Consuelo Ramírez, “Doña Chelo“, la más célebre de Las 7 Cabronas de Tepito, el Barrio Bravo de Ciudad de México por ser una de las zonas mas emblemáticas y peligrosas, falleció el pasado martes, informaron este jueves sus familiares.

Doña Chelo quedó retratada en el mural que adorna uno de los callejones de Tepito, el de Las Siete Cabronas Invisibles, las matriarcas del barrio, entre las que también se cuenta Doña Queta, la guardiana de la Santa Muerte.

Inculcó a sus hijos el espíritu de superación con su lema: “A Dios le debo la vida y a Tepito la comida”, y de esa forma era reconocida como una figura de referencia en Tepito, uno de los barrios más marginales de la capital mexicana con altos niveles de inseguridad por la lucha de bandas rivales que controlan el narcotráfico y todo tipo de negocios.

De reciclar ropa usada, doña Chelo costeó los estudios universitarios de diez hijos con escasa ayuda de su esposo, considerado en el barrio como un padrote vividor.

El menor de los hijos, Greco, es doctor en biología molecular. Fue investigador en Madrid, Alemania y Montreal y actualmente trabaja en el Instituto Nacional de Cancerología de México.

Nunca terminó ni la primaria, pero aprendió a leer por su cuenta ya adulta.

Nieta de sacerdote y atea, agradecía, no obstante, a Dios la vida. Respondona y mal hablada cuando la situación lo requería. Casada sin ganas. Defensora de sus diez hijos, siete varones y tres mujeres, todos con estudios universitarios, según explica a Alfonso Hernández, cronista oficial de Tepito.

Como buena residente de Tepito, Doña Chelo era alburera de respuesta rápida y contundente como una manera de supervivencia para una mujer en el Barrio Bravo mas temido de Ciudad de México.

Los albures son juegos de palabras divertidos con mucho ingenio, doble sentido y en ocasiones con una carga erótica que son muy populares en barrios como Tepito.

Nunca vendió ropa de mujer, mucho más latosas a la hora de la compra. Compraba trajes de caballero en buen estado, de lana, de buena tela, los descosía, los volteaba y los cosía nuevamente. Si algo estaba mal, lo reemplazaba y luego los vendía.

A pesar de tener a sus hijos criados, nunca dejó de trabajar porque en Tepito desde que uno camina ya produce y donde se crece a chingadazos, como los bistecs no hay espacio para la flojera.

Desde hace casi una década, Doña Chelo, que casi rondaba los 90, seguía ganándose la vida rentando su patio como bodega. Todos los días, excepto los martes, el único día que Tepito descansa por ser uno de los diez mayores mercados informales del mundo.

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