Elena Poniatowska/La Jornada Semanal

Antes que nada, pretendo celebrar algunas frases de Monsiváis porque a él le habría gustado que lo recordáramos sonriendo.

“O ya no entiendo lo que está pasando, o ya pasó lo que estaba entendiendo.”

“Si nadie te garantiza el mañana, el hoy se vuelve inmenso.”

“Los pobres nunca serán modernos. Se comunican por anécdotas, no por estadísticas.”

“Uno pasa inadvertido si se viste como pidiendo empleo en una oficina de gobierno.”

“El que viaja con frecuencia en el Metro ya carece de posibilidades de ascenso.”

“Se vive sólo una vez y nuestros padres hicieron muy mal en educarnos en las tradiciones de la escasez.”

“Quienes moralizan suelen ser los derrotados.”

“El lugar de una persona en la vida lo anuncia el tamaño de su sala.”

“El que nada tiene, algo compra.”

“Lo importante de tener dinero es que la gente lo sepa.”

Estos son algunos aforismos (el género más breve y conciso al alcance de un autor) que nos legó Monsiváis.

Todavía siento sus ojos escrutadores sobre mis hombros cuando escribo sobre él. Ahora mismo, lo siento a mi espalda listo para saltarme encima como uno de sus gatos.

Conocí a su mamá, María Esther Monsiváis, amiga entrañable, frente a la caja de distintas publicaciones en las que ambos colaborábamos. Físicamente, Monsiváis se parecía a ella, y verla me dio alegría. Nos hicimos amigas. Era crítica, aguda, sabía de todo. Nadie mejor que ella para mantenerse al día sobre la vida política del país, nadie como ella para aconsejar cómo paliar las gripas de Felipe y Paula, mis hijos pequeños. Comprendí por qué a lo largo de tantísimos años, nunca le oí a Monsi una grosería. En una conferencia que di en la sala Manuel M. Ponce la vi sentada y se lo agradecí mucho, y de ahí para el real siguieron nuestras visitas y largas pláticas telefónicas vespertinas.

Monsi y yo coincidíamos los jueves en el suplemento México en la Cultura. Éramos dos jóvenes felices de poder escribir, bueno, en realidad éramos tres, porque ahí se angustiaba y revolvía sus cabellos y sus sesos, el entrañable poeta y arcángel José Emilio Pacheco, quien para nuestra desgracia habría de morir el 26 de enero de 2014.

Cuando José Emilio regresó de la Universidad de Essex, Monsiváis viajó a Inglaterra en 1970. Me escribió desde Essex. En realidad, respondía a mis preguntas porque ya estábamos muy cerca del fin del movimiento estudiantil que terminaría en la masacre del 2 de octubre de 1968. Desde meses antes, Monsi condenó a Julio Sánchez Vargas, el procurador que perseguía a los muchachos: “Leí, azorado, las declaraciones del procurador. Ni siquiera es cínico. Para serlo, requeriría de cierto mínimo valor expresivo. Es pura reacción gutural, la onomatopeya de la incoherencia. Pesa demasiado la tradición del leguleyo en México. (…) Cualquiera que sea la reacción estudiantil, Elena, será justa. Esto ni a burla llega. Es jerigonza. Y, de nuevo nos queda la insistencia en el trabajo personal, supongo (…) Estoy demasiado enredado, demasiado atado a tareas que no resuelvo. Quizás el método que me funciona es la exigencia económica. Cuando regrese y no tenga un centavo, colaboraré donde pueda. O entraré a la publicidad. Me ofrecen un empleo magnífico, pero la verdad no me convence. Sigo suponiendo que la publicidad desgasta, atrofia. Necesito integrar un presupuesto de cinco o seis mil pesos mensuales. Con menos no creo que se viva (vivir incluye cine, revistas, libros y recorrido por el país). En fin, no quiero obsesionarme demasiado con el problema económico de aquí a diciembre”.

