Conversar con Juan Villoro (Ciudad de México, 1956) en un sitio público tiene sus detalles. Todos lo conocen. Si es en el contexto de una feria de libro, la trama se complica. Se acercan escalonados lectores, editores, funcionarios y colegas como Rodrigo Fresán en esta ocasión en que, desayuno de por medio, habla de que su edad intelectual, a partir del éxito de su obra con los niños, es de doce años y sentencia que el gran infierno de los autores mayores, nivel Premio Nobel o Cervantes, es repetirse.

¿Cómo sobrellevas la condición de ídolo literario?

Durante muchísimos años no tuve lectores. Empecé a publicar a fines de los setenta y mi primer libro, La noche navegable, salió en 1980. Recuerdo las presentaciones a las que asistían cuatro o cinco personas. Había un cuento de Juan García Ponce sobre un escritor que presumía que a su conferencia habían ido 17 personas y se mostraba muy contento, y por eso yo siempre calculaba: si había 17 personas ya era un éxito cultural en este país. Por unos veinte años me tocó la situación de que éramos más en el podio que en el público, mesas que se cancelaban por distintas razones, principalmente la falta de asistencia. Con el tiempo algunos lectores se han acercado y no puedo dejar de agradecerlo y la Feria de Guadalajara, por ejemplo, es una oportunidad de expandir los libros hacia el contacto social con la gente.

No estoy muy seguro de si la gente viene por genuina devoción por la lectura o por un gusto social de participar en un performance colectivo, yo creo que las dos cosas se combinan: hay gente que viene por casualidad, hay gente que viene por el deseo de pertenencia a una cofradía cultural y todos estos motivos me parecen legítimos. Es significativo que en un país donde no hay suficientes lectores, donde con toda razón nos quejamos de la baja cuota de lectura, pueda haber una feria multitudinaria en nombre de la cultura de la letra con todos sus asegunes, porque también reproduce las tendencias del mercado, y entonces el autor que es productor de best sellers suele tener un auditorio mucho más nutrido que el gran autor que todavía está por ser descubierto. No necesariamente es un triunfo de la buena literatura, sino que ratifica las tendencias que marcan los medios y el mercado.

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Günter Grass decía que cargaba con convertirse en la conciencia de Alemania a la muerte de Heinrich Böll y cuando leí eso no pude dejar pasar tu caso a la muerte de Carlos Monsiváis…

Carlos Monsiváis fue un autor proteico, con una capacidad como Fantomas, de pasar de un disfraz a otro, de presentarse en las más distintas circunstancias y sentirse como uno de los locales. Él escribía prácticamente de todos los temas y es una de las razones por las que escribo de futbol, porque fue de los pocos asuntos que él nunca trató. Es incomparable su actividad, porque se concentró en hacer una especie de mural de la cultura mexicana, abarcando todos los campos, lo culto y lo popular, en una época en la que eso no estaba tan de moda. En 1954 él ya escribía del músico cubano Bola de Nieve y de la poesía modernista, dos temas que rara vez se tocaban. Antes de que Umberto Eco, Roland Barthes y otros autores hablaran de la necesidad de estudiar la cultura popular, Monsiváis ya estaba metido en eso y su legado es incomparable.

Yo tengo una curiosidad muy dispersa, me gustan muchas cosas, he tratado de ser fiel a ellas y para mi sorpresa he podido conectar con públicos distintos; por ejemplo, los aficionados al futbol que suelen solamente leer de futbol.

Al principio, yo creía con cierta ingenuidad que si alguien leía un libro mío de futbol después iba a leer otro tipo de cosas o a otros autores, pero generalmente el lector apasionado del futbol se queda en ese tema. También escribo para niños y hay lectores que me conocen desde hace mucho tiempo, de cuando eran niños o empiezo a conectar con ellos ahora. Esa dispersión quizás explique que he podido establecer vínculos con lectores que están cambiando de intereses y de edades. Debo reconocer que la mayoría de los lectores que he podido constatar tiene una edad promedio de doce años y yo creo que esa es mi verdadera edad intelectual, porque si me pongo a comparar ventas, los libros para niños rebasan por mucho los que escribo pretendidamente para adultos.

Has pasado por todos los géneros, eres un prologuista requerido, con el sismo de 2017 regresaste a la poesía, ¿cuál es tu género favorito para crear y cuál para leer?

