Por Juana Elizabeth Castro López

Puedes tener una fe firme, sin embargo, ante el actual  panorama  que estamos viviendo, pudieras sentir que resbalas y fallas a tu fe. Ante esto no hay por qué sentirse mal, porque, ante el cúmulo de preocupaciones, ansiedad, pesares, cargas y afanes es normal estar abrumado, si así no fuera, entonces qué caso tendría que Dios en las Sagradas Escrituras cristianas dijera que eches sobre él tu carga y te diera promesa de sustentarte y de no dejarte para siempre caído, (Salmos).  Lo importante es seguir el consejo de la Palabra.

¿Cómo echar la carga sobre Dios? El apóstol Pablo fue un hombre con una poderosa fe y grandes luchas físicas y espirituales;  fue apedreado, azotado, sufrió hambre, cárcel y persecución; él nos da la respuesta cuando en oración pide: “Que el Dios de la esperanza los llene de toda alegría y paz a ustedes que creen en él, para que rebosen de esperanza por el poder del Espíritu Santo” (Romanos). Él blindaba su fe con esta esperanza sobrenatural y vivía en alegría y paz aun en medio de las adversidades. 

Por tanto, para descargar en Dios todo cuanto nos aflige, en lugar de hundirnos por lo incierto y malo que nos presenta el desalentador panorama, permitamos que el Espíritu Santo potencie nuestra esperanza al depositarnos en el único en quien podemos reposar confiadamente. Esta esperanza no es vana sino sobrenatural y llena de toda alegría y paz en la certidumbre de que Dios es fiel y está sustentándonos y es poderoso para sacarnos a flote, aun cuando por un momento haya flaqueado nuestra fe.

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Una ilustración de lo que estamos hablando lo hallamos en el siguiente pasaje de las Sagradas Escrituras donde encontramos a un discípulo de Jesús llamado Pedro, cuya fe flaqueó en un momento de peligro inminente y lo que hizo para descargar en Dios su aflicción:

… Jesús hizo a sus discípulos entrar en la barca e ir delante de él a la otra ribera, entre tanto que él despedía a la multitud. Despedida la multitud, subió al monte a orar aparte; y cuando llegó la noche, estaba allí solo. Y ya la barca estaba en medio del mar, azotada por las olas; porque el viento era contrario…Jesús vino a ellos andando sobre el mar. Y los discípulos, viéndole andar sobre el mar, se turbaron, diciendo: ¡Un fantasma! Y dieron voces de miedo. Pero en seguida Jesús les habló, diciendo: ¡Tened ánimo; yo soy, no temáis! Entonces le respondió Pedro, y dijo: Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas. Y él dijo: Ven. Y descendiendo Pedro de la barca, andaba sobre las aguas para ir a Jesús. Pero al ver el fuerte viento, tuvo miedo; y comenzando a hundirse, dio voces, diciendo: ¡Señor, sálvame! Al momento Jesús, extendiendo la mano, asió de él, y le dijo: ¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste? Y cuando ellos subieron en la barca, se calmó el viento. Entonces los que estaban en la barca vinieron y le adoraron, diciendo: Verdaderamente eres Hijo de Dios. (Mateo 14:25-33)

Pedro tenía fe en la palabra de autoridad de Jesús que le dijo “ven” y apoyado en esta caminó sobre el mar, sin embargo, su fe falló y empezó a hundirse porque fue turbado al enfocarse en el mar encrespado por el fuerte viento. Sucumbió ante el miedo y en ese momento clamó “¡Señor sálvame!”. Y, Jesús, conforme a la promesa de Dios, lo sostuvo y no lo dejó hundirse. En medio de las tribulaciones, cuando la fe cae debemos clamar al único que es fiel en lo que promete, ya que, “Dios no es hombre, para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta. Él dijo, ¿y no hará? Habló, ¿y no lo ejecutará?” (Números).

En este pasaje, además,  Jesús reveló el por qué Pedro se había hundido: “¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?” El enemigo mortal de la fe es la duda. El miedo abrió puerta a la duda, Increíblemente, el miedo menguó la fe de este discípulo; pero a pesar de que su fe falló, Pedro clamó y Jesús lo auxilió. 

Por otra parte, podemos hacer una analogía de lo que estamos viviendo actualmente;  porque todos estamos en la misma barca, que está siendo azotada por todos lados y el viento le es contrario. Tenemos fe, al igual que Pedro, pero, al ver la dura situación entramos en pánico y empezamos a hundirnos. Entonces, con el agua hasta el cuello,  debemos volvernos a Jesucristo  y clamar “¡Señor, sálvame!”   Al momento Jesús extenderá su mano y nos sacará a flote, no obstante nuestra poca fe y nuestra duda. Cuando Jesús sube a nuestra barca, el viento se calma. “Y el Dios de esperanza [nos llena] de todo gozo y paz en el creer, para que [abundemos] en esperanza por el poder del Espíritu Santo”.

En conclusión, es normal tener miedo ante la incertidumbre de lo desconocido, pero el Señor nos dice: “¡Tened ánimo… no temáis!”. No hay por qué abrumarse por el fuerte oleaje de adversidades que golpean y el viento contrario; di a tu corazón: “¡Dios es mi salvación! Confiaré en él y no temeré. El SEÑOR es mi fuerza, el SEÑOR es mi canción; ¡él es mi salvación!»” (Isaías). Pero, si el miedo te sobrecarga de dudas y empiezas a hundirte, echa tu carga sobre Aquél que es fiel y él cumplirá su promesa de sustentarte y no dejarte para siempre caído.

juanaeli.castrol2@gmail.com

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