Héctor González Aguilar
Vosotras, las familiares…
Debo confesar que no acostumbro pensar en las moscas, estoy tan habituado a ellas como lo estoy de mi nariz, de la que tampoco suelo preocuparme. Cierto, hay ocasiones en que alguna de las primeras ronda a la segunda y es cuando me ocupo de ambas aunque sea por un instante.
Al no tener en mis pensamientos a estos insignificantes y molestos insectos, nada puedo decir sobre ellos. Y si acaso lo hiciera ninguna novedad aportaría, acabo de descubrir que muchos escritores –tantos que no tiene sentido contarlos- les han dedicado desde un verso hasta un libro completo.
La huella de la mosca se encuentra en textos de cualquier época; Homero resalta dos de sus características: su volátil audacia y su obstinación en molestar al hombre; detrás de Luciano de Samósata, que en los inicios del cristianismo escribió un encomio a la mosca –inevitablemente humorístico-, viene una larga secuela de textos alusivos; resulta significativo que, en Les mouches, obra teatral, Jean Paul Sartre represente el remordimiento humano mediante estos insectos, un buen recurso para explicar su proliferación.
Con excepción de los estudiosos de la materia, nunca he sabido de lectores que manifiesten cierta predilección por los dípteros, como dirían los entendidos, por lo que eliminaremos la posibilidad de que los escritos sobre la mosca obedezcan a una gentil condescendencia hacia los lectores.
De alguna manera, el horrísono tema mosquil tiene un atractivo especial para el escritor, hasta es factible que sea inherente a él y en esto se equipare al amor, pero quizá estemos resolviendo de manera simplista un complicado problema, por lo que sería conveniente buscar alternativas.
Intentemos otro tipo de análisis, partamos de esta premisa: la psique del escritor está totalmente libre de moscas. Por lo tanto, y aquí vienen las hipótesis, la frecuente aparición de este insecto en los textos literarios puede deberse a una u otra de las siguientes causas.
Fuga de ideas ¿Qué idea permanece incólume al escuchar el pertinaz zumbido de una mosca en vuelo? Ninguna, o se desmoronan o huyen irritadas, son hipersensibles a una frecuencia que puede superar los trescientos cincuenta aleteos por segundo. Sin importar lo que haga el escritor, la mosca siempre estará junto a él. El zumbido lo dejará sin ideas y terminará por pensar en la mosca, la molesta insolencia del insecto se ha impuesto.
Fuente de inspiración. El díptero aparece cuando el escritor se encuentra en un hoyo negro que le impide la germinación de cualquier semilla de creatividad. De repente, se escucha el zumbido, no es necesario ubicar de dónde proviene, la inspiración está volando en los alrededores; es decir, las ideas se agarran al vuelo. No es necesario decirlo: se escribirá sobre la mosca. Véase aquí la grandísima ventaja que tiene este diminuto insecto, otros seres de mayor envergadura –un abejorro, una gallina ponedora, una vaca lechera- no tienen la virtud de incitar a la escritura.
Sin importar la causa –no se debe descartar la existencia de algún elemento hipnótico en el aleteo-, la pleitesía a la mosca es evidente, se refleja en las construcciones poéticas o en esos textos salpicados de ingeniosas alusiones mosquiles.
Un reconocido autor, Augusto Monterroso, tuvo la intención de hacer un compendio sobre todo lo que se ha escrito sobre las moscas, desistió de su objetivo por lo abrumador de la tarea; él mismo sentencia que cada escritor está obligado a escribir sobre ellas.
Para no quedar fuera de algún futuro compendio, seguiré el consejo de Monterroso, me daré a la tarea de plasmar estos pensamientos por escrito; ya tengo el epígrafe, será una línea de Antonio Machado.
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