El Café Varela, con su aroma persistente a tertulia antigua y páginas vividas, volvió a ser escenario de una de esas celebraciones que parecen suspender el tiempo. Allí, bajo la luz cálida que cae sobre las mesas de mármol, el Premio Café Varela 2025 rindió homenaje a Manuel Vicent, un autor cuya obra ha acompañado a varias generaciones y cuya prosa -siempre ondulante, siempre luminosa- ha dejado huella en el periodismo y la literatura en español.
La ceremonia comenzó con la voz de Antonio Lucas, portavoz del jurado en esta edición, que integraron también Raúl del Pozo, Edu Galán y Juanma Lamet. Lucas pronunció el nombre del autor de Tranvía a la Malvarrosa con un respeto casi ceremonial, como si al nombrarlo invocara también a ese Mediterráneo que lo acompaña en cada línea.
Vicent, sereno, escuchaba rodeado de colegas, amigos y admiradores. En el salón, los invitados conversaban en murmullos que se entrelazaban con la música tenue del lugar. Se levantaban copas, se estrechaban manos, se cruzaban miradas cómplices; era un homenaje, sí, pero también un reencuentro entre quienes reconocen en su obra un territorio común.
El momento de la entrega capturó esa mezcla de solemnidad y afecto que distingue a los grandes tributos. Entre los aplausos, Sergio C. Fanjul recordó al premiado con una frase que parecía escrita para él: “el poeta de la luz y el mar”. Y el público asintió, porque pocos escritores han sabido transformar la claridad mediterránea en una forma de estar en el mundo.
La tarde avanzó entre fotografías, abrazos y anécdotas compartidas. Al final, mientras el bullicio empezaba a apagarse y quedaban sobre las mesas los restos de una celebración feliz, parecía evidente que el premio no solo distinguía una trayectoria: celebraba una forma de mirar, de narrar y de habitar la literatura.










