Miguel Ángel Santamarina/Zenda
Según una encuesta reciente, el 19 % de los jóvenes españoles cree que los años del franquismo fueron “muy buenos”. Seguro que después de leer el libro de Jesús Ruiz Mantilla, Franco y yo (Galaxia Gutenberg), no piensan lo mismo. El ensayo del periodista de El País es el mejor antídoto contra la frivolidad. Una obra brillante por lo que cuenta y cómo lo cuenta, mezclando la historia del dictador con la suya propia, en un memoir que es el de todos esos españoles que vivieron unidos por un cordón umbilical al caudillo.
Hablamos con Jesús Ruiz Mantilla del Franco cuervo que robaba todo lo que se ponía delante de su vista, acerca del Franco maltratado que decidió hacer lo mismo con todo un país y sobre el Franco africano que vendió su alma para ser un héroe y se convirtió en un tirano.
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—Cerillita le llamaban cuando era pequeño. Pocos podían imaginar en Ferrol que aquel niño educado y estudioso, objeto de las burlas de sus compañeros, se convirtiera en un dictador.
—Franco creció muy afectado por los malos tratos psicológicos, sobre todo por los de su padre, que tenía predilección por los otros hermanos varones, Ramón y Nicolás. Ese trauma de infancia le marcó; él vivía muy apegado a las faldas de su madre para huir de los exabruptos de su padre. Franco fue superando unas pruebas psicológicas que sirven para explicar muchos aspectos de su personalidad. Se va a pasar toda la vida poniendo en solfa aquellas experiencias de infancia, como demostrándose a sí mismo que podía ser más de lo que su padre esperaba de él. Hay muchos niños traumatizados que sufren malos tratos y no se convierten en asesinos en masa. Los españoles tuvimos la mala suerte de que ese trauma nos afectó a todos.
—Y de cerillita a Franquito, en la Academia de Infantería de Toledo.
—Allí sigue pasando las pruebas de la humillación. También es verdad que, en aquellos años, las novatadas eran habituales. El cuartel era un sitio duro y él tenía esa voz atiplada, un poco ridícula. Esa época le marcó y comenzó a mostrar una frialdad y un gusto por la crueldad que amasó durante la vida militar. También hay fracaso: él quería haber sido marino, entrar en la Armada, pero no lo consiguió y tuvo que ir a Infantería. En la academia se le inflamó el carácter y dijo: “Aquí estoy yo, ahora os vais a enterar de lo que soy capaz”. Se juntan esa frialdad y esa rabia acumulada y empieza a labrarse lo que va a ser después.
—De Toledo a Marruecos, con una breve parada en Ferrol. “Sin África, yo apenas puedo explicarme a mí mismo”, afirmó Franco.
—En África se encontró a sí mismo, y lo hizo en un ambiente de violencia, en una guerra. Allí puso en práctica algo que no se esperaba de él, convertirse en un héroe. Adoptó una actitud temeraria respecto al pasado y al futuro. Ese fue un Franco que iba de frente a la batalla, que se jugó el pellejo. Tuvo una herida que casi le cuesta la vida cuando le pegan un tiro en el estómago; los médicos no daban un duro por él, lo desahuciaron. Esa temeridad fue su respuesta al pasado. Y también al futuro, cuando pensó que gracias a esa temeridad se iba a convertir en un héroe para lo que quería que viniera después, la ambición del mando. En esa época no pensaba en ser jefe del Estado, pero sí en convertirse en una figura fundamental del ejército, y lo consiguió. Además, en esos años se creó la leyenda de su suerte, de la baraka de Franco, tan importante para la guardia mora. A todo eso le va uniendo después toda eso de El Cid sobre el caballo muerto, conquistando a los moros que acaban plegándose a él. Por eso él dijo que sin esos años no se puede entender quién era. Ahí comenzó a tener conciencia de sí mismo. Antes sólo aguantaba los golpes, a partir de ese momento tomó la iniciativa.
—Seguimos con los motes: en Asturias le decían el “comandantín”. Luego le llamaron otras cosas en el 34.
