“La Mulata”, cuadro de juventud de Diego Velázquez, se expone desde este lunes en la Galería Borghese de Roma entre algunos de los lienzos más conocidos de Caravaggio, destacando la huella inicial del maestro italiano sobre el pintor sevillano. 

“Velázquez debuta con una maravillosa atención hacia la sombra y la luz, con una pintura tenebrista, con una grandísima atención a la ejecución de la naturaleza muerta y al estudio del modelo (…) Eso nos deriva al naturalismo que caracteriza la pintura de Caravaggio”, explica a EFE la directora del museo, Francesca Cappelletti. 

La Galería Borghese, la casa de muchos de los tesoros de mármol de Bernini y de cuadros de otros genios como Tiziano o Rafael, se ha propuesto analizar el impacto que Caravaggio ejerció en el joven Velázquez, recién salido del taller de Francisco Pacheco. 

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Para ello, el museo romano expondrá hasta el 23 de junio uno de sus lienzos de juventud, prestado por la Galería Nacional de Irlanda, “Mujer en cocina con Cena de Emaús”, popularmente conocida como “La Mulata”, pintada en torno al 1618, cuando Velázquez rozaba los 20 años. 

La pintura capta, como en una instantánea, a una mujer concentrada en sus labores, en una cocina sobre la que aparecen algunos jarrones, un ajo y un cesto con paños, mientras de fondo, en segundo plano, Jesucristo y sus discípulos celebran la “Cena de Emaús”. 

“La Mulata” ha sido colocada en la Galería Borghese junto a obras anteriores de Caravaggio como “Madonna con el niño y Santa Ana” (1605-1606), “David con la cabeza de Goliat” (1609-1610) o su famoso autorretrato representado como el dios Baco (1593-1595), así como con un “Mendicante” de José de Ribera (1617), otro exponente del tenebrismo. 

Velázquez, según defiende Cappelletti, vivió en los albores de su carrera, antes de llegar a la corte de Felipe IV, un despertar ‘caravaggesco’, influido presumiblemente por las copias de los cuadros de los italianos que circulaban por la España del Siglo de Oro. 

“Seguramente el pintor se presenta como un artista independiente y original en el contexto de la Sevilla de aquel entonces, una ciudad muy vivaz desde el punto de vista artístico y en cuanto a los intercambios culturales. Tal es así que en los últimos estudios se baraja que Velázquez pudo ver pinturas que llegaban a Sevilla desde Italia”, sostiene la directora de la Galería Borghese. 

Entonces, hacia 1618, cuando pintó “La Mulata”, aún faltaba una década para que el artista sevillano emprendiera el primero de sus dos míticos viajes a Italia, periplos en los que sobre todo bebió del legado de Tiziano y la escuela veneciana y en los que llegó a retratar, severamente, al papa Inocencio X (1650). 

No obstante, la “sintonía” de Velázquez y Caravaggio revela una importante “circulación de ideas” entre ambas penínsulas europeas. “Lo que impresiona de esta pintura es que nos habla de un gran artista que ya tenía ideas compositivas muy originales, así como esta irrupción de lo sagrado en la cotidianidad. 

Es como si el pintor nos invitara a considerar que ningún espacio, ni siquiera una cocina, es banal, que en todas nuestras acciones diarias se puede ver la huella de lo sagrado”, apunta la directora del museo. Pero al mismo tiempo “La Mulata” recuerda el interés de Velázquez por los últimos de la sociedad, mucho antes de que se convirtiera en retratista de la corte de Felipe IV, legando a la posteridad obras maestras como “Las Meninas” (1656). 

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