Quién iba a imaginar cuando veía la famosa escena final de Grease (Vaselina), con Danny Zuko y Sandy Olsson volando hacia su felicidad en un convertible, que su protagonista, Olivia Newton-John estaba viviendo un auténtico tormento. Porque, al final, el cine es magia y convierte en gracia lo que en este caso fue una verdadera angustia para la actriz australiana.

Su transformación de niña buena a mujer fatal con look rockero que le cantaba al personaje de John Travolta aquello de You are the one that I want fue estupenda, pero de puertas para afuera. Lo que se vivió detrás de cámaras fue una realidad paralela.

Siento ser un poco aguafiestas con esta confesión, sobre todo para quienes, como yo, siguen disfrutando como niños cada vez que vuelven a pasarla por televisión o cualquier plataforma online. Porque, aunque su estreno mundial fue en 1978, me atrevo a decir que fue durante las décadas posteriores cuando más se ha aplaudido, cantado y bailado este clásico del celuloide. Es algo que suele ocurrir con todo lo bueno, solo con los años adquiere el valor que tiene.

En el caso de Grease, todo confabulaba a su favor para convertirse en lo que fue, un musical con tintes románticos y humor inocente, ideal para ver en familia y con amigos. Reúne todos esos ingredientes para ser esa historia a la que siempre recurrimos para ahondar en la nostalgia y candidez de nuestra infancia y juventud. Casi de manera inconsciente, uno se sabe las letras de las canciones, incluso si no entiende lo que significan. Y qué decir de las coreografías, ya forman parte de nuestra retina visual y es inevitable que no se nos vayan los pies cuando saltan las notas de algunas de sus canciones.

Hasta aquí todo muy bonito. Pero me toca contar la verdad detrás de ese momento de la Sandy ‘sexy’, sobre sus tacones, con cigarrillo en mano y pantalones ceñidos hasta casi cortar la respiración. Porque ahí es justo a donde quería llegar. Olivia deslumbró con ese look y, de repente, su imagen angelical se desvanecía para dar paso a esa chica ‘mala’ dispuesta a derrochar encanto y picardía para conquistar al rebelde de Zuko. Sin embargo, ese estilismo que, por aquel entonces, causó sensación, fue lo que supuso una tortura para la también cantante.

“Estos son los famosos pantalones de cremallera. Ella no podía ir al baño durante toda la escena porque esa cremallera estaba rota. Por lo tanto, tampoco podía beber nada de agua. Tenía miedo de crear un problema en la producción, el sol se iba y no podíamos perder el tiempo en volver a hacer la escena en otro momento”, explicó Randal Kleiser, director de la cinta para Vanity Fair. Lo peor de todo es que hacía un calor infernal, lo que no facilitó para nada las cosas.

Ahí estaba la pobre Olivia, muerta de calor, incómoda a niveles inimaginables, casi sin poder respirar con naturalidad para evitar que la cremallera, ya rota, no se rompiera aún más y destrozara un pantalón que, tal y como se puede apreciar, era un diseño muy original y diferente, además de revolucionario y perfecto para este broche final. El ‘responsable’ de ese modelo tan incómodo pero legendario fue el diseñador de vestuario Albert Wolsky, nominado al Oscar en siete ocasiones, y dos de ellas ganador, por All That Jazz y Bugsy.

Los famosos pantalones eran un modelo muy exclusivo de los años ’50 y estaban hechos de, nada menos, piel de tiburón. Se le llama así, no porque se extrajera de este animal, sino por el tipo de tejido brillante, resultado de la mezcla de acetato, rayón o lana y otras fibras sintéticas. En definitiva, una prenda de una fragilidad extrema que casi lo hacían romperse con mirarla. “Cuando me probé esos pantalones por primera vez, la cremallera estaba rota y Albert no quería romperlos tratando de poner una nueva o quitar la vieja. Solución: ¡Coserme en ellos cada mañana!”, relató Olivia en su biografía, Don’t Stop Believin’ (Fuente: Breakingnews).

