Cuando Guadalupe Marín Preciado (1895-1981) le preguntó al escritor Julio Torri (1889-1970) quién era el hombre más famoso de México, no hubo duda en la respuesta: Diego Rivera (1886-1957). «Llévame a conocerlo, porque me voy a casar con él», le dijo ella, con bravura. Y, aunque al principio le parecía «un monstruo horrendo y fachoso», así lo hizo. Lupe Marín contrajo matrimonio (civil y religioso) con el muralista y, de paso, se convirtió en musa de toda una generación de intelectuales mexicanos, arrebatados por su belleza e ingenio. La anécdota del arranque la supo Elena Poniatowska (París, 1932) de boca de la propia Marín, a quien tuvo ocasión de entrevistar en su casa del Paseo de la Reforma en 1976. Desde entonces, la premio Cervantes sentía que tenía «una deuda con ella». Deuda que, por fin, según confiesa en conversación telefónica con ABC, ha visto saldada con «Dos veces única» (Seix Barral), su última novela, que estos días llega a las librerías españolas.

¿Por qué eligió a un personaje como Lupe Marín? ¿Qué le atrajo de ella?

En México siempre se ha hecho un gran caso a ese tipo de mujer que se pliega, pero Lupe Marín era totalmente distinta. Era una mujer muy brava. Nunca doraba la píldora. Respondía a todos los desafíos, entraba a cualquier lugar partiendo planta.

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Pero no era una intelectual.

No, no lo era, no recibió educación, pero siempre usó el poder de su discurso. Confrontó a los grandes intelectuales de su época y las cosas que decía eran muy festejadas por todos ellos, porque eran sumamente ingeniosas. Hablaba mucho de Dostoievski, de Tolstoi… Sin haber estudiado, llegó a tener una cultura muy original, que llamaba mucho la atención.

Y no se dejó eclipsar por los muchos hombres que la rodearon.

No la eclipsaron. Al contrario: ella sobresalió por su ingenio, por su inteligencia, por una participación que tenía muy original en todos estos hombres. Los contemporáneos no comulgaban con el comunismo de Diego Rivera, pensaban que era una cultura panfletaria. Pero todo lo que decía Lupe, como era muy auténtico, les caía muy en gracia y les parecía que tenía la inteligencia natural del pueblo.

¿Qué pensaría ella de nosotras, de las mujeres de la actual sociedad?

Ahora muchas mujeres pierden la fe en sí mismas por la falta de respuestas de la sociedad, del entorno que les rodea. Las mujeres, en aquella época, nunca eran las protagonistas, eran las que hacían el café. Todavía faltan años para que las mujeres no sean clandestinas, secundarias.

Hablando de la actualidad, Lupe Marín fue testigo de un tiempo único, iluminado por grandes intelectuales latinoamericanos. ¿Qué ha sido de esa figura, del gran intelectual?

En la actualidad, no hay esa gran figura del intelectual, que en su época pudo ser Octavio Paz, de hombres-puente que ligan a su país con España u otra cultura. Ahora, cada país hace su lucha. No sólo se nota en eso, también se advierte en los libros que circulan y que se publican. La comunicación cultural en América Latina sólo se da en casos de escritores muy renombrados.

En sus libros, suele retratar el México pasado, vuelve siempre a él, como si quisiera congelar esa imagen. ¿Cómo ve ahora México? ¿Qué piensa de la situación que atraviesa?

México ahora es totalmente inferior a su pasado. Hay tantos problemas esenciales que es muy difícil hablar de cultura, hablar de literatura. Hay muchísimo analfabetismo y eso sólo se puede combatir con la educación.

¿Le duele México?

Me duele mucho México, obviamente. La situación política y la situación humana la veo de la patada. Lo que está sucediendo ahora tiene que ver con la muerte. Hoy mismo nos hemos levantado con nuevas muertes en Oaxaca. Piense en el asesinato de los jóvenes estudiantes. Vivimos una guerra…

Precisamente, esa situación se hace notar en el ejercicio del periodismo, tan arriesgado que llega a costar la vida. Usted, que lleva tanto tiempo en el oficio, ¿cómo lo valora?

México es el país más difícil para los periodistas de todo el mundo. Hay una persecución real, de mujeres y hombres que son asesinados por ejercer su oficio. Es una absoluta realidad.

¿Y qué le diría a un joven recién salido de la Facultad de Periodismo, ahora que la Universidad Autónoma de Nuevo León ha creado una cátedra con su nombre?

Nunca fui buena dando consejos, pero sólo puedo decir que cualquiera debe ser fiel a su vocación, a su inclinación. Lo demás será secundario. No puedo decirle a nadie que se retraiga. En todos los seres humanos existe la voluntad de ser.

¿Tiene fe en el futuro, conserva aún algo de esperanza?

Como decía Frantz Fanon, los ciudadanos de América Latina somos los condenados de la tierra. Cada día, amanezco a la tristeza y a la falta de fe. Lo que le sucede al país le sucede a cada uno.

Pero, ante esa situación, ante el drama de los refugiados, ante el terrorismo, ante matanzas como la de Orlando, ¿qué papel le corresponde a la cultura? ¿Puede combatir al terror?

La cultura puede documentar e iniciar una torre que se levante, de protesta. La cultura es siempre la salvación. Habrá autores que prefieran quedarse en su torre de marfil escribiendo sus libros o poemas a su tía. Pero en América Latina es imposible quedarse al margen, porque la realidad te saca a la calle. No es posible permanecer ajeno.

Quizás haga falta una revolución, que nos levantemos.

Los pueblos son heroicos. La gente de la calle es la que hace la revolución. Piense en la Revolución Francesa, lo que hizo el pueblo cuando María Antonieta quería darles pasteles; pero piense también en cuando ocurre cualquier desgracia ahora, como un terremoto. Los gobiernos acuden, sí, pero es el vecino el primero que acude a socorrer a las víctimas.

Y con todo lo que usted lleva vivido y contado, ¿no se animaría a escribir una autobiografía?

Yo pongo mucho de mí en los libros que escribo. Tengo 84 años y ahorita, por primera vez, estoy escribiendo sobre mi familia paterna. Tengo interés por saber quiénes fueron.

Si yo le planteara si se considera periodista o se considera escritora, ¿usted qué me respondería?

Para denostarme, me dicen que soy una periodista más. Yo me considero alguien que escribe, alguien que ha encontrado en la escritura su manera de estar en el mundo, de comprender lo que le rodea. No llevo un diario, pero tengo mis entrevistas, mis reportajes, mis columnas… Antes tenía mi máquina de escribir, ahora tengo la computadora. Nací en Francia y a los diez años vine a México… Finalmente, yo quiero pertenecer. No creo para nada en eso de que cualquier tiempo pasado fue mejor. No creo en la cabeza vuelta atrás.

Con todo y con eso, ¿encuentra tiempo para la lectura?

Sí, claro. Escribir es leer. Y leer es escribir. Leo mucho, pero de forma muy desordenada. Periódicos, por supuesto, pero también libros. Me gustan mucho Rosa Montero y Leila Guerriero. A veces me voy a la cama con una novela y hasta que no la termino no me duermo.

¿Y sigue escribiendo a diario?

Escribo a diario, sí. Tengo columnas y artículos en mensuales, pero ahora me quiero centrar más en la novela, porque no me queda mucho tiempo.

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Fuente ABC

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