Héctor González Aguilar

De aspecto tan horrible como imponente, a la criatura de Frankenstein se le da vida una noche tormentosa mediante un sistema de cables que conectan las partes vitales de su cuerpo con un enorme pararrayos que capta las descargas eléctricas de la madre naturaleza. Su corazón comenzó a latir después de recibir varias descargas de miles de voltios, al menos eso suponemos, aspiró para llenar de aire sus potentes pulmones y enseguida abrió los ojos. Gracias a los adelantos de la ciencia, mal encaminados, un cuerpo inerte y mal ensamblado ha recibido un soplo de humanidad.

Al menos eso es lo que ocurre en alguna de las tantas películas que se han filmado sobre el personaje, porque en la novela de Mary Shelley no sucede así; probablemente se recurrió a la electricidad, pero no se dan mayores detalles, lo cual ha sido propicio para la cinematografía porque así cada cineasta es libre de ofrecer su propia interpretación en la recreación de esta escena fundamental.

La criatura carece de nombre, en el relato de Shelley se le llama monstruo o demonio, en las películas la reconocemos con el apellido de su creador, Víctor Frankenstein. De origen ginebrino, Víctor es un apasionado de la filosofía natural, ha adquirido muchos conocimientos pseudocientíficos antes de trasladarse a la universidad de Ingolstadt, en Baviera, en donde se introduce en el estudio de la ciencia moderna. 

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Empecinado en encontrar el misterio de la vida, con una extraña mezcolanza de conocimientos, después de muchos desvelos y de incontables fracasos, Víctor logra inyectar vida a un cuerpo humano -¿humano?- que había armado con piezas conseguidas en los osarios y en salas de disección. Cuando ese cuerpo inerte de ocho pies de estatura y de piel amarillenta abre los ojos y pone su mirada viscosa sobre Víctor, éste no soporta el horror y huye de su laboratorio.

El origen de esta historia es singular, Mary Wollstonecraft se había fugado con el hombre que amaba, el poeta Percy Shelley; durante una estancia en Ginebra, en el año de 1816, en alguna de las reuniones que organizaban para no aburrirse debido al mal tiempo, el amigo de la pareja, el también poeta Lord Byron, sugirió que cada uno de ellos escribiera un relato de terror.

Producto de aquella invitación, más bien fue un reto, dos años después, Mary -al casarse con Shelley tomaría su apellido- publicaría la novela Frankenstein o el moderno Prometeo. La obra fue bien recibida desde el principio, en vida de la autora se editó tres veces y hoy se le considera un clásico de la literatura universal. Mary Shelley enviudó muy joven, escribió otras novelas que no alcanzaron la resonancia de la primera.

La novela aborda el conflicto entre el genio creador y su monstruosa obra. Víctor repudia a la criatura, lo cual es la causa de todo lo que ocurrirá después. La criatura intenta acercarse a otros humanos en busca de amor, pero cuando lo hace vuelve a ser rechazada por su aspecto externo, nadie es capaz de apreciar su propensión a los buenos sentimientos.

Entendiendo que será imposible encontrar el amor entre los humanos, la criatura le pide a Víctor una pareja semejante a él. Con la negación de Víctor, aquella desplegará su maldad contra todo lo que su creador ama.

Si el resto del mundo conoce la historia -dentro de la novela-, se debe al fortuito encuentro entre un joven explorador y Víctor Frankenstein. Casi siempre olvidado en los filmes, Robert Walton es un inglés de veintiocho años que busca la gloria como explorador en las frías aguas del Océano Ártico. Lo que encuentra es lo que queda de Víctor Frankenstein, quien alcanza a contarle su desgraciada vida. Robert, de espíritu soñador y romántico, escribe la historia y se la envía, por cartas, a su hermana Margaret Saville, que reside en la lejana Inglaterra. 

Fue precisamente Robert Walton el último hombre en ver al monstruo, armándose de valor consigue conversar con él, gracias a Robert sabemos de su intención de inmolarse en la región ártica. El problema es que nadie, ni en la novela ni fuera de ella, ha informado fehacientemente de la muerte de la criatura de Frankenstein, lo cual sugiere la posibilidad de que aún se encuentre con vida y continúe buscando el verdadero amor, aquel que nunca ha conseguido.

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