La tragedia de Líbano me hizo pensar en amigos libaneses muy queridos, pero sobre todo en la entrañable Astrid Hadad. Nacida en Chetumal, quien hace un valientísimo teatro político-barroco y satírico, en el que mezcla la canción ranchera con la rumba, y lanza, cual dardos, críticas al gobierno, las mismas que llevaron a Palillo a la cárcel cada vez que subía al escenario.

Los escándalos de Astrid Hadad fueron memorables cuando se atrevió con una valentía poco común a hacer crítica política y llamó a México Matria en vez de Patria en espectáculos fabulosos. En ésa época, Javier Aranda la comparó con Janis Joplin en una memorable entrevista de televisión, y sus admiradores pudieron conocer su casa pintada de rojo parecida a la cueva de Alí Babá, o a un bazar milagroso atiborrado de lámparas mágicas, manitas de santos y colguijes de ámbar.

A partir de ese momento, un público admirativo la siguió como a una Coatlicue moderna, y a Astrid la vetaron las televisoras. Astrid divertía y hacía pensar, y ése sigue siendo su gran mérito: decir verdades políticas y sociales, y combatir a la corrupción con su certero sentido del humor. Es la única que sabe hacer reír al son del bolero, la rumba, el cante hondo, y no le tiene miedo ni a la poesía ni a la historia.

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En este momento, su preocupación es su tierra o la mitad de su tierra, porque ella, libanesa, nació en Chetumal. Maya-libanesa, según ella misma presume, su mamá además de enseñarle a bailar y a cantar, hacía el mejor mukbil pollo del mundo.

–Yo ya no tengo parientes allá en Líbano, pero por supuesto, al oír la espantosa noticia, busqué a los parientes que me quedan aquí para saber cómo estaban y por fortuna no hay desgracias en la familia, pero Líbano es ahora un país que está sufriendo muchísimo. Fui a cantar, en 2008, en las ruinas de Baalbek, un lugar hermosísimo. Hablé con la gente y me dio tristeza oírlos contar que todo iba muy bien en Líbano hasta que entraron tantos partidos políticos, tantas ideologías que, entre la religión y la política, los libaneses se desunieron y se pusieron unos contra otros.

–En Beirut siempre convivieron las grandes mezquitas con las grandes iglesias maronitas…

–Sí, yo, que soy católica, vivía en un barrio musulmán y era un orgullo estar entre musulmanes y católicos que se llevaban muy bien, hasta que llegaron los partidos y empezaron a poner a los unos contra los otros.

“Hay una película de una gran cineasta libanesa, Nadine Labaki, guapísima, aclamada internacionalmente; no sé si la conoces, primero filmó Caramelo y después ¿Y ahora a dónde vamos?, que trata precisamente de un pueblo en el que todos se entienden, musulmanes, católicos, chiítas hasta que llegó la televisión y los pobladores empezaron a escuchar los mensajes de los políticos. Sus discursos hicieron que se pelearan unos con otros y día a día fueron ahondándose las diferencias.”

–¿Así es que en Líbano la televisión desunió a la gente?

–Sí, una característica de la televisión es fregar. No sólo ha sucedido en Líbano, sino en tantos otros países. Es la ambición del poder la que lleva a la corrupción de la política, la del dinero y de muchos modos eso es lo que representa la televisión. ¡Pobre Líbano que está poblado por gente tan trabajadora, tan entregada, tan solidaria una con otra; de veras, es una infamia que les esté pasando esto!

–Pero además de tropical e irreverente, querida Astrid, eres militante de ti misma y de tu patria, México.

–Haber nacido en Chetumal me dio una libertad tremenda, primero, porque nunca vi televisión hasta los 14 años, por la sencilla razón de que en Chetumal no había tele. Pasármela sola con las historias que me contaban, con la radio y con los libros que había en mi casa, que mi mamá me dio a leer, hizo que yo desarrollara una imaginación calenturienta que todavía conservo. En mi casa siempre se bailaba y se cantaba. Aunque mis parientes eran comerciantes y no fueron tanto a la escuela, me enseñaron el cariño por la cultura, por los libros. Mi mamá no sólo me leía poesía, me enseñó a decirla bien, y mi vida en Chetumal me dio una imaginación enorme, porque al no tener televisión ni nada, tenía que imaginar las cosas. Y me hizo muy tropical, porque al día de hoy no aguanto el frío.

