Las ruinas de las antiguas ciudades prehispanas de Mesoamérica constituyen hoy no sólo una valiosa fuente de información sobre aquellas civilizaciones sino también un inapreciable atractivo para el turismo, motor de la economía de varios países. Pero en esa dinámica hay unas culturas y lugares que han concentrado la atención, dejando a otras un tanto al margen. Todos quieren visitar los sitios arqueológicos mayas y mexicas -si acaso completados con Teotihuacán-, quedando en segundo plano los totonacas, purépechas, zapotecas… Pues bien, todavía hay uno más desconocido, el de la llamada Tradición Teuchitlán y su asentamiento de Guachimontones.
Para analizarlo hay que resituarse geográficamente respecto a lo que es habitual en México, donde el peso del patrimonio maya y mexica inclinan la atención siempre hacia el Yucatán y el valle central. Guachimontones está en el estado de Jalisco, que se ubica en la costa pacífica, con capital en Guadalajara y a una hora de ésta. Ni siquiera su inclusión por la UNESCO en el Patrimonio de la Humanidad en 2004 ha servido para que nos resulte familiar lo que, irónicamente, contribuye a protegerlo y facilitar su estudio a los expertos.
Buena parte de esa ignorancia que hay respecto a su existencia radica en que, frente a lugares como Chichén Itzá, Uxmal, Cobá, Palenque o Tulum (no digamos ya Ciudad de México, la antigua Tenochtitlán), de los que en general tenemos noticias desde el siglo XVI y, en todo caso, fueron redescubiertos en el XIX, Guachimontones no se encontró hasta 1970 (a partir de una reseña documental de 1938) y sólo se empezó a excavar a partir de 1996, razón por la cual apenas se ha sacado a la luz una centésima parte y, consecuentemente, pocos han oído hablar de él.
Como decíamos antes, eso tiene su parte positiva porque el deterioro de las ruinas ya era importante, habida cuenta de que, durante siglos, los lugareños expoliaron sus piedras con el fin de reaprovecharlas para sus propias construcciones, tal cual pasó con las pirámides de Egipto o muchos edificios de la Antigua Roma durante la Edad Media. Por eso Guachimontones también fue incluido en la lista World Monuments Watch que la WWF (World Monuments Foundation) elabora con monumentos que están en peligro por diversos motivos.
En realidad, hay localizados casi un millar de sitios arqueológicos en Jalisco y se calcula que podrían ser el doble. Y eso contando únicamente los grandes, ya sean ciudades o centros ceremoniales, no los poblados menores. Ello revela la importancia del lugar y obliga a profundizar un poco en la cultura que habitaba ese entorno. Lo que hoy es el actual estado estuvo poblado, en épocas diversas, por toltecas, huachichiles, caxcanes, sayultecas, tecuexes, cocas… También por la mencionada Tradición Teuchitlán, que se extendía hasta el colindante Nayarit.
Fue anterior a muchos de los reseñados, situándose su comienzo en torno al siglo IV a.C, seguramente relacionado con la predecesora Tradición de las Tumbas de Tiro, nombre genérico que se da a una serie de pueblos independientes pero con similar identidad cultural. No obstante, su etapa de esplendor llegó hacia el año 200 d.C, durante el Período Preclásico Tardío, para desaparecer en el Clásico, hacia el 900 d.C. (o el 600, las fechas son inciertas), de una forma tan abrupta que se considera que debió ser por algún factor externo, probablemente relacionado con el auge de los vecinos tarascos.
Teuchitlán es una palabra que viene del náhuatl teoztitlán (“lugar dedicado a lo divino” o “lugar dedicado al dios Tenoch”), aunque hay quien la deriva de tepetitlan (“lugar junto a los cerros”). Hoy da nombre a un municipio moderno de algo menos de diez mil habitantes, del que Guachimontones se encuentra apenas a kilómetro y cuarto de distancia. Guachimontones (o Huachimontones) es un término más reciente que combina los náhuatl cuautli (árbol) y chinamitli (muralla) con el español montón, si bien otra versión sustituye los dos primeros por huaxe, un tipo de árbol muy abundante en la región.
No faltan autores que disienten, al menos parcialmente. Phil Weigand, el ya fallecido arqueólogo que inició las excavaciones a mediados de los años noventa junto a su esposa Arcelia García (ambos del Colegio de Michoacán), opina que, a pesar de la etimología del nombre, la lengua de aquel pueblo no era de origen náhuatl, decantándose más bien por el totorame (una variedad del cora uto-azteca, típico de Nayarit). Lo que sí parece es que Guachimontón puede traducirse por “lugar cerrado”, aludiendo a las insólitas construcciones arquitectónicas que caracterizan el sitio.
Insólitas porque están constituidas por agrupaciones circulares concéntricas de edificios, cada una de ellas en torno a una pirámide escalonada de forma cónica, algo único en el mundo. A todo ello se suman las singulares estructuras funerarias conocidas como tumbas de tiro, constituyendo el conjunto un estilo específico. Ocupa unas 90 hectáreas, que en su momento de apogeo debieron llegar a ser 24.000, si bien su centro debía estar en la colina Huachimontón, un poco más al norte del sitio actual.