—Lo del “comandantín” nos lleva a su etapa más feliz, cuando conoció a su mujer. En el colegio de monjas donde ella estudiaba la vacilaban con lo del “comandantín” que iba a visitarla. Lo del 34 fue otra prueba de fuego para Franco. Ese fue el siguiente peldaño: en Marruecos estaba pensando en escalar en el ejército y en el 34 comenzó a hacerlo en la política. En ese momento comenzó a decir que iba a actuar con la mano de hierro que supuestamente necesitaba la República para salvarla del caos. Como ahora. Eso es como ahora. Entonces, Franco y los militares decían que había que tomar las armas para dar un golpe de Estado; hoy, otros dicen “el que pueda hacer, que haga”. Lo mismo. En Asturias, Franco ya estaba urdiendo su salto al mando: “Mirad de lo que soy capaz con estos rojos”. El 34 será un pequeño ensayo del exterminio que vendrá después del 36. Lo que pasó en Asturias es muy importante porque hay que destruir de una vez por todas esa visión, esa mentira, de que la guerra empezó en 1934. La razón es muy sencilla: cuando se produce la revuelta, por unas fuerzas de izquierda muy radicales que hablaban de revolución, la República estaba legítimamente constituida como sistema de gobierno en España. Y es la propia República, gracias a esa legitimidad, la que ordena reprimir lo que está ocurriendo en Asturias. Lo de 1936 es un golpe de Estado porque subvierten esa legitimidad. Y se levantan en armas contra el gobierno imperante. Con ese argumento tan sencillo se desmonta la mentira de que la Guerra Civil empieza en el 34. No, perdón, hay un acto de defensa de la República, desde la legitimidad, ante un ataque revolucionario de izquierdas. ¿A quién manda el gobierno? Pues a Franco. ¿Y qué dice Franco? “Esta es la mía. Aquí voy a demostrar yo quién soy y cómo hago las cosas”. Algo de lo que luego, en el 36, nos enteramos de verdad.
—Durante mucho tiempo se ha difundido el mito de la austeridad de Franco, la tortilla francesa y sus gustos espartanos. Pero en su libro cuenta su amor por el dinero y su desmedido gusto por el jerez y el foie.
—El dinero… Franco era un corrupto y un ladrón. Después del golpe de 1936 le pide a su cuñado, Ramón Serrano Suñer, que le arme una argucia legal para conseguir la jefatura del Estado. Una argucia legal que legitime el golpe y que diga que el poder absoluto es suyo y que sólo responde ante Dios y la historia. ¡Manda cojones! Esta maniobra es la que les hace decir a Gabriel Jackson y Gerald Brenan que “nadie tuvo más poder en España desde Felipe II que Franco”. El suyo fue un régimen absolutista. Y luego le dice a su primo Pacón: “Ahora, dame fondos”. Como Franco sólo responde ante Dios y ante la historia, todo es bienvenido: hacer colectas, incautar los bienes a los del bando republicano… “Todo para mí”. Como no tiene que dar explicaciones, ni siquiera se molesta en decir de dónde ha sacado la pasta. Fue un latrocinio institucional vergonzoso. Hay quien dice que con Franco no se robaba: ¡era un robo institucionalizado! Como el del estado mafioso de Putin. Era incluso peor, porque lo de Putin son oligarcas que apoyan a su régimen, y en España estaba esa pobre gente, humilde, del propio bando nacional que no tenía nada y que le donaba cosas. Eso de que Franco no robaba… ¡¿No robaba?! ¡Se lo llevó todo crudo! ¡No me jodas! El pazo de Meirás: “Me gusta, para mí”. Lo que hizo fue peor que robar.
—Al hablar de Franco se suele mencionar a Serrano Suñer, pero hay otro personaje siempre al lado de Franco que sale varias veces en el libro, su primo Pacón.
