Con Sanguínea, Gabriela Ponce (Ecuador, 1977) debuta como novelista. Cuentista y dramaturga, la ecuatoriana decide incursionar en el género de largo aliento con una novela cuerpo adentro, puertas adentro, es decir, una obra donde todo ocurre en el interior de algo o de alguien, lo que provoca cierta sofocación, ensimismamiento. Asimismo, utiliza la menstruación como una relación con lo oculto, lo afectivo y erótico.

En entrevista con Excélsior, Gabriela Ponce da cuenta de su primera novela, donde la protagonista, quien también es la narradora, vive una relación fisurada con un hombre. Entre relaciones sexuales, menstruación y espacios cerrados como una habitación, esta mujer evocará su pasado y presente, hará eco de sus obsesiones y deseos. Dentro de esta charla, la autora analiza su relación como autora y lectora con la literatura latinoamericana contemporánea.

La narración de Sanguínea ocurre al interior de una subjetividad en crisis, una especie de territorio íntimo que se registra en su modo singular de desmoronarse; creo que esto marca el ritmo también de la narración que siento es excesiva y claro, sofocante. No hay para la narradora posibilidad de fuga, aunque su intención sea ésa, huir, diferir la caída; fracasa en cada intento porque el derrumbamiento está sucediendo en su siquis desde el inicio de la narración”, reconoce la autora.

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Al tener como tema central la menstruación, de ahí el título del libro, la obra teje una afectividad entre el tabú que significa el sexo y el inicio de un proceso interno en todas las mujeres. “La relación con la sangre está marcada por un ocultamiento, una clausura. Desde que se inicia la menstruación el mandato es invisibilizarla, es lo que la cultura impone, modos de que su color, su textura, su olor, no asomen.

La conexión entre la menstruación y lo social es uno de los nexos que propone esta obra. La otra es la comunicación que hay entre géneros, como la novela y el teatro, en este caso, que a decir de Ponce es inútil tratar de encasillar una obra en alguno. “La definición rígida de géneros me parece restrictiva. Creo que tensionar o distanciarse de la especificidad de un lenguaje o de un género intensifica la relación con el mismo, nos lleva a reflexionar sobre sus propiedades y sus recursos de representación, y lo vivifica.

Lo digo también porque hago teatro y me entusiasman mucho las obras o los procesos que tensan el lenguaje y me llevan a preguntarme una y otra vez de qué hablamos cuando hablamos de teatro, sentir que un lenguaje no deja de recrearse, que no se puede domesticar, que en sus deslizamientos me vuelve a sorprender porque no puedo hablar de su especificidad y porque sus posibilidades son infinitas. En ese sentido, Sanguínea es una novela pero también puede algo más.

CUERPO Y LENGUAJE

No cabe duda que Sanguínea es una novela corporal donde las palabras asumen a función de la piel y utiliza un lenguaje voraz y álgido que logra una consonancia entre la frase y la dermis.

El teatro es un pensamiento en imagen y más que el arco dramático o la trama, lo que a mí particularmente me ha interesado mucho de la escritura de teatro es cómo ésta se especializa, cómo se relaciona con el cuerpo y la materialidad de la escena y eso tiene más que ver con el ritmo y el montaje. Yo tenía una colección de imágenes en las que encontraba una pregnancia narrativa o escénica y las cuales fui en principio explorando, explica.

Y me gusta esa posibilidad de que en la narración se atraviese el paisaje, el objeto, el recuerdo de lo inútil, de eso que parece no tiene lugar en la historia pero se cuela y se instala en la narración. Además, escribo en primera persona porque es una manera de asumir la voz de quien ve el mundo y crea la ficción, lo cual también estaría emparentado con el teatro que hago, concluye.

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