Isabel Allende plasma la “crisis humanitaria” que se vive en la frontera de Estados Unidos y México en su última novela, “El viento conoce mi nombre”, protagonizada por Anita, una niña inmigrante. 

El libro, publicado por Plaza & Janés, el pasado 6 de junio, es un “homenaje a la gente que trata de ayudar en la frontera, casi todas mujeres, trabajadoras sociales, psicólogas”, dijo hoy en rueda de prensa virtual.

Para el personaje de la protagonista, la escritora se basó en la historia real de la niña Juliana, a la que tuvo acceso a través de la Fundación Isabel Allende, creada por ella, a través de la cual da apoyo a organizaciones y personas que trabajan en esa frontera, en las que se inspiró para el libro. 

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La novela arranca con la historia de Samuel Adler, judío austriaco víctima del holocausto a los 5 años, que a los 80 conoce a una niña, Anita, que vive lo mismo que él. 

Anita subió con su madre a un tren para escapar de El Salvador y exiliarse en Estados Unidos, y su llegada a la frontera mexicana coincide con una nueva política gubernamental que las separa y la niña se queda sola. 

“La mecha de este libro fue la política de Donald Trump de 2018 de separar a familias que pedían refugio o asilo y miles de familias fueron separadas en la frontera. El resultado fue que 1.000 niños no han podido ser reunificados con sus familias”, relató. 

Allende considera que “hay una crisis humanitaria” en la frontera entre México y Estados Unidos: “Lugares como Laredo están totalmente controlados por los narcos. La gente no tiene ni agua ni letrinas. Las muchachas piden pañales porque no pueden salir a hacer pipí, porque las violan o las matan. Los gobiernos lo saben y no le ponen fin”. 

Para recrear el mundo que se inventa Anita, la escritora se inspiró en ella misma: “Yo viví de chica en un mundo imaginario que sucedía en el sótano de mi abuelo, tenía mi propio universo, tenía libros y velas para leer, creía que mi abuela, que se había muerto, me acompañaba”. 

Allende, de 80 años, reveló que “nunca se publicarán las cartas” que ella y su madre se escribían cada día, en total cerca de 24.000, sobre las que se comprometieron que la que sobreviviera las quemaría. 

“Ahora le va a tocar a mi hijo, Nicolás, quemar las cartas”, agregó. 

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