—Aparte de su íntimo amigo, ese hombre estuvo todo el régimen detrás de él. Fue su gran secretario y su confidente. Franco tenía muy pocos amigos. Pacón lo fue desde la infancia; además, era su primo. Luego vinieron don Camulo —Camilo Alonso Vega— y Millán-Astray, que es el que realmente le da el espaldarazo para que los militares lo apoyen. Y luego viene ese que pescaba con él, Borrell. Poco más. Entre esos poquitos amigos estaba Pacón, que se acabó rebotando con él. En sus memorias no fue tan condescendiente con Franco. Pacón fue muy importante. Serrano Suñer es el abogado que ideó la estructura para legitimar el régimen y Pacón es el que le provee de fondos.
—¿Qué fue lo peor de la posguerra? ¿El hambre, la venganza o el silencio?
—La posguerra es el retrato de un país derrotado, de un país que solo buscaba la supervivencia, en la que la gente solo buscaba sobrevivir. Es un país que no tiene futuro, ni conciencia de poder ser mejor; con sobrevivir les basta. ¿De ahí qué sacas? Nada. El título del libro de Gregorio Morán sobre Ortega y Gasset, El maestro en el erial. Eso era España, un erial moral. No había ningún bien material, pero tampoco moral. Todo esto lo retrata muy bien Cela: esa inmundicia, esa miseria. Además, los más brillantes de este país, los científicos, los escritores, los artistas… estaban muertos o exiliados. España estaba fuera de España. Y eso también hay que contarlo. España no era solo lo que había en nuestras fronteras. No se podía construir una España mejor, porque lo mejor estaba fuera. Todo eso cambia con la democracia. Porque después de la guerra no llegó la paz, llegó la victoria, como dice Fernando Fernán Gómez en Las bicicletas son para el verano. La paz llega con la Constitución y las elecciones libres.
—Aceptamos el desastre de la posguerra sin valorar la culpa de Franco, que no tenía ni idea de economía. Su autarquía quebró el país.
—Es que él consideraba todo como un cuartel, y la economía también. “¿Y aquí qué hay que hacer? Pues racionamiento para la tropa”. (Risas) Una respuesta muy simple. Y eso es la autarquía: estar a verlas venir. Pero incluso en esa situación, ¡robaba! Siempre robó. Llegaba un cargamento de café de Brasil y solo lo veían los que ellos querían, pagando, eso sí. Fue repugnante hasta para eso. Franco se aprovechó de la autarquía, económicamente, y también la usó como coartada ante Hitler y Mussolini para no entrar en la guerra. Lo que pasa es que Franco, que es muy sagaz, se da cuenta de que esa autarquía sólo le va a valer un ratín, y luego, si quiere seguir en el poder, va a tener que hacer algo un poquito más complejo. Y eso es algo que estaba fuera de su alcance intelectual y técnico, pero él comprende que tiene que haber alguien que se ocupe de lograr ese progreso y ese desarrollo. Es algo que surge en el nuevo contexto, con el final de la Segunda Guerra Mundial y el apoyo de los Estados Unidos. Franco necesita encargar esa misión a alguien, y ahí es donde entra el Opus. Mi obsesión con este libro es quitarse de la cabeza esa idea, que ha circulado entre muchos sectores de la izquierda, de que Franco era tonto. No era tonto para nada. Franco era cruel, un hijo de la gran puta, un asesino, pero tonto no era. Él era muy sagaz, muy listo. Le definen esa sagacidad y esa crueldad, que son compatibles.
—Y era muy pragmático.
—Muy pragmático. La supervivencia le da eso. Él analizaba muy bien el contexto. Él vio en 1942 que los alemanes podían perder, y entonces se hizo el gallego. Hay una frase que menciono en el libro que es genial: “Paso de buey, vista de halcón, diente de lobo y hacerse el bobo”. Lo define perfectamente. Tiene también la suerte de que Churchill enseguida lo apoya, por esa mentalidad de la Guerra Fría. Para el británico el enemigo a batir es el comunismo, Rusia. Franco era muy listo y se adelantaba a los problemas. Tenía esa visión geopolítica.
—Tenía la visión del jugador de ajedrez que se anticipa siempre a la jugada del oponente.