En el caso del sismo me pasó una cosa que entenderás perfectamente por compartir el oficio periodístico y es la angustia de entregar un texto cuando tienes otra angustia, que es la de saber qué está pasando después del terremoto.

Dos días después de ese cataclismo debía entregar mi columna y no sabía qué escribir; tenía gente viviendo en mi casa que había perdido la suya, estaban todos metidos en las tareas de acopio y se me ocurrió escribir del sismo sin tener nada muy importante que aportar, porque mi perplejidad y mi conmoción eran mayores que la capacidad de entender lo que se estaba haciendo o lo que se debía hacer. Se me ocurrió retratar un gesto que era el más significativo del momento: los brigadistas que alzaban el puño para que los demás guardaran silencio y se pudiera saber si alguien seguía con vida. Un gesto solidario que ojalá tuviéramos en todas las áreas de la vida en común.

Lo escribí como una prosa y me pareció muy soso, porque pocas cosas pueden ser más tediosas que la descripción de un gesto, y entonces pensé en hacer una letanía, poner al lector como protagonista y responsabilizarlo de las emociones que yo mismo estaba sintiendo. Comencé con “Eres del lugar de donde recoges la basura”, que creo es la sensación de pertenencia más genuina que podemos tener. Si estamos dispuestos a recoger el tiradero y la mierda de un lugar, ese lugar es nuestro; es muy fácil sentirte de tu ciudad cuando el equipo gana un campeonato o cuando las cosas están de maravilla, pero mucho más difícil es hacerte cargo de los desperdicios. Así empecé y no sabía a qué género literario pertenecía, por eso digo que más bien pertenece a uno sismológico. Para mí es una réplica como las del terremoto, en este caso una réplica emocional: una letanía.

Aparte de ese texto, que puede ser leído por algunos como poema, los demás géneros sí me interesan mucho, precisamente por la personalidad dispersa de la que hablaba. Me entusiasmo muy rápido con las cosas y me aburro muy pronto, necesito cambiar de registro; además, el hecho de pasar de un género a otro te evita repetirte, el cual yo creo es el gran infierno de un escritor. En la FIL de pronto vemos grandes escritores con una trayectoria excepcional que no están a la altura de sus primeras obras, se les acabó la fuente y, por inercia, pasión, oficio o lo que sea, siguen produciendo una novela cada dos años, pero jamás volverán a esa provocación. Si lees a Mario Vargas Llosa, sus novelas del principio que son extraordinarias, una alusión de arquitectura narrativa, están muy lejos del Vargas Llosa actual, que puede ser más o menos interesante. También fue el caso de Carlos Fuentes en sus partes finales y es un fenómeno muy común en cualquier trayectoria artística. Es muy difícil que un escritor se reinvente tanto. Creo que cambiar de género no es una garantía, pero por lo menos es un esfuerzo por ponerte a prueba con reglas diferentes y tratar de cambiar de lógica.

Si terminas un ensayo literario sobre Peter Handke (austriaco, ganador del Premio Nobel de Literatura 2019) y luego escribes un cuento para niños es muy difícil que lo hagas con el impulso adquirido en el texto previo, tienes que plantearte circunstancias muy diferentes. Eso es algo que a mí me ha motivado mucho, quizá se trate de una mera superstición y en el fondo no esté haciendo otra cosa que reiterarme a mí mismo.

Ya metidos en la escritura, ¿cómo funciona en tu caso el proceso creativo?

Es una mezcla de todo. Las musas son formidables, pero suelen ser tan hermosas que te pasa lo que siempre te sucede ante cualquier chica estupenda, y es que hablas como un idiota, no puedes decir nada, a veces lo que te atrae te enmudece. Creo que de cualquier manera este llamado de la tentación literaria no sirve de nada si no estás cerca de tu escritorio ni tienes disciplina. En realidad, el oficio es el nombre secreto de la inspiración, estar trabajando en espera de que surja algo de diálogo con los materiales.

