Jeosm/Zenda
No recuerdo exactamente cómo conocí a Eva Baroja (Logroño, 29 años), pero seguramente sería en algún sarao del mundo cultural. Se mueve con gran soltura en el género de la entrevista, en el columnismo, en el mundo del podcasting y como presentadora.
Esta riojana, afincada en Madrid desde hace seis años, se ha abierto un hueco en el mundo del periodismo patrio con determinación, estilo, carisma y gran solvencia. Comunicadora y filóloga, pasó por las redacciones de Onda Cero y La Sexta, y actualmente trabaja en El País.
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—En tu oficio la mirada y el estilo son un valor en alza. ¿Cómo haces para trabajarlos?
—Intento arriesgar, hablar de temas que no estén tanto en la agenda, pero sí en la conversación. En la contraportada, procuro entrevistar a personajes que han salido poco en el periódico. Me gusta sorprender. Una vez un político me dijo que cuando leía mis entrevistas le daba la sensación de que se estaba tomando un café con el entrevistado, porque yo desaparecía… Para mí, es lo mejor que te pueden decir.
—¿Qué papel juega la creatividad en tu trabajo?
—Es el elemento central… En vídeo, hay muchas oportunidades para innovar en formatos y maneras de contar. Esto que siempre repite Pepa Bueno: “Un periódico se lee, se escucha y se ve”. Aunque, a veces, se nos olvida. En el día a día, los periodistas estamos sometidos a un ritmo que nos nubla la mente y hace que seamos menos creativos. En verano, cuando me voy a mi pueblo de León y paro, las ideas fluyen…
—¿En qué disciplina te encuentras más cómoda?
—Mis amigos y mi familia me suelen decir que tengo una sensibilidad especial para empatizar. Sin duda, mi género favorito es la entrevista y uno de los que más trabajo, en el periódico, en televisión, en los podcasts… pero también me gusta el análisis político, los temas sociales y los derechos humanos.
—¿Cómo afrontas una entrevista? ¿Tienes algún método?
—Uf, en eso soy obsesiva. Llamo si tenemos alguna persona en común, repaso las entrevistas recientes, investigo… Frente a frente, dejo que la conversación fluya. Miro a los ojos y me callo mucho, como hacía Quintero, que era el mejor. Vivimos en una época en la que las pantallas han hecho que prestemos menos atención a los detalles. Todo es más impersonal. Y a veces somos incapaces de escuchar durante un tiempo prolongado. Porque la escucha activa exige esfuerzo y es cansada. Mirar directamente a los ojos puede intimidar, pero solo así conectas con la esencia de una persona.
—En periodismo, ¿está todo inventado?
—Algunos lo repiten todo el rato, pero no es verdad… Siempre se puede innovar, aunque sea un poquito. Te pongo un ejemplo. Hace unos años puse en marcha una sección en El País llamada En la biblioteca de… Eran entrevistas, en vídeo, que combinaban la divulgación literaria con el morbo de descubrir las casas de los escritores y un espacio tan íntimo como sus bibliotecas. Fue un éxito desde que empezamos con Arturo Pérez-Reverte y se convirtió en uno de los formatos más vistos.
—¿Hay líneas rojas en los medios de comunicación?
—Para mí, el sectarismo es una línea roja. Tenemos que bajar el ruido muchos decibelios y ser más tolerantes con el que piensa distinto. Escuchar y dudar más. Como periodista, intento ser activista de la moderación. Y eso no significa ser equidistante o no tener una determinada mirada sobre el mundo, sino intentar acercarte a los acontecimientos desde la ecuanimidad. La mesura, la educación o la tolerancia no están de moda. Vivimos en la hipérbole permanente, no solo en el discurso político, y eso nos empobrece.
—¿Cómo ves el futuro de tu profesión?
—Hace unos días leía el informe Digital News Report, una investigación interesantísima sobre el consumo de noticias en España. Dice que el interés por la actualidad ha caído del 85% al 51% en una década, pero que el 69% de los ciudadanos están preocupados por la desinformación en internet. Creo que es fundamental recuperar a la gente que se está alejando de los medios tradicionales. Ser más transparentes y que entiendan nuestro trabajo. Qué hacemos, cómo y por qué. Ese es el único camino: la alfabetización mediática y comunicarnos con ellos de tú a tú, no desde ninguna atalaya.










