La puerta de entrada de Bernardo Esquinca (Guadalajara, 1972) al mundo de lo fantástico y del terror fueron series y películas que vio durante su infancia: La dimensión desconocida, Viernes 13, Halloween… Después, ya en la adolescencia, leyó Narraciones extraordinarias, de Edgar Allan Poe -a quien, por cierto, rinde homenaje en Las increíbles aventuras del asombroso Edgar Allan Poe (2018)-, y El libro de la imaginación, la antología de literatura fantástica de Edmundo Valadés. Libros que lo impactaron y lo llevaron a escribir sus primeros relatos.

Así nació el “mundo torcido” de este autor mexicano, que ha publicado, entre otros, la Saga Casasola, conformada por las novelas La octava plaga (2011), Toda la sangre (2013), Carne de ataúd (2016), e Inframundo (2017), y los cuentos de la Trilogía del terror: Los niños de paja (2008), Demonia (2012) y Mar negro (2014). Referente de la narrativa policíaca y sobrenatural que se escribe hoy en el país, ha antologado además, junto con el escritor y académico Vicente Quirarte, los dos volúmenes de Ciudad fantasma. Relato fantástico de la Ciudad de México (XIX-XXI), aparecidos en 2013.

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El libro de los dioses (Almadía, 2020) es la obra más reciente de Esquinca: una colección de 13 cuentos, algunos inéditos y otros anteriormente publicados, que el autor trabajó a lo largo de seis años y que representa su “apuesta más ambiciosa” por este género así como por la narrativa de lo extraño.

¿Cómo surge esta colección de cuentos?

Quería hacer mi apuesta más radical por el cuento, más ambiciosa. Escribo cuento y novela pero creo que vivimos en el malentendido de que solo la novela importa a nivel comercial, lo cual me parece una tontería, y hacer cuento es ir un poco a contracorriente del mercado. Quería hacer como un statement, decir “me importa mucho el cuento y voy a hacer mi volumen más extenso”. Por eso no tenía prisa y me llevó seis años hacer este libro. Trabajaba en él, lo soltaba por largo tiempo y luego volvía a él.

En el libro hay cuentos muy largos, a diferencia de los cuentos cortos que normalmente escribo. También por eso está dividido en dos partes. La primera, que es “La forma de los dioses”, son los cuentos más cortos, y la segunda, “Las manos de los dioses”, son los relatos más extensos. Es un libro muy pensado además para tener una cohesión. Todos los relatos están atravesados por la misma idea: la presencia de los dioses antiguos en la escéptica actualidad urbana.

¿Qué lugar ocupa El libro de los dioses dentro de tu narrativa?

Hay una continuidad en el sentido de las obsesiones, porque soy muy fiel a mis obsesiones: narrar lo oscuro, hacer esta mezcla de terror, fantástico, sobrenatural y policíaco. Sin embargo, sí se separa de mis tres anteriores libros de cuento, de la Trilogía del terror. En ellos la Ciudad de México tiene un papel muy importante, que incluso va a un aumento con cada libro, y es casi el personaje principal. En El libro de los dioses hay un viraje en ese sentido, ningún cuento está ubicado en la Ciudad de México y en ninguna ciudad reconocible, salvo “El señor Ligotti”, que sí ocurre en la Ciudad de México. Hay un cambio ligero al menos de escenario.

También me interesaba hacer cuentos todavía más extraños que los anteriores. El hecho de no situarlos en una ciudad es parte de esa extrañeza. Incluso los nombres de los personajes, salvo algunos casos, son muy raros también. Si en la Trilogía de terror era muy importante la Ciudad de México ahora estoy narrando desde un no lugar que puede ser cualquier ciudad.

El cambio también está en la escritura de relatos muy largos y en la estructura: el libro está dividido en dos partes. Hay una clara unidad que no estaba presente en mis anteriores libros.

Cómo escritor de literatura fantástica, ¿cómo dialogas con la realidad mexicana? ¿Te interesa contarla de algún modo?

No me interesa la realidad como tal porque me parece a veces muy prosaica, muy vulgar, por eso acudo a narrarla desde la mirada oblicua de lo fantástico, de lo sobrenatural. Sin embargo, claro que me interesa el mundo en el que vivo y la ciudad en la que vivo, que es la Ciudad de México. Pero no me interesa necesariamente dar un comentario político, aunque mucha gente me ha dicho que lee un comentario político en Carne de ataúd y sin duda lo hay pero no era mi intención. Al hablar del pasado, del porfiriato, finalmente hablas del presente y te das cuenta de que no han cambiado las cosas, que sigue habiendo feminicidios, represión a la prensa, corrupción en el gobierno. Involuntariamente había un comentario político ahí, pero no me interesa eso como mi principal labor.

Sí parto de cosas muy concretas: escenarios, calles, edificios sobre todo del Centro Histórico. Mientras camino por ahí voy viendo personajes, escuchando leyendas, que estimulan mi imaginario. Tomo todo eso, lo paso por el tamiz de lo sobrenatural y plasmo mis historias. Soy un narrador que está muy interesado en reinterpretar y recontar la Ciudad de México o al menos una parte de ella. Sí parto de ella pero como escenario de mi mundo torcido, que es un acto de intimidad finalmente: plasmar mis obsesiones, mis preocupaciones, pero la realidad como tal no me interesa. De hecho, cada vez viajo más al pasado en mis narraciones, lo hice con la Saga Casasola y ahora estoy preparando una novela que ocurre en los años 40, no porque la realidad actual no me ofrezca temas sino porque me fascina reconstruir todo lo que yo no he vivido de esta ciudad.

Stephen King, uno de los autores que han influido en tu obra, menciona en Mientras escribo que a los escritores de gran público como él, a los escritores de género, nunca les preguntan por el lenguaje. En tu caso, ¿cómo ha cambiado el manejo del lenguaje a lo largo de tu obra?

Por supuesto tengo cuidado con el lenguaje porque es mi herramienta principal. Sin embargo, no creo en experimentaciones, no creo en usar palabras poco conocidas. Creo en la transparencia, en la fluidez, en facilitarle la lectura, que no la comprensión, al lector. Creo en mantenerlo amarrado a la página, lo cual no implica que el cuento no tenga profundidad, que no tenga enigmas, que no ponga a pensar.

Sin embargo, cada narración te pide una cosa distinta. Sí ha habido libros que me han pedido un trabajo más profundo del lenguaje. Pienso concretamente en la mencionada Carne de Ataúd, que es una novela histórica que transcurre en el porfiriato. Yo no podía narrar con los giros lingüísticos que usamos hoy porque hubiera sido inverosímil, pero tampoco quería narrar como literalmente hablaba la gente en esa época porque hubiera sonado raro. Tuve que buscar un lenguaje que sonara antiguo, que no sonara actual, pero que a la vez fuera comprensible para los lectores de hoy.

Finalmente, el no utilizar un lenguaje poético, críptico o particularmente trabajado, sino un lenguaje más llano. es también una apuesta, también implica un trabajo del lenguaje, pulirlo. Es como tomar la roca y pulirla hasta dejar la gema que hay detrás.

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