Esta tribu habita en el interior de Papúa-Nueva Guinea, en concreto en las montañas de la costa norte de la isla, en lo más alto de la región del Morobe .

En realidad, su nombre es tribu “angus” pero todas las demás tribus de la isla les denominan con evidente temor “los kukukukus”. Son de pequeña estatura (sólo algunos sobrepasan el metro y medio) pero con unos altos niveles de belicosidad que les agiganta ante el resto de tribus del territorio. Los jóvenes y adolescentes suelen ingerir semen para adquirir fortaleza y virilidad fruto de relaciones homosexuales con los adultos, felaciones incluidas, con un objetivo claro que es mantener el control de la natilidad.

Nunca se besan y el contacto físico está prohibido. Suelen realizar violentos ataques por sorpresa a sus pueblos vecinos y entre ellos mismos la violencia también está presente ya que negar el saludo puede llegar a suponer la muerte de un mazazo.

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Los prisioneros obtenidos en esos ataques eran engordados premeditadamente para posteriormente realizar con ellos prácticas de canibalismo, aunque hoy en día prácticamente no existe y en todo caso de darse se produce de forma aislada.

Ellos por su parte también tienen miedo, pero no a algo terrenal, a otros guerreros, sino a los espíritus. Según sus creencias, las ánimas de los fallecidos y de los espíritus malignos habitan en la tierra, el agua y el bosque. La fuerza vital que reside en el cuerpo de los vivos se puede transmitir del mundo material al espiritual, y por ese motivo ningún angu entierra a sus muertos. Según ellos, “si la tierra probara sus fluidos querría más y este sería un lugar sediento de sangre que pediría continuamente nuestras vidas”.

Tal y como pudo constatar por primera vez de forma minuciosa la etnóloga Beatrice Blackwood, del Museo de Antropología Pitt Rivers de la Universidad de Oxford, allá por los años 1936/1937, los angus momifican a sus difuntos una vez les extraen sus vísceras. Luego los atan con fuerza y los acuestan sobre una parrilla hecha con ramas finas bajo las que encienden unas brasas que permanecen vivas día y noche (ahumado).

El cuerpo del fallecido expulsa líquidos, los angus los recogen y son bebidos por los parientes más cercanos para recuperar la esencia del fallecido. Son estos mismos parientes lo que velan al difunto durante dos o tres meses hasta su completa momificación (a veces el ritual puede llegar hasta los cinco meses), no salen de la choza y se desconoce que tipo de prácticas o liturgias siguen mientras están en su interior.

Cuando el proceso finaliza, llevan a la momia a un panteón familiar, por lo general una cornisa en un acantilado cercano y rocoso (roca sagrada), y allí la dejan en compañía de sus ancestros y antepasados de la tribu.

Para visitar a sus difuntos, los angus suelen pintarse con arcilla de tonos claros, que para ellos es una señal de luto relacionada con el color claro de la piel de los espíritus, lo que propició que los primeros europeos que contactaron con esta tribu fueran vistos como seres del más allá. Una vez al año, las bajan para repararlas con una savia llamada Kaumaka, que extienden por el cuerpo de la momia para tapar sus imperfecciones. Acto seguido las pintan para que tengan un mejor aspecto. Desde pequeños los niños ya practican este arte de “maquillar” las momias, si bien lo hacen con animales. También es relativamente frecuente acudir a pedirles consejo y protección.

Casi 80 años después de la experiencia de Blackwood, la fotógrafa alemana Ulla Lohmann, tras ganarse de forma lenta la confianza de los angus, ha logrado recoger en algunas fotografías el proceso que hemos descrito. Sin embargo, hace aproximadamente unos 20 años, el gobierno de Papúa ha prohibido estas prácticas de momificación por razones higiénicas, por lo que hoy en día son una minoría los kukukukus que mantienen la tradición y cada vez más lo que han empezado a poner en práctica ritos funerarios más convencionales.

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