—Adivinaba la jugada. Eso demuestra que en el plano internacional España nunca estuvo aislada. Franco aisló a la población, pero el gobierno de España nunca lo estuvo porque siempre aprovechó la geopolítica y los contextos para poder mantenerse en el poder.
—Intentó meter a España en la UE. Luego vino lo del contubernio de Múnich, el congreso de opositores en Alemania, que le cayó fatal.
—Eso sí le tocó los cojones. (Risas) Lo del contubernio se le fue de las manos porque eran sus supuestos aliados, los que estaban dentro del régimen: los monárquicos, la CEDA… ¡Ostras! Y van allí. Eso le exasperó mucho.
—Cuando hablamos de la Guerra Civil, siempre está presente Chaves Nogales, tan certero y tan preciso en sus análisis. Siempre en tierra de nadie.
—Creo que Chaves Nogales es un genio. Esta palabra, “genio”, no la utilizo mucho, la uso en casos contados, pero es que Chaves Novales creó el nuevo periodismo antes de que lo hicieran en los Estados Unidos treinta años después. El nuevo periodismo, tal y como lo concibe Truman Capote, ya lo hacía Chaves Nogales en A sangre y fuego. Además, Chaves Nogales era especialmente perspicaz y clarividente en el análisis del mundo en el que vivió, el de los totalitarismos comunistas y fascistas. Sus escritos son espectaculares. Cuando fue a Alemania en 1933, dijo: “Cuidado, que se están armando para la guerra”. Y de Rusia afirmó que eso era un desastre, que no iba a funcionar. En el prólogo de A sangre y fuego, en sólo siete páginas, hizo un análisis de la guerra que es espectacular. Lo lees y parece que lo ha escrito cincuenta años después. Yo no me canso de reivindicar a Chaves Nogales, porque me parece una figura extraordinariamente lúcida que ya quisiéramos en cada momento de nuestra polarizada historia.
—En un momento del libro saca uno de los mayores debates todavía no aclarados: ¿el franquismo fue una forma de fascismo?
—Sí. El franquismo era un fascismo puro. Con este tema nos la cogemos con papel de fumar. Los historiadores siguen debatiendo si el franquismo era o no un fascismo. Hay muchos teóricos que dicen que eso sólo ocurre en la Italia de Mussolini, y que ni siquiera los nazis eran fascistas. Y les preguntas qué tenemos hoy, y responden que “un autoritarismo populista, neocon, iliberal”. Si tenemos una palabra en la que todos estamos de acuerdo, mientras no la malgastemos, usémosla. El franquismo fue un fascismo español, como el nazismo fue un fascismo alemán. No quitemos méritos tampoco a su fundador y creador, que fue Mussolini. El fascismo fue una ideología, una propuesta, tan brillante que dura hasta hoy. Que no se me malinterprete. Hay que analizar esto fríamente. ¿Qué inventó Italia? El Imperio Romano y todas las cosas que han cambiado nuestra sociedad, la Iglesia Católica, el Renacimiento y el fascismo. El fascismo ha modificado nuestra vida y la sigue afectando. Es una concepción repugnante, asquerosa, pero es muy clara para la conquista del poder, muy eficaz. Ese es el problema, que es brillante. Se entiende rápido, pero está creado en base a un brillante conocimiento de la sociología y del alma de los seres humanos. Es impresionante. Insisto, no nos la cojamos con papel de fumar, llamémoslo fascismo para estar preparados para luchar contra eso. Hoy no tenemos problema en llamar socialismo a algo que ha evolucionado en el tiempo hacia otra propuesta, pero que viene de una un poquito más equivocada. ¿Por qué al socialismo le seguimos llamando socialismo con todo lo que ha cambiado y al fascismo no, siendo fascismo? No nos tiene que dar miedo la palabra fascismo. Es una puta mierda, pero que hay que asimilar e identificar con esa palabra. El franquismo fue un fascismo español que venía de la Falange, que fue otro fascismo y un fracaso. Esto también hay que tenerlo en cuenta. En Italia los fascistas gobernaron porque Víctor Manuel III les dio el poder. Te habían ganado unas elecciones, y los nazis igual. Aquí sacaron cero diputados en el 36. El falangismo y José Antonio fueron un fracaso.