Definitivamente, lograron que el modelito en cuestión se convirtiera en uno de los sellos más distintivos de la película, pero también, en una de las grandes pesadillas. Una de esas anécdotas que, si bien años más tarde se recuerdan con una sonrisa y cierta actitud heroica, por aquel entonces supuso todo un dolor de cabeza para Olivia y quienes la rodeaban. Actores compañeros, el primero John Travolta, camarógrafos, la coreógrafa Patricia Birch, integrantes de producción y demás, estaban pendientes de que la bendita cremallera se mantuviera en su sitio y no saltara por los aires, arruinando así el broche final de la cinta.

Una escena a la que, por cierto, se sumaron unos cuantos desafíos más allá del vestuario de Olivia y que hicieron cuesta arriba este mítico cierre. Aunque de primeras todo lo que allí se ve parece perfectamente montado, ideado y creado para la ocasión, no fue exactamente así. Al contrario, todo fue bastante más atropellado y espontáneo, quizá por eso quedó tan bien a ojos del público. El director y su equipo tuvieron que adaptarse a lo que había en esta verbena ambulante y, a partir de ahí, crear lo que vimos en pantalla. Por ejemplo, la parte en que los enamorados cruzan una especie de pasadizo en esa atracción de feria y se quedan solos para cantar y bailar el tema final, fue casi un milagro de la naturaleza. El lugar de color amarillo chillón donde ponía, Danger ahead (peligro más adelante) ya estaba allí, solo tenían que usar la imaginación y adaptarlo a su guion. Así que pensaron que usarían ese término, ‘peligro’, para generar la fantasía de que si Danny seguía a Sandy, viviría algo explosivo y arriesgado.

El pequeño e incómodo detalle es que ese espacio, lleno de obstáculos, de escaleras en movimiento y otros elementos extraños, no daba para lucirse con una coreografía demasiado producida. Una situación que, a pesar de crear quebraderos de cabeza a Patricia, la coreógrafa, dio lugar a un baile casi espontáneo que se hizo en un tiempo récord.

Los protagonistas enamorados subían y bajaban, se inclinaban hacia delante y hacia atrás, saltaban, caminaban y hacían todo tipo de acrobacias en medio de los obstáculos que les rodeaban. “Tuvo que salir del paso en ese mismo momento… Trabajó con Olivia y John para sacar la coreografía en 20 minutos, todo fue improvisado en el momento”, reconoció Kleiser, quien, a través de este video, mostró también los fallos en las luces y los reflejos que no deberían estar en esos planos, pero que, debido a la caída del sol, se produjeron y ya tuvieron que dejar. Era eso, o arriesgarse a que el pantalón de Olivia terminara de explotar.

Las altas temperaturas también hicieron de las suyas en el número de baile al aire libre, se subían a la noria y participaban en las típicas atracciones de feria. No fue nada fácil, explicó el director, pero el resultado no pudo ser mejor. Todos colaboraron para que así fuera, quizá, por eso, lo que salió sigue siendo una de las escenas más recordadas y significativas del cine. De esas cosas que no se planean y resultan casi perfectas.

Hoy en día, Grease sigue siendo, no solo una de las películas más entrañables y queridas por el gran público, sino también más inspiradoras. Sus famosos modelos se han convertido en un reclamo en cualquier carnaval o fiesta de disfraces. Según la revista ELLE, esta historia en la pantalla grande también es una de las predilectas de los amantes de la moda y vanguardia sobre estilo.

De hecho, en 2019, la famosa casa de subastas Julien’s, de Beverly Hills, en Los Ángeles, vendió su modelito final de cuero y famosos pantalones de cremallera rota por la cifra de 363.286 euros. Julien’s informó en un comunicado de prensa que los fondos obtenidos por las icónicas prendas se destinarían al Centro de investigación y tratamiento contra el cáncer Olivia Newton-John, creado por la artista en 1992 en Melbourne, Australia, para la investigación de esta enfermedad que ella misma padeció y de la que murió en agosto del 2022.

Curioso que esos pantalones que tan mal se lo hicieron pasar, terminaran siendo empleados para una causa tan noble que tanto significó para Olivia.

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