Todo, al archivo de experiencias

En otra misiva de Essex plantea su regreso a México: “(…) ya solamente creo en los libros útiles. Claro que definir lo ‘útil’ de un libro es tarea para rato. Pero hay definiciones in acto: la respuesta de la gente ante temas ajenos a Love Story o Papillon o The Godfather o Picardía mexicana. (…) Yo me sigo preparando para un acaso imposible trabajo periodístico. Todo lo que leo, veo, escucho, lo refiero de inmediato a una especie de archivo de experiencias utilizables. Me gustaría enormemente dedicarme a la crónica, al reportaje. Y al show business. Y al cine. Y al ensayo académico. Y al teatro. Y al comentario político. Oficial de nada, en eso temo convertirme. Las múltiples vocaciones suelen unificarse en el amateurismo perfecto. Leo un libro diario y veo de dos a tres películas y me inundo de revistas. Y cada vez escribo menos o ya francamente no escribo. Mi propensión actual: convertirme en un espectador profesional de todo, ya un simple programa de radio me cuesta un esfuerzo desmesurado. Voy para un sub Octavio Barreda que vuelo, irónico y autor de varios selectos libros de frases, recogidos en conversaciones entre cine club y cine club y jamás impresos. ¿Pero qué se le va a hacer? esta etapa de esterilidad total puede ser nada más una etapa. Si no, ni modo. Corresponde, en cualquier caso, a un desarrollo orgánico. Y, personalmente, me siento tranquilo, sin tensiones (…) Sergio Pitol está aquí. Hemos rentado un departamento juntos por un mes, mientras él se va a Bristol, donde dará clases un año. Te envía infinitos saludos y su afecto”.

Organizar la memoria, sintetizarla, volverla literatura, hacer que participen en ella voces anónimas, rescatar eligiendo, es el sentido que Carlos Monsiváis dio a su obra única en nuestro país por lúcida, vasta y generosa.

A Monsi, la emergencia de los movimientos sociales le corría en la sangre y se le volvió tinta. Carlos fue testigo, juez y parte. Disminuir la impunidad de la política mexicana fue una de las tareas que se impuso. De tanto escribir sobre movimientos sociales, el propio Monsi se volvió un movimiento social que hoy todos seguimos como una gran marcha parecida a todas a las que él asistió.

Monsiváis fue un ejemplo de vida y de creación no sólo para una mujer como yo, sino para muchos jóvenes que ahora lo siguen como nos lo dice quien ahora conduce la nueva dirección de la editorial que publica sus libros: ERA.

De todos nuestros amigos, de todos los jóvenes pensadores mexicanos, Monsiváis fue el único que no se equivocó; su única gran equivocación fue morir, el 19 de junio, por descuidar su salud, a pesar de haber recibido tantas advertencias, a pesar de que su médico, Gustavo Reyes Terán, respondió a su pregunta: “¿Me voy a morir?” “Sí, si no te cuidas”, y le dio tres meses de vida.

Sin Monsiváis perdimos mucho del sustento cultural de nuestros movimientos y nuestras luchas políticas, la constancia escrita de los ideales de los jóvenes y de su heroísmo. Implacable contra los dogmáticos, los conservadores, los cursis, los corruptos, los homófobos, los ladrones, Monsiváis, niño libresco si los hay, gran crítico de poesía, se caracterizó por su lucha contra el sida y contra el autoritarismo.

Monsiváis no sólo fue el cronista de la vida de México durante más de 40 años, fue también nuestra conciencia nacional.

Monsi sabía todo de todo. Durante un viaje que hicimos a Israel, cantaba: “Esta tarde vi llover” en pleno desierto del Negeb y entonaba: “Un poquito de tu amor, mi negro santo” en el mar Muerto. Cuando subimos al Gólgota, tarareó: “Grabé en la penca de un maguey tu nombre”; en Tel Aviv, a la hora del café y para documentar nuestro optimismo, ya se había convertido en un museo andante, su extraordinaria capacidad sintetizó el viaje y lo hizo entonar de nuevo levantando las dos manos en señal de no te me acerques: “Si te vienen a contar cositas malas de mí, / manda a todos a volar, / diles que yo no fui /. Yo te aseguro que yo no fui / son puros cuentos de por ahí, / tú me tienes que creer a mí,/ yo te lo juro que yo no fui.”

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