La letra X forma parte de un distinguido grupo: junto con la K y la W -la última en entrar en nuestro alfabeto- son las que aparecen en menos palabras en español.

Pero a diferencia de las otras dos, la equis se las arregla para estar muy presente en nuestras vidas.

Nos recuerda que hay cosas que fuimos y que, de alguna manera, nunca dejaremos de ser -examantes, exalumnos, excompañeros-, y que, a veces, los límites se superan, hasta llegar a lo extraordinario, extrasensorial y hasta extraterrenal.

Los más pequeños y los más grandes de nosotros a menudo la llevamos muy cerca de nuestros cuerpos, en etiquetas marcadas XS o XL.

Está en nuestros cromosomas, en la ciencia y matemáticas, se pasea por el cine, la música y la literatura, se cuela en la política y la religión, y desde un principio encontró un lugar en las redes sociales.

Dondequiera que te fijes es muy posible que te encuentres con esas dos líneas infinitas que se cruzan en un solo punto, su centro.

Es más que una letra. Es un símbolo, una palabra, el nombre de lo desconocido, lo experimental, lo misterioso, lo nuevo, la marca de algo que ya pasó o algo que aún está, una alerta, una cancelación, una elección, un llamado de atención.

Y, por ser tan excepcional, cuando aparece la experimentamos como una discreta pero llamativa exclamación que despierta curiosidad.

Expulsadas

Las equis, femeninas y sin plural, solían formar parte de muchas más palabras.

Llegaron con el alfabeto latino, en el que fue la última letra hasta después de la conquista romana de Grecia, en el siglo I a.C., cuando se añadieron Y y Z para escribir palabras prestadas del griego.

Curiosamente, los romanos de hoy no la usan: el alfabeto italiano no la incluye.

El nuestro sí, y hasta el siglo XIX muchas palabras la portaban, así se pronunciara como una ch suave (sh) o como una J, como en xarabe y relox, o nada menos que en dixo, traxo y Quixote.

Pero en 1815, la Real Academia Española de la Lengua decidió que solamente las palabras en las que la X se pronunciaba como /ks/ tendrían derecho de llevarla.

Y disparó una rebelión.

De ninguna manera, declararon los mexicanos, que estaban en medio de su lucha por la Independencia.

Así como la equis se quedaría en Xochimilco, Texcoco, Taxco, Tuxpan, permanecería en México, Mexicali, Texas, Oaxaca y Xalapa, aunque sonara como jota.

A pesar de que la Academia Española de la Lengua tardó décadas en llegar a tolerar que la excolonia plasmara su nombre con las letras que prefiriera, los mexicanos nunca dejaron de escribir sus equis con orgullo.

Incógnitas

Entretanto, la X se había ido afianzando en uno de los quehaceres intelectuales más imaginativos, las matemáticas.

Había entrado con pies de plomo, como el símbolo del número 10, la base del sistema de numeración para números enteros que los romanos llevaron a las cuatro esquinas de su imperio.

Pero luego tendría un rol más interesante… hasta enigmático.

Cuando sus textos matemáticos de los sabios de Medio Oriente llegaron a la península ibérica, en los siglos XI y XII, los traductores españoles se vieron en aprietos, pues no había letras para representar algunos de los sonidos de esas lejanas tierras.

Uno de ellos era ‘sh’ -como quien pide silencio-, que dominaba el vocablo árabe que significaba “algo” o “una cosa indeterminada”.

Lo grave era que ese “algo” aparecía una y otra vez en las obras para representar la parte aún no identificada de la ecuación: “tres algos son iguales a 15”, por ejemplo. (Respuesta: 5).

Los eruditos españoles resolvieron usar el sonido más cercano que pudieron encontrar, el que está representado por la letra griega chi (χ).

Cuando todo fue traducido al latín, la lengua franca europea, esa χ griega se reemplazó con la muy similar X latina.

Ahora, aunque hay fuentes que avalan esta hipótesis, otras dicen que es infundada, y que el uso de la equis en matemáticas es, en sí mismo, una incógnita.

En cualquier caso, siglos después, el filósofo y matemático francés René Descartes, en Géométrie (1637), eligió las tres últimas letras del alfabeto romano -x, y, z- como símbolos de valores desconocidos.

Y la X se escapó de las páginas de su libro, rebasó las fronteras de esa rama de las matemáticas y se instaló en nuestra cotidianidad.

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Equis…

Lo cierto es que la equis no le teme a lo desconocido. De hecho, lo acoge y lo representa.

No en vano cuando el físico alemán Wilhelm Conrad Röntgen descubrió una radiación corpuscular que atravesaba la materia en 1895, desconcertado por no entender su naturaleza la llamó “rayos X”.

Y cuando lo que se desconoce es cómo leer o escribir, la equis es la firma universal, una marca que indica aprobación, identidad o acuerdo sobre un documento o contrato.

La banda X es una parte de la región de microondas del espectro electromagnético que se usa para las comunicaciones con sondas espaciales en exploración espacial.