—A la hora de escribir sobre Franco y sobre el franquismo no se puede pasar por alto su relación con la iglesia. ¿Cómo fue de determinante?
—La relación de Franco con la iglesia es una de las cosas que más me ha interesado en este viaje que he hecho. Tenemos el arquetipo de la iglesia que apoya al franquismo, que comete ese pecado de bendecir la cruzada, que es repugnante. Franco utiliza la iglesia y la iglesia utiliza a Franco; son una combinación perfecta. Franco la utiliza porque sabe que por medio de la iglesia va a tener el control de la sociedad, mediante los púlpitos, mediante la educación, en los colegios, en las universidades. Y la iglesia utiliza a Franco para aumentar y conservar el poder que la República le quiso quitar. Pero la iglesia, que tiene dos mil años de historia, hay un momento en el que se da cuenta de que tiene que dejar de apoyarlo. Y esto es muy importante, y es muy fascinante ese paso. El Opus se negó a obedecer. El Vaticano ordenó apoyar movimientos demócrata cristianos en toda Europa. El Opus se quedó. Y ahí tenemos las dos almas de la iglesia: la más retrógrada dentro del gobierno, dentro del franquismo, y la más avanzada fuera, con los curas obreros. Esta última es la iglesia que pensó en el día después. Esa fue la ambigüedad de una institución que tiene dos mil años de historia porque las ven venir, porque se adelantan. El Opus también lo vio venir y lo que hizo fue poner a los suyos dentro del círculo que educó al príncipe.
—No me imaginaba que Franco fuera tan futbolero y que hubiera ganado dos veces la quiniela.
—Fíjate qué cosa más miserable. (Risas) ¿Cómo juegas a las quinielas si ya lo tienes todo? Me interesaba ese punto que nos sirve para explicar a Franco en el siglo XXI. Ahora que usamos tanto esa palabra espantosa que es “relato”: Franco construyó un relato impresionante de sí mismo. Y lo hizo con los medios más modernos de la época: el cine, la literatura, con artículos en prensa con pseudónimos, el ¡Hola!… La historia de Franco en el ¡Hola! es fascinante: el abuelito. Cómo sabe utilizar eso. También se interesó por la tele. Cuando los alemanes le hablan de ella, enseguida se interesa por saber de ella. Luego descubrió el No-Do y su importancia, porque tenía un público cautivo en los cines. Todo eso lo bordó para contarse a sí mismo. Hay que aprender mucho de él. Franco controló ese relato, del que hablan los politólogos, como nadie lo hizo.
—Terminamos. Franco fue tan impresionante para millones de españoles que, al escribir sobre él, ha tenido que engarzarlo con un memoir. Como si su vida, o una buena parte de ella, no se pudiera explicar sin explicarle a él.
—El título es una ironía, pero tiene mucho de verdad. Yo tuve una vida con Franco y tengo una relación íntima con él. Una de mis obsesiones es pensar por qué llegamos ahí. ¿Por qué se hizo eso? ¿Este señor qué tenía en la cabeza? Es una relación íntima que creo que tenemos muchos españoles de mi generación y la generación de mis padres, que fue amputada, reprimida en su juventud. No quería contar a Franco como tal, sino ese camino de España para conquistar la libertad: de dónde venimos, lo que nos marcó, lo que tuvimos que sufrir y qué bien lo hicimos. Yo descubrí la libertad en mi adolescencia. Y mis padres también. Esa alegría de la libertad no la habían vivido. Mis padres nacieron poco antes de la guerra; se los reprimió, les prohibieron su esencia. De repente descubrieron que las cosas que les señalaban como pecado no lo eran. Ese momento fue el más bello de nuestra historia, y debemos ser conscientes de ello para no volver a perderlo.









