‘Perfecta es la pregunta’ es el título de la retrospectiva dedicada al artista estadounidense James Lee Byars, una de las figuras más llamativas del arte del siglo XX, que hizo de la perfección su “motor de creación”.

Así lo ha expresado este jueves, Vicente Todolí, comisario de la exposición organizada por Museo Reina Sofía y Pirelli HangarBicocca, Milán, que será exhibida desde mañana, viernes, hasta el 1 de septiembre en el Palacio de Velázquez del Parque del Retiro de Madrid.

“La perfección y la duda eran su motor de creación”, asegura Todolí, quien desgrana que Byars (Detroit, Michigan, 1932-El Cairo, 1997) tenía en la esfera el símbolo que más se acercaba a esa perfección.

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“No tiene aristas, es inatacable, te protege”, dice justo delante de la obra ‘El ángel rojo’, realizada con un millar de pequeñas esferas de vidrio rojo, una de las diecisiete obras que se exhiben.

También se encuentran: ‘El campo pensante’, realizada con cien esferas de mármol blanco o ‘La mesa roja’, una obra singular compuesta por 3.333 rosas rojas.

Trabajos de gran formato realizados en seda, pan de oro o cristal son algunas de las piezas que se pueden contemplar y que contrastan con otras de geometrías mínimas, como prismas y cilindros.

“Su vida era una acción continua: 24 horas al día, siete días a la semana”, incluso cuando ya se encontraba muy enfermo.

Manuel Segade, director del Museo Reina Sofía, ha resaltado que esta exposición, procedente de Milán, se muestra en Madrid de manera muy diferente. “Las obras se van relacionando acorde a la geometría del lugar, buscando la simetría perfecta”.

El comisario apostilla que “cada obra de Byars es la suma de la escultura con la habitación”, una manera de condicionar cada una de sus performances. 

Byars contaba con personalidad inquieta que le llevaba a realizar acciones breves, que en muchos casos que solo duraban horas, recuerda Todolí.

La exposición se concentra en el lenguaje visual de los cuatro colores que utiliza: el rojo se representa como la símbolo de la sangre y la vida; el negro por sus alusiones a la muerte; el oro el deseo y el infinito y el blanco representa lo que permanece, “lo que trasciende”.

Su interés por Japón y su cultura le llevó a vivir, con interrupciones, durante casi diez años en ese país, pero también lo hizo en Venecia, ciudad a la que consideraba un puente entre oriente y occidente, y en Egipto.

Todolí le describe como el “máximo sacerdote de un culto creado por él con el que envolvía todas las cosas cotidianas”. 

EFE

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