Eduardo Martínez Rico/Zenda
Javier Gómez de Liaño es una persona muy conocida de la vida española. Durante muchos años fue juez, y en la actualidad trabaja como abogado privado. Pero siempre ha sido un gran aficionado a la literatura, autor, aparte de libros jurídicos, de otros más literarios, como las memorias Pasos perdidos, el diario Desde el banquillo, o la novela La casa de los momos, donde da muestras de una gran cultura y de una excelente prosa.
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—En una vocación jurídica tan marcada como la tuya ¿qué posición ocupa la literatura y la escritura?
—Ambas resultan cruciales en mi condición de jurista. De muy joven aprendí que el Derecho y la literatura eran tan idénticos que, como el filólogo Jacob Grimm afirmaba, uno y otra se mecían en la misma cuna.
—Recuerdo que ya en la solapa biográfica de tu libro Pasos perdidos se decía que eras un “amante de la literatura”. ¿Por qué?
—Sin duda que esta respuesta deriva de la anterior. A la memoria me viene la carta que Stendhal escribió a Balzac y que puede leerse en el tomo III de su Correspondance, donde reconoce que mientras escribía La Cartuja de Parma, todos los días, para mejorar el estilo, leía tres páginas del Código Civil de Napoleón. Algo muy parecido dijo Miguel Delibes cuando confesó que él aprendió a manejar el adjetivo estudiando los manuales de Derecho Mercantil de Joaquín Garrigues.
—¿Cómo has desarrollado esa condición a lo largo de la vida?
—Creo que leyendo cuanto he tenido a mi alcance y dándole a la pluma, ahora al teclado del ordenador, con mucha afición.
—¿Cómo ha influido en tu vida y en tu oficio?
—De forma decisiva. Los momentos más felices y amargos que me han proporcionado una y otro han estado siempre bañados en tinta.
—¿Qué crees que la literatura aporta a cualquier profesional?
—Depende. Si hablamos de un profesional con auténticas inquietudes intelectuales, todo. Si la profesión no requiere pensar mucho, muy poco, casi nada.
—¿Qué te ha aportado a ti?
—Ha sido mi brújula.
—¿Cómo defenderías aquí, brevemente, la necesidad y utilidad de las Humanidades?
—Pues como hacían los pensadores clásicos: que nadie se acerque a nosotros sin saber humanidades.
—¿Cuáles son tus escritores favoritos?
—La lista es muy larga, pero puesto a destacar, y sin orden ni concierto, aquí va algo más de media docena: Byron, Dostoyevski, Camus, Unamuno, Cela, Cervantes, Baroja.
—¿Por qué?
—Porque, además, de apasionarme, destilan literatura.
—¿Cómo has llegado a ellos?
—Por convicción.
—¿Cómo crees que te han influido?
—Cada uno en función de mi manera de ser. Por ejemplo, Unamuno por su rabiosa independencia, Baroja por su sobriedad, Cervantes por… Pues porque es Cervantes y ya está.
—Fuiste muy amigo de Cela en sus últimos años. ¿Cómo era Cela?
—Para mí, único. Cercano, gran amigo de sus pocos y escogidos amigos, desprendido, trabajador incansable. Cela, siempre Cela.
—¿Respondía en general a la idea que el público tenía de él?
—Depende. Yo conocí a mucha gente que de él tenía el mejor de los conceptos.
—¿Cómo lo conociste?
—No recuerdo con precisión, pero me parece que fue en una cena donde le demostré que me sabía su obra tan bien como él. Me obsequió recitándome de corrido todos los afluentes y subafluentes del Ebro, del Duero y del Tajo. A cambio, le dije de memoria todas las cabezas de partido de Salamanca, León, Valencia y Madrid.
—Lo trataste mucho en la época en que escribía Madera de boj. ¿Cómo recuerdas la gestación y la publicación de esa novela?
—Para mí tengo que Madera de boj rondaba por la cabeza de Cela desde que le dieron el Nobel en 1989. Él estaba deseando escribir de la Costa de la Muerte y ahí construyó el escenario de un mito en el que une a Galicia con la muerte, a base de personajes que él calificaba de carpetovetónicos, propios de esa España profunda que le entusiasmaba.
—¿Y la creación de su Fundación?
—No estuve en los orígenes, pero sí en el velatorio de la Fundación de Iria Flavia. También recuerdo que me concedió el honor de clausurar uno de sus cursos de verano con un trabajo que titulé «La Justicia en la obra de Camilo José Cela», y que a él le encantó.
—¿Qué aprendiste de Cela?
—Tanto como sigo aprendiendo cada vez que repaso su inmensa y extraordinaria obra. Todo lo que fue está en su bibliografía.
—¿Como ser humano?
—Generoso, de una inteligencia prodigiosa y con un alto concepto del sentimiento de la amistad, que, en mi caso, se hizo intenso con el trato.
—¿Como escritor?
—Un genio. Único. ¿Quién es capaz de escribir La familia de Pascual Duarte con 26 años? Sólo un prodigio.
—¿Por qué crees que insistía tanto en su lema: “El que resiste, gana”?
—Porque creía en él y lo llevó a la práctica en no pocas ocasiones. A mí me lo recomendó un par de veces. Recuerdo que en una de ellas lo apostilló con un «y salud para resistir».
—¿Lo has aplicado en tu vida?
—Sin duda. Y también procurando que los enemigos te premueran.
—Sé que también te gusta mucho José Ortega y Gasset. ¿Qué nos da Ortega en el mundo de hoy?
—Pues que ¡no es esto, no es esto!
—¿Qué le aporta Ortega a un escritor y periodista?
—Ejemplos de ética y estética a partes iguales.
—¿Y a un jurista?
—Saber defender la verdad y la justicia sin escatimar esfuerzos.
—¿Publicarás pronto algún libro?
—Que lo publicaré, sí. ¿Pronto? No tengo fecha.
—¿Cómo será?
—Como ya lo tengo iniciado y rotulado, quizá el título sirva de respuesta: A cada uno lo suyo.
—¿Tu intenso trabajo como abogado te deja tiempo para leer?
—Ni un día sin leer. Un placer.
—¿Y para escribir?
—A veces siento que me falta.
—Escribes terceras en el ABC. ¿Con estos artículos te sientes más en contacto con la sociedad?
—Precisamente por eso, porque soy consciente del impacto en los lectores, una Tercera de ABC es muy exigente.
—Cómo eliges el tema de tus artículos?
—Siempre en función de la actualidad. Es quien manda.
—¿Cómo eliges el tema de tus libros?
—Hasta ahora, en mí el tema ha girado siempre alrededor de la Justicia. Y creo que seguirá siendo porque España lleva tiempo siendo un país sub iudice.
—¿Te lleva mucho tiempo y trabajo escribir un artículo?
—El que necesita. En algunos casos, el texto sale de un tirón. En otros, el trabajo es más complicado.
—¿Y un libro?
—Eso es harina de otro costal.
—¿Piensas mucho en el lector cuando escribes?
—Constantemente. Él es el destinatario, aunque no oculto que en ocasiones escribo pensando únicamente en mí.
—¿Cómo es tu proceso de escritura?
—Pues como decía Cela, aunque él lo aplicaba sólo a la novela: planteamiento, nudo y desenlace.
—¿Lo disfrutas mucho?
—Sí, cuando acierto a decir las cosas en el momento oportuno y con el tino oportuno
—¿Qué libro de otro te gustaría haber escrito tú?
—Muchos. A bote pronto, pienso en dos: La colmena y Cien años de soledad.
—¿Por qué?
—Porque son grandiosos.