–Astrid, ¿crees que la extravagancia sea una fuerza en el teatro? Todo mundo habla de tus vestidos…

–Sí, uso vestuarios extraordinarios para llegar más profundo en la gente. El vestuario apoya el discurso que estoy dando. Si canto canción popular mexicana, el discurso que doy es más eficaz si llevo puesto un vestido llamativo… mi sombrero charro, mis collares. Yo misma me construyo a través de mis vestuarios…

–Pero, Astrid, tú no eres un vestido, eres una persona de carne y hueso…

–Sí, pero mi vestuario apoya lo que quiero decir, porque siempre hablo de problemas sociales, de lo mal que lo hace el gobierno, de los funcionarios ladrones, de la mujer, sobre todo. Entonces los vestuarios vienen a ser un refuerzo, un contrapunto de lo que quiero decir.

–Son vestidos fastuosos, muy costosos.

–No todos son costosos porque muchas cosas las hacemos nosotras con nuestras manitas.

–¿A poco? ¡Parecen de alta costura!

–Seguramente habrás visto los más vistosos. Le he pedido a amigos que me pinten una falda, me diseñen un corpiño, una blusa. ¡Claro que eso cuesta!, ¿verdad? Conmigo a veces interviene un amigo pintor; mi creadora es la modista Carmita, quien hace mis trajes desde hace años…

–Todo mundo comenta su fastuosidad. Dicen que sales al escenario como sólo hacen las diosas del carnaval de Río de Janeiro…

–Nada de carnaval, lo que adoro es reflejar la historia de México, tenemos un pasado maravilloso que todavía no hemos revelado al público. Para mí, es valiosísimo ostentar un extraordinario traje de china poblana; ahora mismo preparo un show sobre el barroco y espero presentarlo, aunque todo ha sido tan difícil con esta pandemia. Los mexicanos tenemos una herencia muy fuerte del barroco y es muy importante sacarlo a la luz. Últimamente, me hice un traje con el techo y las paredes de la capilla de Santa María Tonantzintla cuajada de angelitos y frutas. Cuando visité esa joya del barroco mexicano en Puebla, decidí hacerme un traje que la recordara

–¿Entonces rindes un gran homenaje a las artes populares?

–¡Por supuesto! Los mexicanos tenemos un arte impresionante, desde la Coatlicue, en la época prehispánica, hasta el barroco popular, al que llamo barroco náhuatl.

–¿Sientes que en México el teatro de cabaret tiene una gran respuesta?

–Pues fíjate que el cabaret ya salió de lugares pequeños para presentarse en grandes escenarios. He actuado hasta en el Zócalo, he llevado mi cabaret a varios países, he estado en el Museo Metropolitano de Nueva York, en music halls del mundo entero y en cantidad de teatros en México y Estados Unidos. He sido amenazada y perseguida por la crítica social y política de mis espectáculos, y hubo ocasiones en que me amenazaron y otras en las que me pedían que le bajara el agua a los camotes. Afortunadamente, la policía nunca subió al foro para detenerme como a Palillo y a tanta gente del teatro de revista que tenía que actuar con un amparo en la bolsa. Eso sí, perdí varios trabajos por no callarme la boca. Por fortuna he podido hacer mi carrera y ahora llevó más de 35 años en ella y aún puedo vivir de ella. Canté y bailé en París en el Museo del Quai Branly, en la plaza frente al hotel de Ville, en París, en todos los festivales de música del mundo. Para el último, en Lille, preparé El calcetín, una canción muy graciosa que compuso el ex rector de la Universidad de Tamaulipas, Javier Sierra Flores, a la que añadí un final que a él gustó mucho y a la gente también. Es una forma de decir a las mujeres, a través del humor, que no se dejen someter por muy enamoradas que estén.

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