Como en otros lugares, esas plazas circulares eran de uso exclusivo para la élite social (gobernantes y sacerdotes), ya que se trataba de una sociedad rígidamente estratificada y descentralizada, como pasaba en el resto de Mesoamérica. Que las plazas se organizaran en torno a las pirámides indica que se trataba de lugares ceremoniales en los que esa estructura (la del Círculo 2 tiene 60 metros de altura y 13 terrazas escalonadas rematadas por otras 4 que representaban un calendario) era el templo, siendo Ehécatl el dios más importante de su panteón.
Ehécatl era una divinidad asociada al viento, como el Quetzalcóatl (tolteca y azteca (Edahí para los otomíes, Kukulkán para los mayas), con el que se asimiló. Estaba considerado uno de los responsables de la creación y se asociaba precisamente al círculo porque éste es infinito (no tiene principio ni fin), igual que el aire, de ahí que a menudo sus templos tuvieran esa planta, lo que de paso ayudaba a su circulación. Una de las manifestaciones de adoración a Ehécatl era la de los Voladores, en la que los sacerdotes subían a lo alto de altísimos postes para dejarse caer sujetos de una cuerda atada a sus pies, girando mientras tocaban un instrumento musical imitando a un ave.
Se sabe que la tradición de los Voladores, que ha pervivido hasta hoy en México como espectáculo folklórico, formaba parte de Guachimontones porque en lo alto de las pirámides hay agujeros del grosor de esos mástiles donde éstos se insertaban. Pero la pirámide, aún siendo cónica, no es la única estructura que hay con referencia al resto de Mesoamérica; también están, por ejemplo, las canchas de juego de pelota, donde se desarrollaba aquella curiosa mezcla de deporte (había que tratar de hacer pasar una pelota de caucho por un aro de piedra sin tocarla con las extremidades), rito religioso (el perdedor era sacrificado) y juego político-administrativo (división territorial, firma de acuerdos, etc).
En Guachimontones está la cancha más grande conocida, de 111 metros de largo por 24 de ancho, aunque hay muchas más, cada una con alguna de las funciones explicadas antes. Asimismo, cada plaza estaba rodeada por una acera escalonada. Entre ésta y el centro de la plaza se levantaban hasta una docena de plataformas escalonadas, cada una rematada por un edificio residencial hecho de madera y arcilla, y en cuya zona subterránea se situaban criptas funerarias. Había diez de estos complejos circulares más otras cuatro plazas rectangulares.
Asimismo, jardines alimentados por manantiales le daban a las aceras el toque de belleza que ampliaba la otra versión vegetal, la agraria, formada por las chinampas y tierras aledañas de un lago cercano, regadas por sistemas parecidos a los mayas de Calakmul, que daban tres cosechas anuales, en principio suficientes para alimentar a los 25.000 habitantes que se le calculan a la ciudad durante la etapa de mayor esplendor (unos 40.000 si se cuenta toda la región). Lamentablemente, esos sistemas eran tan buenos que los campesinos de tiempos posteriores los reaprovecharon, provocando pérdidas irreparables en el registro arqueológico.
Evidentemente, la economía local se extendía a otros sectores, caso de la elaboración de herramientas y artesanías con materiales como obsidiana, cobre, oro, plata y malaquita. Y eso que, a pesar de todo, Teuchitlán no dejaba de ser un territorio menor dependiente de otro más importante, el señorío de Etzatlán, donde vivían los colimas o tecos, fieros guerreros que luego rechazarían un intento de invasión purépecha y varias expediciones españolas hasta que fueron conquistados por Gonzalo de Sandoval, uno de los capitanes de Hernán Cortés.
El Círculo 1, también llamado El Gran Guachi, no es el único destacable; el 2, bautizado como La Iguana, segundo en tamaño (105 metros de diámetro y 360 de perímetro, con 10 plataformas) y separado del anterior por la larga cancha del juego de pelota, también se conserva aceptablemente. Se entrelaza mediante un templo común con el tercero, El Azquelite, algo más pequeño. Junto a todo eso apareció también arquitectura posterior, del Postclásico, con disposiciones rectangulares en vez de circulares, más prácticas y denotativas de los nuevos tiempos (aunque el templo de Ehécatl-Quetzacoátl de Tenochtitlán también se construiría circular).
Aunque la cantidad de turistas que se acercan a Gauchimontones está lejos de las afluencias masivas del Yucatán o Teotihuacán, en 2012 se abrió un centro de interpretación in situ (que lleva el nombre de Phil Weigand) para informar tanto de la ciudad como de la Tradición Teuchitlán, así como del estado de las excavaciones arqueológicas. Incluye un pequeño museo con piezas recuperadas y visitas guiadas.