El arqueólogo belga Louis Siret (1860-1934) fue el primero en preguntarse qué significaban aquellas figuritas que iba encontrando en los yacimientos que excavaba en el Sureste español. Todas mostraban un aspecto muy semejante. Representaban figuras humanas, tenían unos enormes ojos que parecían imitar a dos soles y en ellas se distinguía perfectamente su sexo. Las encontró de todos los tamaños posibles: desde minúsculas hasta algunas de más 20 centímetros. Investigadores posteriores las hallaron talladas con cabelleras y largas trenzas, con túnicas adornadas con motivos geométricos, con objetos en sus manos y hasta recubiertas con telas a modo de vestidos. Ahora, el Museo Arqueológico de Alicante (MARQ) presenta, hasta el próximo 18 de abril, y en con el apoyo de la Diputación de Alicante y del Museo Arqueológico Regional de Madrid, una exposición con 226 piezas, Ídolos, miradas milenarias, de las más de 6.000 desenterradas.
Estas figuritas -los científicos prefieren llamarlas así más que ídolos- fueron comunes entre las familias, linajes y grupos sociales de un periodo que abarca entre 3.900 a 2.220 años antes de nuestra Era, aunque tienen antecedentes en el Neolítico y posibles raíces desde el Paleolítico (periodo que acaba unos 10.000 años a. C.). Podían lucirse dentro de las casas, pero también ser colocadas en tumbas o colgar de los cuellos de sus dueños. Una parte muy importante de las que se conocen, se fabricaron en el sur de la península Ibérica en los más diversos materiales -marfil, piedra, arcilla o, incluso, oro-. Cambiaban de propietario de generación en generación, de grupo en grupo. Y, aunque reproducen códigos comunes, quizás contaban una historia diferente, personalizada.
“Están situadas en el contexto de largas tradiciones sociales y de aprendizaje de técnicas especializadas”, explica la catedrática de Prehistoria de la Universidad de Alcalá de Henares, Mimi Bueno Ramírez, comisaria de la exposición, junto a Jorge A. Soler Díaz, conservador de Prehistoria y director de Exposiciones del MARQ.
Estas figuritas son objetos muy próximos a “las maneras de transmitir información sobre las personas y sobre el grupo al que pertenecieron. En ellas se distinguen detalles sobre la vestimenta, el peinado, maquillajes o tatuajes, algo muy difícil de obtener en los registros arqueológicos habituales”, señala Bueno Ramírez.
En el resto de Europa también se han encontrado, pero en la península Ibérica, sus características son mucho más diversas, incluidos los materiales con las que se fabricaron. Los ojos rodeados con rayos solares solo se encuentran en España y Portugal. “Es evidente”, explica la catedrática, “que esta asociación ojos-sol no busca reflejar una realidad tangible, sino una síntesis entre realidad y las mitologías asociadas a personajes humanos”.
Las primeras figuras femeninas aparecieron en Los Millares (Almería). Siret propuso que representaban diosas-madre de una religión oriental de carácter agropecuario traída por colonos que arribaron a la Península en busca de metal. Pero el avance de las investigaciones revela una variedad de funciones. La extensión de las figuritas por todo el sur ibérico permite hablar a los expertos de “importantes niveles de conectividad en la península Ibérica entre el IV y el III milenio”.
Cada territorio peninsular se especializó en formas concretas de estas figuritas, lo que supone un “indicio único para analizar las trayectorias vitales, familiares y de linaje de quienes las usaron hace más de 5.000 años”, señala Bueno Ramírez
Desde los primeros descubrimientos resultaba evidente que los cuerpos representados eran mayoritariamente de mujeres. Su característica más definidora es su marcada sexualidad. Esta se expresa por pechos prominentes y por la delimitación del triángulo púbico. Muchas están realizadas en arcilla y fueron realizadas por mujeres, transmitiendo informaciones relacionadas con la fertilidad o con actividades de mantenimiento doméstico. No obstante, hay una importante cantidad asociada a contextos funerarios que guardaban memorias ancestrales fijadas en personajes femeninos.
“Las mujeres suelen ocuparse en todas las culturas de la preparación de los muertos, incluida la tarea de redistribuir las figuritas en los sepulcros. En algunas tumbas se han encontrado hasta más de 100. En ocasiones, hay piezas más antiguas que los propios enterrados. Eso demuestra que, parte de ellas, se heredaron de generación en generación y que la exhibición de pasado era un factor ideológico importante”, indica la experta.
Ya en la Edad del Bronce (2.200 a 800 antes de la era), se observan cambios sociales que afectan a estas representaciones. “Los viejos ancestros van desapareciendo, mientras las estelas armadas se hacen más presentes en los enterramientos. Las organizaciones colectivas de los primeros agricultores comienzan a ser sustituidas por liderazgos basados en las armas. El mensaje ancestral se traslada a piezas de mayor tamaño, con grabados de personajes concretos. Las estelas armadas materializan la imagen de guerreros que quieren proyectar su linaje. Nunca más los pequeños cuerpos que representaron estas figuritas, volvieron a estar “piel con piel” con quienes las portaban e hicieron de ellas una de sus señas de identidad.