La enemistad entre el régimen cubano fundado por Fidel Castro y el de Estados Unidos es todo un subgénero cinematográfico. Del glamour de las calles de Miami a la pobreza de la isla hay apenas unos 400 kilómetros marítimos que separan un Océano ideológico de rivalidades y odios. En perpetua guerra fría desde los años 50, cuando triunfó la revolución castrista, el conflicto ha aparecido en títulos tan dispares como El padrino II (Francis Ford Coppola, 1975), donde vemos la caída del régimen del dictador Fulgencio Batista, u otros que tratan de manera más directa el asunto del espionaje como Nuestro hombre en La Habana (1959), de Carol Reed, inspirado en una novela de Graham Greene, donde también se cuentan los orígenes del conflicto. Lo hemos visto también en series como Corrupción en Miami, un mito en los 80, de la que su creador, Michael Mann, hizo una película en 2006. Y aunque quizá sea injusto, el exiliado cubano más famoso del cine es el Tony Montana de Al Pacino, peligroso narcotraficante que retrató Brian de Palma en Scarface (1983).

Rodeada de cierta polémica porque a los exiliados cubanos en Estados Unidos no les ha gustado la película, el distinguido Olivier Assayas vuelve a retratar el “gran juego” de los estadounidenses y los cubanos en La red avispa, donde cuenta los avatares de una organización de espías cubanos que se hacían pasar por renegados del régimen que habían huido de la pobreza de la isla. Su verdadera misión era controlar las actividades de los exiliados en Miami. Con un reparto estelar de grandes estrellas hispanas como Penélope Cruz, en la piel de un personaje con una vida tan rocambolesca que parece mentira, Edgar Ramírez o Gael García Bernal, el filme da vueltas y más vueltas sobre sí mismo en la tradición del mejor género de espías para mostrar a unos personajes que son víctimas de la geopolítica y un destino e intereses mucho más grandes que ellos mismos.

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Olivier Assayas, más conocido por dramas “parisinos” sobre relaciones sentimentales y angustias espirituales como Finales de agosto, principios de septiembre (1998) o películas nostálgicas como Las horas del verano (2008), ya había tratado los problemas del hemisferio sur americano en Carlos (2010), una miniserie en la que también aparecía Edgar Ramírez sobre el sanguinario terrorista izquierdista que aterrorizó el mundo en los 70. Tanto entonces como en esta La red avispa, Assayas sorprende por un tono que huye de la dicotomía entre occidentales buenos y comunistas malos, al tratar de profundizar sin prejuicios en las complejidades y paradojas de una lucha sin cuartel que hoy tiene su foco en países como Venezuela, origen del explosivo Carlos, o la propia Cuba, donde el régimen castrista sigue vivo mucho después de la muerte de Fidel.

En una película que dura más de dos horas, Assayas prefiere centrarse en la peripecia íntima de sus personajes más que filosofar sobre quién tiene la razón. Vemos una Cuba pobre y mísera en la que falta comida y la electricidad se corta cada dos por tres pero también una oposición instalada en Estados Unidos que recurre a métodos terroristas y se enriquece con el tráfico de drogas para financiar sus actividades contra los Castro, probablemente con la connivencia de las autoridades de Estados Unidos. Muy fiel a la verdad de los hechos, el propio Assayas dice que quiere ser un cineasta “historiador” y La red avispa es una película vibrante que deja en el aire más preguntas que respuestas.

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