Instada a definir su esperada adaptación de Mujercitas, Greta Gerwig (Sacramento, 36 años) escoge un adjetivo poco habitual en este siglo. “Me gusta decir que es cubista”, responde la actriz y directora. “El cubismo, según me enseñaron, consiste en observar algo desde distintos ángulos al mismo tiempo. Eso es lo que sentí que estaba haciendo con esta película”. Durante siglo y medio, la novela que Louisa May Alcott publicó en 1868 ha sido venerada por una legión de fans, pero también tratada como una forma menor de arte, sujeta a las rígidas leyes de la llamada prosa doméstica, que emergió en Estados Unidos en el siglo XIX. Su misión era fortificar un ideal de feminidad sostenido sobre pilares como la piedad, la pureza y la reclusión en la vida doméstica.

En esos estrechos márgenes, Alcott logró plantar una semilla de subversión, pese a respetar estrictamente las convenciones literarias de la época. Es la idea que guía la relectura que ha hecho Gerwig de la historia de las hermanas March, que parece pensada para contentar a varios tipos de espectadores a la vez, del más acrítico al más político. “El libro ha quedado envuelto en una moralidad de postal navideña, pero bajo la superficie hay otras cosas. Cuando volví a leerlo de adulta, me di cuenta de lo espinoso, extraño y revolucionario que resultaba”, afirma Gerwig. Sus protagonistas son feministas porque “son mujeres completas, y no clichés ni objetos”, según precisaba la directora, a mediados de diciembre, durante una entrevista en París.

El libro de Alcott funciona como catálogo de cuatro modelos de feminidad diferentes con el que sus lectoras podían identificarse. Como la mayoría de mujeres letraheridas, Gerwig siempre se reconoció en Jo March, modelo prefeminista que ya inspiró a personalidades tan dispares como Simone de Beauvoir, Hillary Clinton o Patti Smith. “Jo quería ser escritora, como yo. Y tenía mal carácter, como yo. No sé si ya me parecía a ella y por eso me gustó tanto, o si me esforcé en parecerme a ella hasta que lo logré”, sonríe Gerwig. En secreto, la directora siempre temió ser más como Amy, la hermana menor y la de peor reputación, por haber quemado el manuscrito de Jo y por quedarse con su pretendiente. Esta nueva adaptación la despoja de todo tropo misógino. “Es significativo que, durante 150 años, no nos haya gustado esa chica, que es la que dice más claramente lo que quiere y la que más se esfuerza en conseguirlo. Tal vez sea un símbolo de progreso que hayamos cambiado de opinión”, apunta la directora.

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“Hay un impulso para contratar a más mujeres y poner sus películas en el centro de la conversación. Pero también diría que, para los estudios, es como comer verdura…”

Volver a llevar la novela a la gran pantalla tras un sinfín de adaptaciones –como las que protagonizaron Katharine Hepburn, en 1933, o Winona Ryder, en 1994– era un proyecto largamente acariciado por Gerwig. “Al principio me contrataron solo para escribir el guion. Les pedí que también me dejaran dirigirlo, pero no había rodado nada. Y los estudios no tienen costumbre de dar películas grandes a novatos…”, dice Gerwig. Todo cambió tras su exitoso debut como directora, Lady Bird, crónica de su adolescencia en la ciudad californiana de Sacramento que la haría entrar en el reducido club de mujeres nominadas al Oscar a la mejor dirección. De repente, contaba con un presupuesto de 40 millones de dólares y un reparto formado por estrellas como Saoirse Ronan, Emma Watson, Timothée Chalamet, Laura Dern o Meryl Streep, que interpreta a la agriada tía March.

“Hay un impulso para contratar a más mujeres y poner sus películas en el centro de la conversación. Pero también diría que, para los estudios, es como comer verdura…”, ironiza Gerwig. Es decir, algo que se hace más por obligación que por convicción o por gusto. “A Hollywood no le importa de dónde venga el dinero, mientras venga. Se han dado cuenta de que las películas dirigidas por mujeres funcionan económicamente, como Wonder Woman o Estafadoras de Wall Street. Y están encantados en cobrar el cheque…”, opina la directora. Gerwig no quiso rodar una película destinada solo a las mujeres. “Una de las cosas que me gusta del libro de Alcott y de su feminismo es que no son excluyentes. Ve el feminismo como un cambio con el que hombres y mujeres salen ganando”.

Tras cuatro años sin actuar, Gerwig volverá a hacerlo en 2020 con un montaje de Tres hermanas de Chéjov en el off-Broadway, a la vez que escribe una película sobre la muñeca Barbie junto a su compañero, Noah Baumbach. Un retrato del director neoyorquino junto al bebé que acaban de tener, Harold, se ilumina en el fondo de pantalla de su móvil. Gerwig anuncia que la maternidad será uno de sus próximos temas como directora. “Visto lo visto, me parece una tarea heroica”, bromea. Hace semanas, investigando para un futuro proyecto sobre el que no quiere dar detalles, leyó en una revista universitaria una leyenda que le dejó marca. “Contaba que, en la Grecia clásica, ninguna tumba llevaba el nombre del fallecido, salvo los hombres que cayeron en la guerra y las mujeres que murieron dando a luz”, relata Gerwig, admirada. “No sé qué voy a hacer con esa historia, pero manténganse en sintonía”.

La obligación moral de ser feliz

Pese a sus tics de modernidad, la película es más fiel al original de lo que aparenta. Gerwig calcula que más del 80% de sus diálogos son idénticos a los del libro, lo que no excluye que sean los cambios los que saltan a la vista. La directora ha desordenado voluntariamente la estructura cronológica del libro a través de numerosos flashbacks que permiten comparar pasado y presente. Gerwig también incorpora una reflexión sobre la obligación moral del final feliz, que sigue vigente casi dos siglos después. Sin entrar en detalles, la directora concluye su historia con una argucia que se adecúa mejor al final que deseó Alcott en su tiempo, antes de someterse a las leyes del mercado: sin realizar esos cambios, Mujercitas nunca habría sido publicado. “Quise darle un final que le hubiera gustado a Louisa”, afirma Gerwig. “En el fondo, he contado una historia de amor entre una chica y su libro”.

En cambio, prefirió no reflejar la ambigüedad de género que Alcott parece esbozar al describir sus personajes. “Jo dice que quiere ser un chico y tiene nombre de chico, mientras que Laurie, su pretendiente, tiene nombre de mujer. Sentí que Alcott perseguía cierta androginia, porque los dos personajes se intercambian la ropa y actúan como dobles, como si fueran gemelos”, admite Gerwig. Sin embargo, terminó desechando esa pista: “No quería imponer una lente de nuestro siglo en la realidad del siglo XIX hasta el punto de distorsionar el original, ni colgar etiquetas que esos personajes no han elegido”.

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