el museo de Oaxaca resultó ideal para aprender.
“Al regresar en 86, a las dos semanas conocí a Fausto Rosales en un vochito. Iba a la casa de Miguel Álvarez, hijo de Manuel Álvarez Bravo. Me enamoré perdidamente de Fausto. Fuimos pareja durante cinco años. Fausto era corresponsal de Carlos Castaneda, tenía cualquier cantidad de intensidades, teorías esotéricas muy descabelladas, muy intensas, creía en ellas a pie juntillas. Era muy inteligente, divertido y creativo. Le voy a agradecer toda la vida que me llevó en su vochito a toda la República. Yo creo que eso fue muy generoso de su parte. Sus hermanos me decían Turista porque desconocía costumbres y reglas. Me sentaba sola en la cantina porque no sabía que estaba mal visto, iba yo a echarme una chela y los hombres se molestaban como burros en primavera.
“El sentido del misticismo de Fausto ya no concordó con el mío y nos separamos. Trabajé como crítica de arte freelance y me casé con Roberto Sepúlveda Amor, quien hizo un libro con Rafael Doniz sobre el museo Rufino Tamayo: Arte Prehispánico.
“Me sentí muy cómoda con la excéntrica familia Amor. Roberto y yo tuvimos un hijo, Roberto, hoy de 24 años, estudia Leyes en línea en la Ibero en la mañana, trabaja en el bufete de abogados Paz Beruyero Chávez y termina hasta las 10 de la noche.
“Fui feliz de ser subdirectora del Carrillo Gil, porque era un museo con sindicato, toda la problemática de un museo de Estado: presupuesto bajo, limitaciones para traer exposiciones internacionales, todo tipo de problemas que te obligan a ser inventivo, a crear, a sacar muchos recursos de la nada. Pasé siete años; colaboré con Carlos Ashida, un tipazo, gran coleccionista, excelente crítico, uno de los mejores curadores de México, una persona excepcional quien me responsabilizó del aspecto práctico del museo, lo cual fue buenísimo porque así aprendí a sortear toda clase de broncas. Esa experiencia me permitió llegar a ser directora del Museo de Arte Moderno. En el ínter fui subdirectora de Documentación del Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información de Artes Plásticas del INBA, con Luis Ríus Caso, gran crítico y mi mejor amigo”.
Hablar con Sylvia es una delicia. Archivar sus críticas a los críticos de arte, archivistas y coleccionistas es otro placer duradero. Raquel Tibol, Teresa del Conde, Jorge Juan Crespo de la Serna, el incomparable poeta Luis Cardoza y Aragón, los archivos del Centro Nacional de las Artes y disertar acerca de la exposición que más la enorgullece, la retrospectiva de Leonora Carrington a la que asistieron 500 mil personas; el Legado de Remedios Varo que donó Alexandra Gruen: peinetas, joyas, cartas, manuscritos.
“También hicimos la exposición del Duelo de Toledo. Logramos hacer varias exposiciones al año, imagínate, con un presupuesto muy reducido: Balenciaga, B. Traven, Modotti-Weston, Gisèle Freund, Guillermo Gómez-Peña. Escribí varios libros sobre arte: tres de Miguel Covarrubias, otros sobre Joaquín Clausell, Tamayo, Germán Cueto, Vicente Rojo.
Entre los proyectos de 2021 está la exposición en el Museo Cobra de Ámsterdam sobre foto erótica de la colección Pedro Slim. ¡Muy padre! Con un equipo muy joven, abrimos las puertas del museo al bosque de Chapultepec y tuvimos lleno completo los domingos. Hicimos presentaciones de libros, debates, actividades en el jardín. Nuestra época fue muy fecunda y nos hizo felices a todos.
Mejor que nadie, Sylvia Navarrete demuestra que la inteligencia suple a recursos inexistentes y su entusiasmo triunfa sobre cualquier problema y, por eso mismo, me conmueve escucharla y abrazarla no sólo por su lucidez, sino porque sabe dar alegría.