Héctor González Aguilar
Si usted es de esos espíritus que no se dejan llevar por el morbo y si las curiosidades de la ciencia le tienen sin cuidado, seguramente es indiferente a la existencia de serpientes de cuyo tronco surgen dos cabezas; esperando que no abandone la lectura en este preciso renglón le diré que estos extraños especímenes no suelen ser peligrosos, al contrario, resultan inofensivos incluso para sus presas, pues cuando encuentran algún ratoncito distraído o una lagartija bañándose de sol con los ojos entrecerrados, cada cabeza intenta la captura con el consecuente disgusto de la otra, y al no poder trabajar en pareja para compartir el alimento la presunta víctima escapa; resulta, pues, que la anormal circunstancia de poseer dos cabezas no es beneficiosa en absoluto, y como el que no come no vive, estas criaturas mueren en poco tiempo.
Existe otro tipo de serpiente bicéfala aún más rara que la anterior, la diferencia consiste en que la segunda cabeza se halla en el lugar en donde usualmente uno encontraría la cola. La ciencia informa sobre una serpiente con estas características, pero lo que debería ser un increíble hallazgo queda nada más en la genial engañifa de una culebrita que simula tener otra cabeza con la única finalidad de tomarle el pelo a sus depredadores, a ésta se le conoce como culebra de Darwin quién sabe por qué motivo.
Ahora que, haciendo a un lado las serias, aunque aburridas, disquisiciones científicas, las serpientes bicéfalas –las del segundo tipo- son parte del imaginario colectivo, son usuales en los antiguos relatos europeos, pero también aquí, en México, hay literatura que se hace cargo de ellas.
La anfisbena es, con mucho, la más conocida de las serpientes de dos cabezas; su nombre, de raíces grecolatinas, significa “que va en dos direcciones”. Se sabe que la anfisbena tuvo su origen cuando Perseo cruzó volando los desiertos de Libia con la cabeza de Medusa en la mano, la sangre de la gorgona que cayó en las arenas dio vida al ofidio.
Es necesario acudir al Manual de zoología fantástica, de Jorge Luis Borges y Margarita Guerrero, quienes a su vez citan autores clásicos que mencionaron con anterioridad a la anfisbena: Lucano, en la Farsalia, Plinio el viejo, en su Historia natural y Brunetto Latini, en El tesoro.
Lucano refiere que los soldados de Catón, en sus andanzas por los desiertos del norte de África, tuvieron contacto con ella; Plinio apuntó sus virtudes medicinales y Latini dice que con las dos cabezas puede morder, que se desliza con ligereza y que sus ojos brillan como candelas.
El acucioso Borges menciona, sin dar sus fuentes, que en las Antillas y en otras regiones de América se le llama anfisbena a un reptil conocido también como “doble andadora”, “serpiente de dos cabezas” o “madre de las hormigas”.
En el México virreinal, corresponde a Fray Bernardino de Sahagún, en su Historia general de las cosas de la Nueva España, la primera cita de una serpiente bicéfala. Sahagún, que se basó en informantes mexicanos, relata que esta culebra es pequeña, tiene cuatro rayas negras en el lomo, más cuatro coloradas y cuatro amarillas a ambos lados del lomo, que anda hacia atrás o hacia adelante según le convenga y que le llaman culebra espantosa; por cierto, raramente se deja ver.
Por su parte, Francisco Hernández, un médico español enviado a la Nueva España, a fines del siglo XVI, a estudiar las riquezas naturales de los dominios americanos, autor de una magna obra que el desinterés desperdigó aquí y allá, describió a la Maquizcóatl, una culebrita de un “palmo y medio de longitud”, de color plateado brillante, que tiene la particularidad de caminar en un sentido o en otro, la que él vio es poseedora de una sola cabeza, aunque recabó informes de la existencia de algunos ejemplares que tenían otra cabeza en lugar de la cola.
El escritor mexicano René Avilés Fabila —que ganó fama internacional con su obra El gran solitario de palacio— se dedicó a investigar sobre los animales prodigiosos en América. Según él, Moctezuma, célebre hueytlatoani de los mexicas, tenía en su zoológico una culebra de dos cabezas. Esta serpiente, a pesar de sus largos y agudos colmillos, no era mortal, vaya, ni siquiera era peligrosa, era juguetona, dócil y tenía por mayor disfrute ser acariciada en sus dos cabezas como cualquier tierno y cariñoso gatito.
Es un hecho que ningún científico autorizado ha visto jamás a una serpiente que tenga otra cabeza en donde debería tener la cola; pero, sin ánimo de contradecir a los expertos, la ausencia de pruebas no basta para determinar la inexistencia de seres tan maravillosos.
Abundan, en cambio, numerosas pinturas y relieves de la anfisbena, poseedora de un sólido prestigio en la heráldica. De la serpiente bicéfala azteca existe una muestra en el Museo Británico, en Londres, se trata de una verdadera obra de arte –una pequeña escultura o un pectoral- delicadamente tallada en madera y bañada con turquesa.



