Por Juana Elizabeth Castro López

La costumbre de juzgar a los demás es un ejercicio común, cotidiano y en apariencia inofensivo. Pero, al discernirlo, revela un peligro trascendental; además, de la presencia de un problema mayor en el individuo que se erige como juez, mismo que inhabilita su juicio. Estos dos aspectos los advierten las Sagradas Escrituras cristianas y a continuación los abordaremos. 

Aparente contradicción.  En un texto dice: “No juzguen a nadie, para que nadie los juzgue a ustedes… ¿Por qué te fijas en la astilla que tiene tu hermano en el ojo y no le das importancia a la viga que tienes en el tuyo? … Saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás con claridad para sacar la astilla del ojo de tu hermano.” Y, más adelante, indica: “Si tienen un buen árbol, su fruto es bueno; si tienen un mal árbol, su fruto es malo. Al árbol se le reconoce por su fruto…”. 

Así que, por un lado, los textos dicen: no juzgues y por el otro señalan: juzga entre un árbol y otro. Y, luego agrega: “… ¿cómo pueden ustedes que son malos decir algo bueno? De la abundancia del corazón habla la boca.” (Mateo). Los primeros dos textos parecieran contradecirse, pero no. Sin embargo, gracias a esto vemos que las dos variedades de árboles representan dos tipos de conciencia que generan dos clases de jueces. Por lo tanto, una mala conciencia no puede decir nada bueno de su prójimo; su visión está impedida por una “viga”, para juzgar con justicia; en estas condiciones, es mejor no juzgar.

Estas enseñanzas de Jesús en el Sermón del Monte, son lecciones básicas para renovar el entendimiento por medio de la Palabra de Dios, por su poder transformador. Acorde a esto, el Espíritu de la Palabra dice: “No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta” (Pablo). 

Juicio y misericordia. El Sermón del Monte inicia con bienaventuranzas, entre ellas: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mateo). La misericordia tiende un hilo que une esta bendición con el mandamiento de no juzgar, indicando la forma correcta de juzgar al prójimo. Una conciencia limpia puede juzgar con misericordia al no prejuzgar sin antes indagar con respeto y cautela en pos de la verdad; siempre dando el beneficio de la duda y evitando la tendencia a buscar una mala intención detrás de las acciones de las personas. Procediendo así se evitará hacer juicios injustos y se aprenderá a hacer juicios favorables o misericordiosos (lo cual no significa excusar el mal o el vicio).

Un regalo decepcionante nos da un ejemplo sencillo de los dos tipos de juicio: un juicio injusto sería pensar: – ¡Es un tacaño!  Este “creer lo peor” de los demás puede desembocar en: insultos, quejas, desprecio, ira, raíces de amargura.  En cambio, un juicio favorable sería algo como esto: -Tal vez no tenía dinero, pero se esmeró en traer algo y eso se agradece-.  Asumir lo mejor evita involucrarnos con un espíritu de discordia y es el rasgo de carácter al que debemos aspirar; porque esto es lo que conviene al alma, ya que, finalmente, nuestro juicio será la medida con que se nos juzgue.

La trascendencia de juzgar. “Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido” (Mateo). El Talmud de Babilonia, en línea con esto, dice: “el que juzga a su prójimo favorablemente, será juzgado favorablemente por Dios”. Porque, cuando una persona es juzgada propiciamente, de su alma se desprende una bendición para su juez: “Así como me has juzgado favorablemente, el Señor te juzgue favorablemente”. De allí la recomendación de no juzgar, porque, aunque se perciba en el prójimo una acción o actitud mala, sólo Dios puede conocer a ciencia cierta el motivo del corazón. Por lo tanto, el último juicio o juicio final debe dejarse a Dios. Pues, en ese día daremos cuenta “de toda palabra ociosa” que hayamos pronunciado, (Mateo).

El peligro de juzgar a ciegas. El juicio justo está en línea con la voluntad de Dios, porque es misericordioso y se rige por el mandamiento de amar al prójimo como a uno mismo. El juicio injusto puede concluir que el prójimo merece ser robado, calumniado o incluso asesinado y simplemente procederá a ejecutar la sentencia robándole, levantándole falsos o matándole. Sólo que, este juicio lo hace infractor de la ley de Dios que dice: no robarás, no levantarás falsos testimonios, no matarás. Por esto mismo, Jesús afirma: “…yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego” (Mateo).  Por lo tanto, juzgar con justo juicio significa juzgar dentro de los parámetros de la Palabra de Dios y con el estándar o medida de la misma, esto hace necesario conocerla, pues, esta debe ser la norma de conducta, ya que, el Espíritu de la Palabra es poderoso para purificar; de allí que Jesús les haya dicho a sus discípulos: “Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado” (Juan); porque, la Palabra ya había pasado a ser parte de la manera de ser de ellos.

En conclusión, no somos aptos para juzgar, mientras nos domine una mala conciencia; esta es como una “viga” en el ojo, que le impide ver con claridad y, por tanto, no puede juzgar correctamente. Para limpiar nuestra conciencia necesitamos ser normados por la Palabra de Dios, porque tiene poder regenerativo.

Una conciencia reprobada, cuando juzga se coloca ella misma bajo juicio y la medida con que será medida es la misma con la que ella mide. La mente o conciencia regenerada juzga con misericordia y alcanzará misericordia.

juanaeli.castrol2@gmail.com

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