A una década de su fallecimiento, el escritor británico J. G. Ballard es recordado por crear paisajes devastados, llenos de basura y chatarra, y visualizar lo asombroso o siniestro en lo cotidiano.
La infancia de James Graham Ballard, quien nació en Shanghái, China, el 18 de noviembre de 1930 y falleció en Londres el 19 de abril de 2009, transcurrió en el Asentamiento Internacional de Shanghái, una zona de la ciudad china administrada por diversos estados extranjeros con intereses comerciales en el país asiático.
Tras la ocupación japonesa de esa ciudad durante la Segunda Guerra Mundial, Ballard fue trasladado, junto con su familia, a un campo de concentración japonés, hechos que relató años más tarde en su novela autobiográfica “El Imperio del Sol” (1984), adaptada al cine por el director estadunidense Steven Spielberg tres años más tarde.
Luego de pasar más de dos años en el campo de prisioneros, se fue con los suyos a Gran Bretaña, donde retomó su educación; antes de convertirse en escritor, estudió Medicina en la Universidad de Cambridge.
Al paso del tiempo, Ballard ganó reconocimiento como escritor de la “nueva ola” de ciencia ficción inglesa y tras el éxito del filme de Spielberg, incrementó su popularidad con la versión cinematográfica de su novela “Crash”, dirigida por David Cronenberg.
La pieza, publicada en 1973, fue una de las más controvertidas, pues habla sobre personas que se sienten sexualmente estimuladas por los accidentes automovilísticos.
En su obra desarrolló la problemática del siglo XX como catástrofes del medio ambiente, o el efecto en el hombre de la evolución tecnológica, como en su primera novela, “El mundo sumergido” (1962), en la que imagina un tema tan de actualidad como las consecuencias del calentamiento global del planeta.
En tanto que “El mundo de cristal” (1966) o “La sequía”, el autor imagina el fin de la civilización por falta de agua o un extraño fenómeno que cristaliza la naturaleza.
En 2008, Ballard escribió “Milagros de vida”, en la que rememora sus años de infancia en Shanghái y en el campo de concentración japonés, su regreso a la Inglaterra destrozada por la Segunda Guerra Mundial.
También describió su vida familiar, la muerte de su esposa Mary Ballard en 1963 en unas vacaciones, así como su vocación literaria, la fama que alcanzó en el mundo de las letras, además de su diagnóstico de cáncer de próstata, enfermedad que un año después le arrebataría la vida a los 78 años.