Javier Ors/Zenda

Uno pensaba que era un realista, que vivía con los pies en la tierra, sin pájaros en la cabeza y con la mirada en lo concreto hasta que ha aparecido Jorge Volpi con su Invención de todas las cosas (Alfaguara), que ha venido a desmoronar estas espurias creencias. El escritor mexicano, que vive afincado en Madrid, viene a decirnos que vivimos en una ficción, que todo es una ficción, que usted y yo somos ficciones, y nada más que ficciones, y que hasta nuestros recuerdos son amaños y también son ficciones. Esta manera de dar al traste con los asentamientos ajenos le ha llevado «tres años de trabajo muy intenso», que es como denomina él a la escritura, y «25 años de lecturas y de reflexionar sobre la ficción». Así que aquí tenemos a un hombre, que no suele desenvolverse en gratuidades y florituras, y que viene a decirnos que somos productos de nuestro imaginario y que, si hemos crecido, es sobre todo por la imaginación, algo que consuela al alumno que fue uno y al que siempre le reprocharon estar en las nubes, pensando en fantasías, en ficciones.

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—Así que somos ficciones.

—Los seres humanos estamos diseñados por la evolución para poder sobrevivir y reproducirnos y tener el control sobre el medio ambiente que nos rodea. Las ficciones que construimos tienen un papel fundamental para ordenar este mundo. El ojo solo capta información y esta información es la única de la que dispone el cerebro. Los artistas hacen trucajes para lograr su objetivo y que el cerebro complete la realidad y la obra de arte. La novela no es más que un conjunto de pistas para que se forme una ficción. Nosotros mismos somos ficciones que interactuamos con las ficciones que creamos.

—¿Y ha sacado alguna conclusión sobre el ser humano después de esto?

—Sobre todo, me he dado cuenta de que, si algo nos hace humanos, lo que nos separa de otras especies, y de manera especial de los grandes simios, son muy pocas cosas. Compartimos la inteligencia, la imaginación, las emociones, las prácticas de juego, que están presentes en delfines y chimpancés, pero somos los únicos animales que creamos ficciones sobre nosotros mismos y las readaptamos a través de lenguaje simbólico. Todo lo que nos rodea —las ideas, las identidades colectivas, individuales, institucionales y todas las formas de arte— son ficciones. Estamos rodeados de ficciones. Nuestros sentidos toman ciertos datos del exterior, los procesamos, se conectan con lo que llevamos en el cerebro para completar la realidad, y tratamos de darle sentido y orden, pero no es realidad.

—Afirma que «la suspensión de la credibilidad es una de nuestras más brillantes adaptaciones evolutivas».

—Es algo que efectivamente nos hace humanos. Los primates son capaces de mentir, como nosotros, para lograr objetivos. Lo que es propiamente humano es suspender la credulidad y creer una mentira, porque nuestro cerebro asume que eso es real y, a partir de entonces. se deja ir, como si se tratara de la realidad. Esto es crucial, porque es lo que le da toda su importancia al arte. Navegamos por el arte, el cine, la literatura, como si fuera real.

—Ficcionalizamos nuestra memoria, los recuerdos… ¿Somos los seres mismos una ficción, un personaje que nos inventamos?

—Exacto. Es eso. Vamos construyendo ficciones de una manera distinta. Tiene que ver con la aparición de lo que llamamos conciencia y autoconciencia. Es un problema complicado, porque no sabemos por qué ocurre esto. Es parte de nuestra arquitectura cerebral. Tenemos una conciencia lineal, que es lo que da orden a todo. Esa autoconciencia es la mayor ficción de nuestro cerebro, porque nos permite creer que tenemos el control del cuerpo y de la mente, y también las reacciones frente al otro y frente al mundo. Es esa ficción de que hay un piloto a bordo para llevar a cabo todo lo que realizamos en la vida.

—¿También los recuerdos?

—La memoria son ficciones. La memoria no está hecha. Nuestros cerebros no están hechos para almacenar información. Es como un archivero loco que borra páginas de los libros. Nuestro cerebro asume recuerdos de la realidad, los pule, los minimiza, los hace generales. Lo que intentamos con la memoria es reconstruir el pasado. Tenemos unos datos, pero que se han ido perdiendo, en gran parte por el olvido y la pérdida de información. Lo que hacemos, por tanto, es construir ficciones sobre nosotros mismos. Luego creemos que eso es nuestra memoria.

—Esto es muy del mundo de hoy.

—En buena manera, sí. Hoy creamos muchas ficciones. En esta época lo vemos más que nunca. En otros periodos anteriores de la historia lo veíamos en quienes gobernaban, pero ahora, con las redes sociales, por ejemplo, vemos que todo es una enorme construcción. Hay una venta y consumo de nosotros mismos. Ha cambiado la manera de observarnos a nosotros mismos frente a la sociedad. Ahora, al entrar en una red social, TikTok, X, Instagram, puedes ver ficciones de personas desconocidas en China, por citar un país, y cómo esa persona se construye una propia imagen. Usamos las mismas herramientas de la publicidad con nosotros para promocionarnos y dar relevancia a esa marca que somos nosotros y que construimos a través de las redes.

—¿Cuál es la principal diferencia entre las ficciones de antes, cuando queríamos explicar y descubrir el mundo, y las de ahora?