Tienes aprecio e historia con la lengua alemana, pero hace poco te leí un prólogo y eres lector de los rusos…

Mucho, es imposible escribir narrativa sin admirar la grandísima literatura rusa de fines del siglo XIX y principios del XX. Pocos países han dado escritores que trabajaron de manera simultánea como Chéjov, Tolstói, Dostoyevski, Lérmontov, Turguénev, es una generación prodigiosa de autores a los que leí en mi juventud y de alguna manera en ellos está la juventud misma de la cultura y la literatura. Sus temas tienen que ver con los grandes ritos de iniciación de la juventud: el descubrimiento del amor, la vocación política, la religiosidad, la amistad y la traición, el sentido de pertenencia por un pueblo o un país. Todas estas puertas que se te van abriendo cuando entras en el área del conocimiento en los años juveniles y están en la literatura rusa, que es esa reserva. Cualquier joven de cualquier país y en cualquier momento, al leer Crimen y castigo, entra en esta parábola magnífica sobre el bien y el mal, así como las dificultades de la libertad de elección que marcan cualquier vida sensible.

¿Esas son tus lenguas predilectas?

Me encantaría hablar ruso. Coincidí en un congreso con Carlos Montemayor, que era un políglota extraordinario, había ponentes rusos y él que hablaba latín, maya, más todos los idiomas occidentales, decía casi con desesperación que lamentaba no hablar ruso, una lengua tan melódica y que tiene una literatura tan poderosa. Es muy difícil de aprender y ya es una oportunidad perdida. Yo leo en alemán, inglés, francés, italiano, catalán, portugués y español, pero hablo mucho mejor el alemán y el inglés.

Ahora, el mundo parece que va en sentido contrario: hace 30 años fue la impensable caída del Muro de Berlín y hoy se está levantando uno en la frontera; Estados Unidos es proteccionista y China es capitalismo salvaje.

Me parece muy acertado que digas que era la impensable caída del Muro de Berlín. Yo viví ahí tres años, de 1981 a 1984, y jamás hubiera pensado que ese muro caería y sobre todo que lo haría de manera pacífica. Si hubiera habido un movimiento fuerte de disidencia en ese momento, habríamos pensado que sería reprimido, como lo fue el de renovación del socialismo húngaro, en 1956, o el equivalente en la entonces Checoslovaquia en 1968. Alemania Oriental parecía ser total rehén del Pacto de Varsovia; sin embargo, la Perestroika (reforma económica) y la Glásnost (reforma política) de Mijaíl Gorbachov, la presión de Estados Unidos y la crisis económica de la Unión Soviética llevaron a la máxima sorpresa del momento, que fue la caída en paz del muro que separaba dos países y que era una afrenta absolutamente inexplicable a la libertad.

Bastaba ver ese monumento al encierro para saber que algo no funcionaba en esa sociedad; cuando no había libertad de abandonar el país, evidentemente los ciudadanos se convertían en prisioneros de su propia patria; sin embargo, el socialismo tenía algunas compensaciones interesantes, sobre todo la caída del muro representaba una oportunidad de pensar en una sociedad radicalmente diferente, no en que una nación más fuerte anexara a la otra, del mismo modo en que una empresa grande se queda con la chica, sino plantear la posibilidad de un país que combinara posibilidades de equidad social que tenía el socialismo con una mayor libertad individual. Eso fue lo que propusieron escritores como Günter Grass.

Él hablaba de una “unificación insensata” y así tituló un libro…

Él decía que se había precipitado la unificación, lo que casi significa que los alemanes ricos compraron a los alemanes pobres y que se estaba rindiendo tributo al dios del consumo. Las expectativas que se generaron eran las de tener más dinero, un Mercedes Benz y no una mejor vida social. La caída del muro fue para muchos como el inicio de la libertad, pero también desde el primer momento fue una especie de oportunidad perdida, porque no se fraguó otro tipo de sociedad, sino que Alemania Oriental se asimiló a la Occidental con sus virtudes y defectos. Desde entonces estaba el germen de lo que hoy vemos que son otras divisiones de índole social y racial, ricos y pobres, o el desprecio que hay a los inmigrantes y el surgimiento de la extrema derecha, que ha cambiado la circunstancia europea. Cuando se pensó que la caída era el triunfo absoluto de la libertad, no se contempló qué es lo que hace el ser humano con su libertad de elección y muchas veces decide lo peor.

LAS CLAVES

OBRAS

Es autor de seis novelas, seis volúmenes de cuentos, ocho de ensayos, tres relatos de viaje y dos obras de teatro.

PREMIOS

Ha ganado múltiples distinciones, entre ellas el José Donoso, el Herralde y el Iberoamericano de Narrativa.

¿QUÉ SIGUE?

Da clases en Stanford, termina una novela y tiene un proyecto con la Compañía Nacional de Teatro.

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