Los astrónomos, por su parte, tomaron la X para nombrar un planeta hipotético en los confines de nuestro Sistema Solar, tras encontrar evidencia matemática que indica su presencia, a pesar de no verlo.

Esa falta de precisión también puede servir como herramienta política.

El defensor de los derechos de los afroestadounidenses Malcolm X la eligió, como otros, para representar el nombre olvidado de sus antepasados ​​africanos.

Quienes abogan por un mundo no binario la han propuesto como tercera opción en documentos y con ella tornan las palabras inclusivas.

Hoy pocos se sorprenden al leer en las redes sociales, o al ver en escritos de famosos o hasta de políticos, palabras como “chicxs”, “todxs”, “compañerxs”, aunque su pronunciación sea todo un reto.

…y más equis

Si aún no estás convencido de la versatilidad de la vigesimoquinta letra del abecedario español, vámonos al cine, donde la X es muchas cosas, entre ellas, escandalosa.

La censuradora apareció por primera vez en 1951 en Reino Unido reemplazando a la H, que significaba Horrible en la clasificación puramente consultiva anterior.

Esa X pionera, significaba Extremo, pero también podría haber significado Excluido pues no solo alertaba sobre el contenido de la película, sino que le negaba la entrada a los menores de cierta edad.

Otros países la adoptaron y, con el tiempo, terminó simbolizando contenido sexual explícito o gráfico. Pronto, se necesitaron más X para alertar -o promocionar-la pornografía extrema.

No obstante, en el mundo de la recreación, la X no simbolisa solamente lo ilícito o prohibido, sino también lo asombroso, lo incógnito, lo aterrador, lo maravilloso.

Piensa en los X-Men, esa popular subespecie de humanos que nacen con habilidades sobrehumanas activadas por el gen “Factor-X”, o en X-Files, la exitosa serie de televisión de culto en la que dos detectives investigan casos misteriosos que involucran fenómenos paranormales.

Quienes crecieron blandiendo un sable de luz e idolatrando a Luke Skywalker recordarán el X-Wing, una nave espacial de clase caza estelar utilizada por la Alianza Galáctica y la Orden Jedi en el universo de Star Wars.

Varios de ellos hacían parte de esa “Generación X”, a la que se refería Douglas Coupland en su seminal novela, aquella que llegó a la edad adulta en la década de 1980.

Los ejemplos son muchos, e incluyen bandas musicales, videojuegos y, por supuesto, el famoso programa de televisión X-Factor, un término que data de la década de 1930 para nombra una cualidad especial, esencial para el éxito y difícil de describir.

Las X hasta hacen su aparición en los anuncios que interrumpen esos momentos de esparcimiento, pues los publicistas la aprovechan para mulltiplicidad de evocaciones para darle nombres exóticos a los productos más mundanos, desde Tampax hasta Kleenex.

Y es su mágica cualidad para hacer parecer cualquier cosa futurista y genial lo que enamora a la tecnología.

La lista es extremadamente larga, pero quizás reconozcas a Xerox, Xbox, Apple OS X y XɃT… Google hasta tiene una especie de fábrica de desarrollo de ideas semi-secreta cuyo nombre es, sencillamente, X.

En la industria aeroespacial significa “experimental”.

X-Plane es una clasificación de aviones militares experimentales de EE.UU. que, a pesar de su construcción clandestina, suelen ser muy conocidos. El primero, el Bell X-1, fue el primero en romper la barrera del sonido en 1947.

Un año después, Jaguar produjo entonces revolucionario y ahora icónico automóvil deportivo XK-120 de Jaguar, con una equis que también significaba ‘experimental’.

Desde entonces, la letra reina en la industria automotriz: Mercedes Benz, BMW, Fiat, Volvo, Citroen, Suzuki tienen sus X, así como Renault con su Xantia y Tata con su Xenon, sin olvidar Tesla Model X.

Misteriosa, peligrosa, científica, intelectual, urbana, espiritual, pagana… la gama de significados asociados con la excepcional X es vertiginosamente amplia.

Podríamos seguir con las que marcan lugares en los mapas, días en los calendarios, la elección de candidatos; con las que nos permiten expresar cantidades vagas -“x número de personas”-, personas cualquiera -un señor x- y hasta opiniones y estados de ánimo -“¿Cómo te sientes? Equis”.

O detenernos a hablar de su faceta espiritual, que pasa por la filosofía cabalística, en la que se refiere tanto al nacimiento como a la muerte, y su simbologismo para la cristiandad y más, mucho más.

Pero terminemos aquí, con las más cariñosas, aquellas que utilizó por primera vez el naturalista Gilbert White al final de una carta en 1763 para representar 7 besos, y que siglos después se colaron en las redes.

* Este artículo es parte de la versión digital del Hay Festival Querétaro, un encuentro de escritores y pensadores que se realiza en esa ciudad mexicana del 1 al 4 de septiembre.

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