El padre de la endocrinología española, Gregorio Marañón, destacó, entre otras muchas cosas, por su faceta poliédrica y por dar una gran importancia a la relación entre el médico y el paciente, algo que para él “era lo más sagrado” y, a juicio de varios expertos, “llevó al valor sublime”.
Con motivo de la conmemoración de la Semana Marañón, organizada por la Fundación Ortega-Marañón, su presidente, Gregorio Marañón y Bertrán de Lis; el director del Centro de Estudios, Fernando Bandrés; y el presidente de la Real Academia Nacional de Medicina de España, Eduardo Díaz-Rubio, conversan con EFEsalud sobre su legado.
La Semana Marañón
Durante la Semana Marañón, que comienza este lunes 25 de noviembre y se prolongará hasta el viernes 29, la Fundación Ortega-Marañón ha organizado una serie de coloquios y conferencias para ahondar en lo que ha supuesto el científico.
“Entendemos que hay una serie de valores que Marañón nos legó, que eran propios de su tiempo, pero que lo son del nuestro y por esa razón nosotros los actualizamos”, explica Fernando Bandrés.
En esta edición se abordarán, entre otros asuntos, los retos que plantean las nuevas tecnologías sanitarias, la importancia y la responsabilidad de los medios de comunicación ante la salud pública y la enseñanza de la medicina con el paciente en el centro.
La relación médico-paciente, “al valor sublime”
El presidente de la RANME será uno de los que participen en esta Semana. Destaca de Marañón su faceta de historiador, moralista, humanista y médico, que practicaba la Medicina “llena de valores”, en la que el paciente “representaba lo más sagrado”.
“La confianza que el médico tenía en el paciente y el paciente en el médico era mutua. Marañón fue la persona que esto lo llevo al valor sublime, a la relación humana con las personas; él presumía siempre de que antes de conocer la enfermedad, lo que le interesaba de un paciente era la persona”, afirma Díaz-Rubio.
Comenta que Marañón se pasaba mucho tiempo preguntando al paciente sobre sus aficiones, cómo era su familia o cómo sentía la vida, para luego hilar todo eso con la enfermedad.
“Por eso él decía que la innovación más importante que asistió nunca en su vida, la innovación más importante, era lo que llamó la silla porque era lo que le permitía estar al lado del paciente”, incide Díaz-Rubio.
Los tiempos han cambiado
Lamenta el presidente de la RANME que, en la actualidad, lo que sienta o piense el paciente “queda en un segundo plano” ante la “avalancha de tecnología, innovación y de inteligencia artificial” y de la “falta de tiempo” que tienen los profesionales en las consultas.
Así, considera que hay que intentar que, hoy en día, en que la medicina ha avanzado mucho y los profesionales tienen una formación superior a la que había en tiempos de Marañón, “los médicos tengan una correspondencia con el paciente”.
“Para las nuevas generaciones primero, desgraciadamente, no siempre conocen la figura de Gregorio Marañón. En las universidades, a veces lo que se sabe, sobre todo en los primeros cursos de una figura como Marañón, es que hay un hospital que se llama Gregorio Marañón o que hay una estación de metro”, señala Díaz-Rubio.
La universalidad de Gregorio Marañón
El nieto del científico, Gregorio Marañón y Bertrán de Lis, resalta la faceta humanista. No obstante, coincide en que si su abuelo se tenía que definir, hasta el final de sus días lo haría como médico.
Pero también, subraya “la universalidad” de sus intereses, de sus conocimientos. “Él se acerca al hombre en su historia, se acerca al hombre en su psicología, se acerca al hombre en su enfermedad y se acerca al hombre en su humanismo”, reflexiona.
Sobre si hoy en día podría existir una figura como él, el presidente de la Fundación Ortega-Marañón considera que hay personalidades de referencia que, a su juicio, “son irrepetibles” por razones obvias, ya que han nacido en un contexto histórico que ya no es el mismo.
“Es muy difícil, muy difícil esa visión humanista tan amplia. Fue un hombre esencialmente de su tiempo y, por lo tanto, no querría hacer la extrapolación a decir hoy cómo sería”, señala el presidente de la Fundación Ortega-Marañón.
Habría que enunciar, prosigue, “cosas que serían necesariamente para ser él mismo”: “una buenísima persona, una persona muy inteligente, una persona muy trabajadora, una persona muy entregada a los demás y una persona de la que nada de lo humano le era ajeno. Un extraordinario médico, con una intuición siempre acertada en saber dónde estaba el problema y dónde la solución”, remarca.