El crimen es un fenómeno cultural que tiene un fuerte impacto en el resto de la vida social”, afirma el historiador Pablo Piccato. Pero ¿cómo la sociedad civil ha entendido y lidiado, con este flagelo en México? Esta es una de las preguntas que motivaron el libro Historia nacional de la infamia, que busca respuestas en diversas narrativas, en la prensa, los jurados y la literatura.

Publicado en español por el CIDE y la editorial Grano de Sal, este estudio revisa la relación que han tenido el crimen, la verdad y la justicia en México durante el siglo XX, cuándo se rompió la confianza de los mexicanos en el Estado y su policía, cuándo nació la imagen del país violento y corrupto y la importancia que ha tenido la literatura para conocer esta realidad.

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Desde el principio me pareció que, como historiador, tenía que leer ficción, porque a veces ahí se encuentra la verdad que no se halla en los documentos oficiales”, comenta el doctor por la Universidad de Texas en entrevista desde Nueva York.

Tomando como referente a Jorge Luis Borges y su Historia universal de la infamia (1935), cuyos personajes despreciables tienen como logro en común la propia infamia, Piccato explica que éste es un análisis sobre la infamia en México y, a la vez, sobre la infamia de México.

Todo el mundo ve a México como una nación violenta, sin ley, dominada por la impunidad, donde la gente se mata por cualquier razón. Esa imagen no es algo nuevo, existía desde principios del siglo XX. Traté de entender cómo se formó.

Un país donde los crímenes no son castigados, donde la violencia es parte de la vida cotidiana, donde los criminales son personas influyentes. A eso le llamo la infamia, a la nación como un lugar de crimen e impunidad”, detalla.

El especialista en historia social y cultural dice que trata de demostrar que “esa imagen de México está hecha de diversas historias, de casos; pero también hay una larga trayectoria de la sociedad civil luchando contra esa infamia, tratando de encontrar la verdad contra los crímenes, de buscar justicia y alternativas ante la ausencia de un sistema judicial y una policía fidedignos. Muestro las dos partes”.

El profesor de la Universidad de Columbia destaca el poder que ha tenido la literatura para dar una visión del país en estos temas. “La literatura permite conocer el significado del asesinato y puede procesar los delitos desde una trinchera especial y llegar a la verdad de una forma que el Estado mexicano no ha podido”.

Narra que, alrededor de los años 40 del siglo pasado, surgió una literatura policial en México que se hizo muy popular. “Había muchos escritores y lectores de novelas de detectives. Un hallazgo que me pareció relevante. Antes de Paco Ignacio Taibo II o Élmer Mendoza, hubo una camada de escritores que nunca se volvieron famosos, que el Estado ignoró y nunca subsidió ni publicó. Pero que fueron muy importantes, porque ayudaban a entender la realidad”.

Y pone como ejemplo una serie de novelitas que sacaba el periódico La Prensa todos los domingos, sobre un detective que se llamaba Cucho Cárdenas. “Eran muy divertidas, escritas bajo el seudónimo de Leo D’Olmo; creo que gustaban mucho, pues se publicaron más de 200. El detective no era un policía, sino un periodista.

“La maravilla del género policial es que busca la verdad. Le ha permitido a muchos escritores decir cosas importantes sobre la ausencia de la verdad, sobre lo difícil que es llegar a la justicia en México, sobre los efectos de la violencia. Todavía no se ve la importancia del género en la literatura nacional”.

Tolerancia negativa

El autor de Ciudad de sospechosos. Crimen en la Ciudad de México 1900-1931 ubica en la década de los 20 del siglo pasado, y hasta los años 50, el origen y la formación del futuro país violento; es decir, la tolerancia que mostraron los mexicanos ante la incapacidad del Estado y su policía de resolver los crímenes, influyó de forma negativa.

Esa tolerancia era valorada por los extranjeros, no sólo porque se podía consumir drogas, sino por la libertad individual. Muchos escritores, entre ellos los Beat, vinieron y difundieron la idea de que la policía mexicana no se metía en ciertos delitos y que a nadie le importaba lo que dijera la policía, que los sacaban a tiros de los bares. Esto fue creando la imagen de un lugar sin ley”.

Piccato señala que la ruptura de la relación entre crimen, verdad y justicia es el nudo del libro. “Ésta tiene que ver con que la policía no es la fuente de la verdad. No se cree que si hay un misterio lo resolverá la policía. Si uno no sabe la verdad, quién cometió el crimen, no se hará justicia. Debe haber una relación entre estas tres cosas, lo que se rompió en México”.

Concluye que es muy claro el escepticismo de la sociedad ante el Estado. El gran reto de todos los gobiernos es recuperar esta confianza. Y la única forma de reconstruirla es caso por caso, donde cada víctima cuente, que sea identificada y los responsables castigados”.

Con la presentación virtual de Historia nacional de la infamia, el 3 de noviembre, a las 19:00 horas, arranca la Semana de Grano de Sal.

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