—En esencia, la manera en que construimos ficciones no ha cambiado demasiado en el tiempo, pero hay unos cambios esenciales. El primero es el pensamiento científico, que surge en Grecia y que se establece en el Renacimiento, y luego con Newton, y después a finales del siglo XIX y XX. Es sumamente relevante porque ahora las ficciones son sometidas a los datos que provienen de lo real. Se construye esta ficción para predecir cómo funciona ese sistema que es el mundo. Eso es lo novedoso. Es una de las mayores invenciones que se han hecho. La otra gran diferencia, pero es de hace poco, es que la mayor parte de las personas tenían ficciones individuales o colectivas, religiosas o ideológicas, pero eran esencialmente consumidoras de ficciones performativas, artísticas, pero ahora lo que pasa con el mundo digital es que gran parte de la humanidad se ha convertido en productora de relatos y de ficciones que comparten con el público, que son esas ficciones audiovisuales que se producen a un paso enloquecido en YouTube, TikTok…

—Las ficciones, en origen, como la mitología, estaban encaminadas a descubrir verdades o explicar el mundo. ¿Cree que hoy las ficciones han cambiado de signo en este aspecto?

—No soy antropólogo y no creo que la realidad no exista. Lo que creo es que la realidad nos proporciona información, que proviene de la realidad, y que esta información la convertimos en relatos después. Esto es lo que hace que la ciencia pueda funcionar con un modelo de construcción de verdades, porque lo otro, la mentira, es lo contrario a la verdad. La ficción es una herramienta para construir verdades. Cuando la ciencia tiene una hipótesis se convierte en una teoría. Cuando la realidad la desmiente, esta ficción se ajusta para que sea más precisa y desechar la teoría anterior. Esto ha supuesto un paso gigante para el conocimiento humano.

—Una de las condiciones de la ficción es que sabemos diferenciarla de la realidad, aunque la imite o tenga un enorme grado de verosimilitud, como ocurre en el cine. ¿Qué ocurrirá cuando los hombres no seamos capaces de distinguir lo real de la ficción gracias a la IA?

—El problema no es cuándo ocurre, sino que ocurre. Ya hay, para empezar, millones de personas que se creen las fake news o deep fakes provocadas por la IA. Todavía seguimos usando un método científico para tratar de comprobar los datos de lo real y qué es mentira. Pero a veces no existe ninguna posibilidad de constatación. Es lo que pasa con la posverdad, o lo que sucede cuando dan igual los desmentidos y se continúa creyendo en una falsedad. Esto va a generar una enorme cantidad de problemas y de conflictos en el futuro. No es la primera vez que los políticos mienten, pero veremos nuevas apariencias de lo real con la IA generativa.

—La muerte es una de las realidades que más ficciones ha generado. Lo escribe.

—Esto es general a toda la humanidad. No es una ficción que todos los seres humanos mueren. Es la realidad. Pero en ciertas ficciones hay algunos hombres que no mueren, que renacen… De ahí la costumbre de enterrar a los muertos. El hombre es el único animal que lo hace.

—¿Cómo la ficción cohesiona una sociedad? De hecho, se han usado las ficciones para asentarlas, además de consolidar el poder.

—Esta parte es crucial. La ficción es un término tanto positivo como negativo. Una de las principales funciones de las ficciones ha sido trasladar la manera en que se distribuye el poder y la riqueza en una sociedad jerárquica. En las sociedades de chimpancés hay un macho dominante que hace alianzas con otros machos jóvenes para controlar el grupo y las hembras. La diferencia es que nosotros hacemos eso con relatos. Los relatos que nos inventamos ayudan a asentar esta distribución desigual del poder y la riqueza. Esto no ha cambiado desde la invención de la agricultura, cuando nos volvimos sedentarios.

—El hombre es una máquina de ficciones, pero no tienen por qué ser buenas. ¿Qué sucede cuando las ficciones, en lugar de construir sociedades, sirven para destruirlas, como sucede con el autoritarismo, el nacionalismo…?

—Me parece muy relevante, porque eso lo tenemos entre nosotros. Estamos tratando de combatir de manera muy frágil justamente eso, las ficciones de relatos autoritarios que intentan desprenderse de la realidad y de los datos y de los hechos, que sí existen, para destruir lo que ha conseguido la humanidad. Buscan una modificación estructural del poder. Los autoritarismos persiguen concentrar el poder en una persona y en unos grupos concretos.

—¿Cuál es la ficción más terrible?

—La que dice que el otro no es humano, o que es un humano de categoría inferior, o que es un humano que no merece ser atendido u oído. La peor ficción es la que la anula. Cuando dice que es perfectamente posible matar y aniquilar. La barbarie genocida. La concepción moderna de los nacionalismos excluyentes. Las ficciones nacen para dar sentido y orden, y un sentido y un orden que tiene que ver con la familia y con la comunidad. Hay quienes inventan estas ficciones y prefieren un relato con un enemigo. Lo vimos con los judíos, y en nuestra época con los inmigrantes, que ahora están ahí y están considerados como un enemigo interno por algunos. Eso no es más que una ficción. Es una ficción criminal.

—¿Qué le gustaría que el lector sacara de la lectura de este libro?

—Que tuviéramos todos una mayor conciencia de que somos ficciones, que estamos rodeados de ficciones y que estas no carecen de valor, porque las necesitamos. Las necesitamos para dar sentido al mundo y a la vida. Pero no hay que perder de vista que son ficciones. Deberíamos darnos cuenta de que todos creamos ficciones y que los otros son ficciones igualmente, e intentar tener todos suficiente tolerancia hacia esas ficciones ajenas.

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